“El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en Economía Política. Lo es en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre”.
Estas líneas corresponden al párrafo con el que Federico Engels inicia su ensayo titulado “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”, escrito en 1876 y publicado por primera vez en la revista Die Neue Zeit casi 10 años después.
Después de explicar que hace muchos centenares de miles de años, probablemente a fines del período denominado terciario, vivía en algún lugar de la zona tropical, una raza de monos antropomorfos extraordinariamente desarrollada, plantea que:
“Es de suponer que como consecuencia, ante todo, de su género de vida, por el que las manos, al trepar, tenían que desempeñar funciones distintas a la de los pies, estos monos se fueron acostumbrando a prescindir de ellas al caminar por el suelo y empezaron a adoptar más y más una posición erecta. Fue el paso decisivo para el tránsito del mono al hombre”.
Posteriormente Engels desarrolla un planteamiento cronológico de la evolución del mono, a partir, especialmente, de las funciones cada vez más complejas y variadas que fueron ejecutando sus manos, que incluso “les sirve para empuñar garrotes, con los que se defienden de sus enemigos, o para bombardear a éstos con frutos y piedras”.
Sin embargo, “antes de que el primer trozo de sílex hubiese sido convertido en cuchillo por la mano del hombre, debió haber pasado un período de tiempo tan largo que, en comparación con él, el período histórico conocido por nosotros resulta insignificante. Pero se había dado el paso decisivo: la mano se hizo libre y podía adquirir ahora cada vez más destreza y habilidad; y esta mayor flexibilidad adquirida se transmitía por herencia y se acrecía de generación en generación. Vemos pues, que la mano no es sólo el órgano del trabajo; es también producto de él”.
Ahora bien, he descrito algunos puntos del ensayo de Engels en que plantea el papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, cuyo contenido es mucho más extenso, incluyendo el desarrollo cerebral hasta llegar al propio lenguaje, pero “hubieron de pasar centenares de miles de años antes que la sociedad humana surgiese de aquellas manadas de monos que trepaban por los árboles. ¿Y qué es lo que volvemos a encontrar como signo distintivo entre la manada de monos y la sociedad humana? Otra vez el trabajo.
Y es en este punto donde deseo detenerme. A partir de este instante, Engels explica cómo la manada de monos se contentaba con devorar los alimentos de un área que determinaban las condiciones geográficas o la resistencia de las manadas vecinas. “Cuando fueron ocupadas todas las zonas capaces de proporcionar alimento, el crecimiento de la población simiesca fue ya imposible; en el mejor de los casos el número de sus animales podía mantenerse al mismo nivel. Pero todos los animales son unos grandes despilfarradores de alimentos; además, con frecuencia destruyen en germen la nueva generación de reservas alimenticias…; las cabras de Grecia, que devoran los jóvenes arbustos antes de que puedan desarrollarse, han dejado desnudas todas las montañas del país”.
Si bien el ensayo de Engels tiene por objetivo fundamentar su tesis sobre el papel del trabajo, analiza, también, con el mismo objetivo, la relación del hombre con la naturaleza y su diferencia con la actividad de los animales sobre ella.
“Pero la influencia duradera de los animales sobre la naturaleza que los rodea es completamente involuntaria y constituye, por lo que a los animales se refiere, un hecho accidental. Pero cuanto más los hombres se alejan de los animales, más adquiere su influencia sobre la naturaleza el carácter de una acción intencional y planeada, cuyo fin es lograr objetivos proyectados de antemano. Los animales destrozan la vegetación de un lugar sin darse cuenta de lo que hacen. Los hombres, en cambio, cuando destruyen la vegetación lo hacen con el fin de utilizar la superficie que queda libre para sembrar cereales, plantar árboles o cultivar la vid, conscientes de que la cosecha que obtengan superará varias veces lo sembrado por ellos”.
Y más adelante: “Resumiendo: lo único que pueden hacer los animales es utilizar la naturaleza exterior y modificarla por el mero hecho de su presencia en ella. El hombre, en cambio, modifica la naturaleza y la obliga así a servirle, la domina. Y ésta es, en última instancia, la diferencia esencial que existe entre el hombre y los demás animales, diferencia que, una vez más, viene a ser efecto del trabajo.
“Sin embargo, no nos dejemos llevar del entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza. Después de cada una de estas victorias, la naturaleza toma su venganza. Bien es verdad que las primeras consecuencias de estas victorias son las previstas por nosotros, pero en segundo y tercer lugar aparecen unas consecuencias muy distintas, imprevistas y que, a menudo, anulan las primeras. Los hombres que en Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y otras regiones talaban los bosques para obtener tierra de labor, ni siquiera podían imaginarse que, al eliminar con los bosques los centros de acumulación y reserva de humedad, estaban sentando las bases de la actual aridez de esas tierras. Los italianos de los Alpes, que talaron en las laderas meridionales los bosques de pinos, conservados con tanto celo en las laderas septentrionales, no tenían idea de que con ello destruían las raíces de la industria lechera de su región; y mucho menos podían prever que, al proceder así, dejaban la mayor parte del año sin agua sus fuentes de montaña, con lo que les permitían, al llegar el período de las lluvias, vomitar con tanta mayor furia sus torrentes sobre la planicie.
Así, a cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente”.
En síntesis, de acuerdo con Engels, la transformación del mono en hombre debido al papel del trabajo, tardó varios cientos de miles de años. ¿Cuánto tardará el papel de la avaricia y la estupidez actual en transformar al hombre en mono? Al tenor de las circunstancias, estoy seguro que no necesitarán miles de años, ni siquiera cientos: apenas unas décadas.
Aclaración: he obviado en esta nota, el análisis con el que concluye Engels su ensayo y que se refiere a la explotación del trabajo por parte de la burguesía y que ha llevado “a la división de la población en clases y, por tanto, el antagonismo entre las clases dominantes y las clases oprimidas”, pues me interesaba destacar, especialmente, la cosmovisión de Engels en 1876, es decir, hace137 años.
Por último, estimado lector, ofrezco mis disculpas por abusar de las citas, pero creo que la claridad de la exposición del autor, hace inútil y obvía cualquier comentario.