Tal como lo anunciaban todas las encuestas, la triunfadora de las elecciones presidenciales 2013, en primera vuelta y con un 47 %, fue Michelle Bachelet, representante del pacto Nueva Mayoría, que es la suma de la Concertación y el Partido Comunista, cooptado éste a cambio de cupos parlamentarios.
Ahora bien, considerando que Bachelet es un eslabón más del sistema neoliberal, contra cuyas políticas se han levantado los estudiantes –el 2006 y 2011- y diferentes sectores del movimiento social en los últimos años, con grandes manifestaciones callejeras, resulta una incoherencia que no haya sido elegido un candidato cuyas propuestas apuntaban a realizar los cambios de fondo que los estudiantes y el movimiento social reclamaban, por ejemplo, Marcel Claude, Roxana Miranda o Marcos Enríquez-Ominami. Es decir, la mayoría de los chilenos que acudieron a votar volvieron a elegir un candidato que legitima el sistema que los despoja, abusa, engaña y lucra con ellos. Los chilenos que adhirieron a las protestas de los estudiantes y al movimiento social carecen de coherencia entre su discurso de rechazo al sistema y su manera de votar, pues votan por quienes sostienen el sistema que dicen rechazan. Lo que indica que la conciencia social, de la mayoría de los electores, está desfasada de la existencia social. Eso sí, Michelle Bachelet deberá ratificar su triunfo en una segunda vuelta, enfrentando a la candidata del pinochetismo Evelyn Matthei, que alcanzó el segundo lugar con un 25 % de la votación, pero eso es sólo un trámite, de cualquier manera, Bachelet será la próxima presidenta de Chile, aunque no deja de ser significativo que aún exista un 25 % de chilenos que mantienen su condición de “cómplices activos y pasivos” de la dictadura.
El padrón electoral indicaba que trece millones de chilenos tenían derecho a voto, pero sólo lo ejercieron poco más de seis millones. Además, la inmensa mayoría de quienes no acudieron a las urnas y rechazan el sistema neoliberal, desestimaron la oportunidad de elegir un candidato que lo cambiara, en particular los estudiantes universitarios y los jóvenes. Porque un amplísimo sector de éstos, que se autodefinen antisistema y revolucionarios, no fueron a votar. No sufragaron alrededor de seis millones cuatrocientos mil electores. También existe un problema cultural y de ignorancia para analizar la realidad y sus posibilidades por parte de los electores que se declaran revolucionarios, progresistas, demócratas, etcétera, lo que los lleva a votar a favor de lo que dicen rechazar, haciendo suyos espejismos políticos, voladores de luces económicos y reformas o cambios gatopardistas. Mientras no tengan conocimiento de las herramientas dialécticas de análisis de la realidad muchas personas seguirán en esta senda, por muy dignas, honestas, trabajadoras y transparentes que sean. La inteligencia general de una persona no es garantía de que no pueda pecar de ingenuidad política.
En el caso de los estudiantes universitarios, una gran mayoría de ellos creen que la universidad es la continuación del carrete de la enseñanza media con más estatus. Y esta trivialidad los llevó a asimilar burguesmente las protestas estudiantiles. El movimiento estudiantil fue derrotado desde que sus dirigentes pidieron permiso a las intendencias para marchar por las calles. Frases como “llegamos para quedarnos” o “pusimos el tema de la educación sobre la mesa y no se baja más”, no pasan de ser encabezados románticos sin concreción alguna en la realidad. Por otro lado, los dirigentes emblemáticos del movimiento estudiantil, y en los cuales se personificó el movimiento, fueron llevados –con excepción de Gabriel Boric- al redil de la Concertación, que siguió al dedillo las instrucciones de quienes saben muy bien cómo domesticar berrinches revolucionarios, porque una cosa son los berrinches y otra muy distinta la conciencia insurgente. En fin, el tema da para largo.