El programa de Bachelet intenta reflejar las exigencias ciudadanas y termina deformándolas. Queda de manifiesto su completo desprecio por lo que han sido las mayores protestas desde que la cosa quedó en traje civil.
Y queda demostrado una vez más, que quienes impulsan las transformaciones sociales, políticas y económicas que favorecen a los perdedores de siempre, son esos mismos perdedores que en largas, extenuantes y muchas veces mortales jornadas de movilizaciones, imponen algún avance. Es cuando el status quo, en el límite de lo que es aceptable y manejable, entrega un poco a cambio de mantener todo el resto.
Bachelet es la llamada por los poderosos que manejan los hilos reales del poder, para calmar las aguas movedizas del último tiempo. Y sabiendo el uso perfecto de la impunidad, miente una vez más, prometiendo quimeras y conjugando alucinantes verbos potenciales.
El programa de Bachelet, que más parece un set urdido de buenas intenciones, se cuelga, como hacen muchos, de las luchas de los estudiantes que fueron, finalmente, quienes pusieron esos temas en la moda discursiva y tramposa de los políticos añejos.
Cuando las alarmas sonaron a cosa peligrosa, recién ahí comenzaron a aflorar los temas respecto de los que antes nadie se inmutó.
La educación es un negocio desde hace mucho, del mismo modo la salud, los goles del domingo y las cárceles. Desde hace decenios, millones de compatriotas viven en suburbios colmados de pocilgas donde se reproduce el flagelo de la pobreza y sus sub productos más recurrentes: la drogadicción y la delincuencia.
Desde siempre, sectores íntimamente ligados a la dictadura se roban los fondos previsionales de los trabajadores que al final de su vida productiva quedan en la pobreza más vergonzosa. Delincuentes de ternos caros, que deberían haber sido condenados a cadena perpetua, se han enriquecido por las empresas que el tirano regaló.
Batallones de esbirros armados hasta los dientes, avanzan casi cada día sobre los miserables poblados de mapuche que no han hecho otra cosa que dar la misma pelea que vienen dando desde hace siglos, en cuyo lapso sólo ha variado el calibre de las balas que los matan. En esta guerra antisubversiva en la que se especializan militares y policías, los poderosos han tenido la inestimable colaboración de la compañera Bachelet que no dudó en imponer la Ley Antiterrorista y aceptar pasiva la muerte de cuatro jóvenes.
Políticos tramposos, camadas completas de inescrupulosos, malabaristas, saltimbanquis retorcidos, marranos y conversos, arrepentidos y nuevos ricos, colman casi por completo el sistema político. Y son con una frecuencia de espanto, protagonistas de escándalos, exacciones, robos y martingalas, que compiten con los protagonistas de la farándula picante de la televisión basura.
Sobre la responsabilidad de esta casta inamovible por gracia y milagro del sistema electoral que acomoda incluso al que rechina su malestar pero se ha reelegido por lustros acomodados, bien pagados e impunes, se ha construido la cultura bipolar de un país rico y otro pobre.
Pero este paisaje no es nuevo. Muchas voces durante este lapso de vergüenza han denunciado este tiempo como la continuación de la dictadura por otros medios. La realidad apestosa en la que vive una inmensa mayoría de habitantes ha sido posible sobre la base del despliegue de una economía que se ancla culturalmente en la sociedad y que los pillos que intentan repetirse el plato, amañan con ofertas atractivas, vocecitas dulces, caritas de pena y toques de idealismo derretido.
Bachelet despliega artilugios parecidos al que usara con ocasión de su traición al movimiento de secundarios del 2006. Ahora, con una dosis mayor de cuidado, lanza confites a las organizaciones amaestradas para reforzar su docilidad consuetudinaria. Y de paso tranquiliza a banqueros empresario y embajadas.
Y de nuevo hay que concluir que la izquierda sigue en su faena casi perfecta de dar jugo. Tres o cuatro candidaturas que coinciden en mucho, no hayan nada mejor que ir por carriles separados como si les sobraran votos.
Pero que no se haga ilusiones el sistema. Da la impresión que el movimiento estudiantil, y la rabia de las regiones, los verdaderos y más peligrosos enemigos del modelo, han decaído en su ímpetu inicial.
La mala noticia es que no es así. Siempre las movilizaciones que valen la pena, es decir, las que hacen peligrar la dorada estabilidad del sistema, son cíclicas, con flujos y reflujos, y no las detienen promesas envueltas en papel celofán. Y el programa de la Concertación más el PC es una provocación que va a caer en terreno fertilizado por la bronca.