La derecha ultra escogió el modo del escándalo para hacer campaña política. La pelea entre los candidatos presidenciales Parisi-Matthei tiene ese toque de falsedad de espectáculo circense que impregna de cierta atracción mediática superflua a una campaña donde los debates no son tales. Las patadas y combos entre ambos no han permitido la confrontación de tesis programáticas claras, ni tampoco elevar el nivel del intercambio de propuestas entre los competidores de la órbita burguesa.
Y la primera en dar la nota falsa, al negarse intentar exponer sus promesas en foros televisivos, fue Bachelet. Con ella comenzó el predominio de la estrategia política comunicacional por sobre el esfuerzo argumentativo y pedagógico. La candidata del concertacionismo (más el PC) ha demostrado un evidente desprecio por la confrontación democrática de ideas y propuestas claras de campaña. La aparente seguridad en sí misma y la fluidez retórica de la ex presidenta no deben ocultar su incapacidad para explicar de manera clara y asertiva temas complejos que requieren soluciones esperadas por las mayorías trabajadoras ciudadanas; traicionadas en sus expectativas durante veinte años de gobernabilidad concertacionista.
Nada se sabe de sus propuestas en el plano laboral. Eso sí, sabemos, que Juan Somavía ha sido ostracizado por querer implementar en Chile reformas exigidas por la Organización Internacional del Trabajo (OIT de la ONU, de la cual éste fue su Secretario) que son rechazadas por los empresarios chilenos. Estos son intocables para los tecnócratas concertacionistas. Inconsistencia que no ha sido denunciada con ejemplos, datos y argumentos por Bárbara Figueroa, Presidenta de la CUT y miembro del Comité Central del PC, integrante del pacto Nueva Mayoría, pese a la cantidad de conflictos huelguísticos de trabajadores (as) que exigen mejores condiciones salariales, condiciones para negociar de acuerdo a estándares internacionales y facilidades para sindicalizarse.
A la crisis de la representación política, con desprestigio de las instituciones heredadas de la dictadura cívico-militar y a la corrupción anidada en ellas (ahora sabemos que Piñera hace negocios desde la misma Moneda, según el magnate de Soquimich Julio Ponce Leroux), le sigue la crisis de la esfera pública mediática como espacio de debate ciudadano serio. Esta esfera ha sido copada por los medios impresos dominantes y televisivos. Factor evidente de desinterés de la ciudadanía por las elecciones. Los primeros imponen la agenda del día y, los segundos, se guían por la espectacularidad de los acontecimientos generados por las estrategias comunicacionales de los operadores de campaña.
La campaña presidencial y las luchas de los trabajadores
El entuerto Parisi-Matthei oculta la situación de precariedad, explotación y abusos que los trabajadores viven en un Chile marcado por la gestión concertacionista que nunca se preocupó de recuperar y devolverles los derechos sindicales arrebatados por la dictadura neoliberal en la más implacable de las luchas de clases declaradas por la burguesía empresarial criolla aliada al capital global. ¡Si hasta una “Constitución” ad-hoc se dieron! Sin irse por las ramas —arte en el cual las elites del binominal son artistas consumados— es sobre la explotación capitalista de los asalariados y asalariadas que se cimentó un sistema cuyos pilares económicos (AFP, Isapres, sistema bancario-financiero voraz, prebendas al capital industrial extractor minero y exportador agrícola; medios concentrados y educación privada para lucrar) han generado la riqueza social, pero acaparada durante cuarenta años por empresas privadas, propiedad de no más del 1% de la sociedad.
En vez de focalizar sobre la situación de los trabajadores de la educación (los colegios de la masonería administrados por los hermanitos Parisi) y de los asalariados de las vitivinícolas (Concha y Toro con participación de su director Jorge Desormeaux, marido de la Matthei ), los medios han puesto las luces sobre las performances y capacidades de mentir y actuar dramáticamente de dos de los candidatos de la derecha. Ambos utilizan ejemplos de violación de los derechos sociales y sindicales por parte de empresas lucrativas en sus campañas. Una, la dura de Mathei y, la otra, la demagógica e histriónica de Parisi. Así, el ladrón se transforma en juez.
Por el lado de la oposición oficial, las vaguedades concertacionistas no han sido lo suficientemente encaradas, pero sí se ha celebrado la “fuerza de las ideas” del movimiento de Andrés Velasco, allí dónde sólo hay un ramillete de lugares comunes y trillados del liberalismo a la chilensis, con su natural hipocresía. El grupo de liberales y ex DC, poco originales, se ufanan con su consigna acerca de eliminar las “malas prácticas”, que más tiene de volador de luces que de idea genial o propuesta novedosa.
