Diciembre 10, 2024

La izquierda y su rol histórico a la vanguardia de la clase obrera

La verdadera gente de izquierda levanta airada la voz, el puño o lo que tenga a mano, en contra de los regímenes y sistemas que agobian a sus pueblos, los explotan y no les permiten vivir en libertad, avisando que, sin embargo, al sistema le queda poco porque el paso tremendo del pueblo no lo detiene nadie.

Estas buenas gentes son defensores irreductibles de la libertad de pensamiento e incluso para el más herméticos de ellos, la diversidad humana es la riqueza que tiene el planeta: somos todos distintos porque cada uno tiene algo que aportar al milagro de la evolución que ha permitido pasar de las oscuras épocas del comunismo primitivo, a este capitalismo, en su fase superior, que ya se bate en retirada.

 

A un izquierdista que haya superado la intolerancia beyond the wall, toda forma de discriminación le parece un acto de bárbaros y merece el mayor de los rechazos y tendrá por las épocas oscuras de la esclavitud y los brazos seculares, especial inquina.

 

A un izquierdista término medio, le espanta la posibilidad que por razones de sexo, color, edad, género, belleza/fealdad, alguien sea discriminado. Y declamará su decisión de dar la vida si fuera necesario para defender la libertad y los derechos de los más desposeídos, discriminado y ninguneados de la tierra, convencido que ésta será el paraíso de toda la humanidad.

 

Un o una (para la gente de izquierda el perro y la perra son el mejor y la mejor amigo y amiga del hombre y la mujer) izquierdista bien dotado o dotada de teoría, de la correcta y no de sus versiones antojadizas, será capaz de evidenciar las contradicciones en sus versiones antagónicas y no antagónicas, y precisar con puntería envidiable, aquello que corresponde según el grado de madurez de las condiciones objetivas y subjetivas, anteriores a la situación nacional revolucionaria.

 

Un revolucionario post muro de Berlín, tiene por la unidad un respeto casi apostólico. Su discurso pone en el centro de sus reflexiones la exigencia inevitable que las masas pauperizadas, los explotados y clases subalternas, sean capaces de obrar de consuno detrás de las consignas que él propone, teniendo claro que las otras que se elevan como verdades no son sino mesiánicos mecanismos divisionistas que el régimen en su labor de zapa, intenta por la vía de azuzar a los provocadores de todas las épocas, a los revisionistas que ponen en duda los avances de la teoría revolucionaria y su praxis, a los reformistas, ganados y quizás pagados por la socialdemocracia europea, a los extremistas que en todos los procesos han jugado para el enemigo y, finalmente, para los vacilantes que no son capaces de pasar a los niveles superiores de la lucha de clases, que en la plaza está que arde.

 

Estas diferencias propias de momentos pre revolucionarios, explican lo que sucede en el panorama burgués de las elecciones de noviembre próximo.

 

Salvado el hecho que los reformistas, por fin, se fueron con el enemigo de clase encubierto durante veinte años bajo el manto de la Concertación, lo que queda en el escenario en disputa de la izquierda es una lucha ideológica que se expresa en candidatos pequeños burgueses, derechamente burgueses, ultras o socialdemócratas.

 

Quizás este fenómeno no sea sino fiel representación del enfrentamiento correspondiente a la actual situación de desencanto de las más vastas masas populares y pauperizadas por el capitalismo en su fase neoliberal, del cual deberá salir la síntesis que permita asumir las contradicciones antagónicas con mayores niveles de precisión ideológica y teórica.

 

La izquierda, compañeros, compañeras, camaradas y hermanos, debe asumir su rol histórico y ponerse a la vanguardia de la clase obrera del proletariado, de los campesinos y los estudiantes y desarrollar de la mejor manera su feraz imaginación propositiva: como sabemos, si juntamos a cuatro izquierdistas, tendremos de inmediato no menos de ocho versiones de cómo debe ser el socialismo que vendrá reemplazar el alicaído sistema capitalista, tres o más tendencias y un par de traidores.

 

Pero para qué hacer las cosas bien, cuando sale más fácil hacerlas mal. Lo único que parece serio es lo que dice la historia: que cualquier cambio, por poco que haya sido, fue tarea de gentes tan disímiles, como disímiles son las personas.

 

De lo contrario, no ha sido.

 

En la isla de Vancouver, cuenta Ruth Benedict, los indios celebraban torneos para medir la grandeza de los príncipes. Los rivales competían destruyendo sus bienes.

Arrojaban al fuego sus canoas, su aceite de pescado y sus huevos de salmón; y desde un alto promontorio echaban a la mar sus mantas y sus vasijas.

Vencía el que se despojaba de todo.

(Eduardo Galeano)

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