Sacar los debates sociopolíticos de la trampa mediática
Ainsi va la vie politique a la chilena. Los medios, sus periodistas y opinólogos se encandilan con cualquier volador de luces en una campaña tradicional hecha a la medida para Bachelet y el manejo comunicacional de los medios. Estos últimos y sus editores, son incapaces de vincular el trasfondo de luchas sociales en las cuales se da la campaña, con las demandas de los movimientos de trabajadores, ciudadanos, estudiantes, pobladores, ambientalistas-regionalistas y de mujeres levantadas con voluntad y lucha en la calle desde 2005-2006.
Salvo en el plano de la Asamblea Constituyente. Ahí, algo se ha avanzado. Pero aquí la tensión también existe, aunque de manera latente, entre, por un lado, profesores constitucionalistas y abogados-tecnócratas concertacionistas y, por el otro, un movimiento más profundo (que habrá que fortalecer) por darle un contenido democrático radical, popular, participativo, pedagógico y anticapitalista al proceso constituyente y a su proyecto social, medidas, articulados y mecanismos constitucionales por redactar.
No hay pacto jurídico-social sin contradicciones profundas. El llamado “interés general” abstracto del constitucionalismo a la anglosajona es otra trampa. Lo que hay son intereses políticos y económicos opuestos entre sectores y clases sociales; la mayoría de las veces contradictorios y generadores de conflictos que las elites buscan resolver con artificiales consensos. Y desde 1973, es la clase dominante y propietaria, con sus expresiones políticas variadas, la que tiene la sartén por el mango en el plano jurídico-político, de la superestructura social digamos, sin miedo de ser tildados de marxistas.
La dinámica social indica que habrá una segunda fase de desarrollo del movimiento por una nueva Constitución. Hasta el momento, los trabajadores han estado ausentes del debate y de la movilización en la calle. Sus dirigentes se han visto más preocupados de dialogar con los empresarios de la Sofofa y en la Enade que de preparar movilizaciones y campañas nacionales por reconquistar los derechos sindicales arrebatados por la dictadura y nunca devueltos por la Concertación, que se comprometió hacerlo. Derechos sociales y laborales que esta vez tendrán que estar codificados en una Constitución con primacía y por sobre las prerrogativas del Capital. Por lo que habrá necesariamente que pensar en términos de correlaciones de fuerza político-sociales. Cuestión olvidada por el formalismo constitucionalista de moda en las librerías, foros académicos y televisivos.
Por lo mismo, el sentido común alerta que sacar los debates de ahí donde están entrampados y comenzar ya a discutir del escenario político de la lucha entre las clases sociales (y las diversas políticas de las fracciones de la clase dominante) es una tarea vital. Porque a partir de marzo la cuestión central será cómo construirle oposición social antineoliberal y democrática —con movilización social articulada— al Gobierno en el Estado de la Nueva Mayoría concertacionista, pero en la calle y en los territorios sociales.
El movimiento sindical fragmentado, con visos sectarios e impotente tendrá que responder a las demandas de sus bases de manera inteligente.
Un frente único sindical, para recuperar la capacidad negociadora ante el poder del Capital, es la única posibilidad real para romper con la inercia de 24 años de los burócratas. Fenómeno que comienza a ser motivo de escarmiento en telones y afiches de los trabajadores en huelga.
Que no vaya a ser cosa que la elección de un par de candidatos que fueron de los movimientos sociales y que se insertarán en la institucionalidad viciada ocupe todo el espacio y desvíe la atención de lo más importante: la acumulación de fuerzas sociales y políticas para continuar la lucha por democratizar el país y contra la lógica capitalista del “todo es materia de lucro y explotación”.
Optar por lo sensato es trabajar por unir lo disperso y dividido en dos candidaturas de izquierda (la de Marcel, con un evidente impacto y apoyo ciudadano del 7% en las encuestas y la de Roxana, que no logra llegar al 1%), salir de la modorra electorera e instalar un escenario de lucha por la satisfacción de las demandas sociales en un contexto donde el neoconcertacionismo buscará cooptar al movimiento social y engañarlo con algunas medidas parche. Táctica de encantamiento en la cual la nomenklatura concertacionista es experta y le da lecciones a la ultraderecha.