“Tenemos una civilización contra la sencillez, la sobriedad, contra todos los ciclos naturales. Pero peor, una civilización contra la libertad que supone tener tiempo para vivir las relaciones humanas, lo único trascendente: amor, amistad, aventuras, solidaridad, familia”.
Esta cita, corresponde a uno de los pasajes del discurso que José Mujica, presidente de Uruguay, pronunciara hace unos días en las Naciones Unidas en el marco de su Asamblea General. Los conceptos vertidos por el mandatario uruguayo, tuvieron una gran acogida entre los usuarios que se informan a través de los diarios digitales. Es así que, prácticamente la unanimidad de los comentarios, salvo una o dos excepciones, llenaron de elogios al presidente Mujica. Incluso en varios de ellos, se dejó sentir la envidia por el pueblo uruguayo por tener a este gran gobernante.
Por otra parte, el 6 de julio de este año, en este mismo medio, el canciller de Bolivia, David Choquehuanca, con el título de “Suma Qamaña, vivir bien, no mejor, la sabiduría aymara”, describía en su nota en qué consistía, justamente el vivir bien:
“El Suma Qamaña, (en aymara “Vivir Bien”), está basado en la vivencia de nuestros pueblos, un vivir bien que significa vivir en comunidad, en hermandad, especialmente en complementariedad, es decir compartir y no competir, vivir en armonía entre las personas y como parte de la naturaleza. El Suma Qamaña está reñido con el lujo, la opulencia y el derroche, está reñido con el consumismo. No es lo mismo que el vivir mejor, el vivir mejor que el otro. No queremos que nadie viva mejor. Queremos que todos podamos vivir bien”.
Si nos remontamos a algunos siglos antes de nuestra era, podemos comprobar que estos mismos planteamientos eran parte constitutiva del pensamiento tanto de los filósofos griegos (Sócrates, Platón, Aristóteles), como de los orientales (Confucio, Buda), en una increíble sincronía temporal.
La filosofía taoísta considera tres premisas fundamentales: complementariedad, representada por el símbolo del yin-yang: armonía, la felicidad, sensación de serenidad, reside en nuestro fuero interno; cambio, que es lo único constante. Los cambios son legítimos y no accidentales.
Vivir bien era una de las metas del mundo antiguo y en ese mundo, la filosofía era la guía en el arte de vivir. La idea era tratar la vida como un arte y hacer de la vida de cada quien, una obra de arte.
Por su parte, Platón en el Banquete y en Filebo manifiesta su valoración de los bienes terrenos: la emoción de lo bello, el desarrollo de la ciencia y de la técnica, la comprensión de la justa medida en la vida práctica y las instituciones plenas de valor de la comunidad humana; todo esto significa un devenir hacia el supremo Bien, hacia el conocimiento de la ideas, sobre todo de la Idea de bondad. En su obra República, Platón describe el que para él es el Estado ideal: El Estado es la institución necesaria para el mejor y más completo desarrollo del individuo. El hombre bueno es nada menos que el buen ciudadano: de ahí que el Estado deba estar estructurado de manera tal que pueda realizar tal elevado objetivo. La ciudad, argumenta Platón, debe estar gobernada por aquellos que entiendan de justicia social y perfección humana.
A su vez, Aristóteles al final de su obra Ética nicomáquea, al referirse a la Política y a la Ética plantea que ambas disciplinas constituyen “la filosofía de las cosas humanas” y hay entre una y otra, por tanto, una unidad radical. Hay que hacer notar, en este sentido, que esta unidad es, para el mundo antiguo mucho más íntima de la que hoy se postula. Para Aristóteles, por el hecho mismo de ser el hombre, con definición esencial, el “viviente” o el “animal político”, no puede entendérsele ni a él ni a su conducta, sino en el seno de la Polis, de la ciudad o del Estado, que lleva él consigo como parte de su estructura más íntima y en el cual solamente puede realizar la “perfección de su naturaleza específica”.
El reino de la felicidad.
¿A qué se debe esta sincronía, que al igual que en el pensamiento antiguo, se está dando en los tiempos actuales en el sentido de una búsqueda del vivir bien y, en última instancia, de la felicidad?
Desde hace algún tiempo, las miradas se han volcado hacia Bután, un pequeño país a los pies de los Himalayas, llamado el “reino de la felicidad”. Hace 35 años en este pequeño país de 700.000 habitantes, el rey Jigme Syngye Wangshuck, padre del actual rey, considerado como un sabio y visionario, decidió que era más importante la “felicidad interior bruta” que el producto interno bruto. Bután es, a partir de 2005, una monarquía constitucional cuyo jefe de gobierno es el primer ministro elegido democráticamente. Los esfuerzos del gobierno se centran en cuatro direcciones: desarrollo socio-económico igualitario y sostenible, conservación de la naturaleza, preservación de la cultura y el patrimonio cultural, y un gobierno responsable y transparente.
Asamblea Constituyente, nueva Constitución, Segunda República
En la edición N°119 de Le Monde Diplomatique correspondiente al mes de junio de 2011, con el título “El gran salto democrático que hace falta”, Jaime Massardo planteaba, después de un exhaustivo análisis sobre la historia constitucional de nuestro país y de constatar los cambios en nuestra sociedad, que “avanzar en convocar una Asamblea Constituyente para elaborar una Nueva Constitución y darle vida a una Segunda República no constituye ninguna utopía. Baste recordar que desde 1789 Francia se ha dado hasta hoy cinco repúblicas (entre las cuales ha habido imperios, dictaduras y la invasión nazi) mientras Chile permanece en la de 1818…” Y termina: “¡La República ha muerto, viva la Segunda República !”.
Ahora bien, si damos por hecho que tarde o temprano se tendrá que convocar a una Asamblea Constituyente, ¿podemos aspirar nosotros lo chilenos a que la nueva Constitución se inspire en los valores que propalaron los filósofos de la antigüedad, que propugnan aún hoy los pueblos originarios (Suma Qamaña), en los que centra sus esfuerzos el reino de Bután, en los que expone Pepe Mujica?
En este sentido, pienso que Chile debiera crear su Segunda República con un Gobierno constituido por un Triunvirato, cuyos titulares se conviertan en verdaderos planificadores de cada una de las áreas correspondientes en las que estaría organizado el ejecutivo: a) Educación, cultura, artes, pueblos originarios, interior, justicia, defensa; b) Desarrollo, economía, hacienda, trabajo, energía, medioambiente, minería, agricultura, descentralización; c) Ciencia para la vida, tecnología para la paz, salud.
Por su parte, el Poder Legislativo debería estar conformado por una Cámara de Representantes o Asamblea Popular, cuyos miembros serán elegidos entre los candidatos que se hayan destacado por su aporte en el desarrollo de su comuna, provincia o región.
Según mi parecer, el primer Triunvirato debiera estar conformado por estos destacados ciudadanos: para el área de Educación propongo a Cristián Warnken; para el área de Desarrollo: Manfred Max-Neef; para el área de Ciencia: Humberto Maturana. Un Triunvirato que se precie de tal, debe contar con un buen asesor (lo que es ahora el famoso segundo piso de La Moneda); para este cargo, quien más experimentado que el gran Alejandro Jodorowsky. Su papel esencial: poner a disposición la cosmología, su cosmovisión y su imaginación para todas las tareas que deberán desempeñar los triunviros. Vocero del Triunvirato, por supuesto, Patricio Bañados.
Ciudadanos: ¡La imaginación al poder!
Nota: para designar a las personas que conformarían el primer Triunvirato, la nueva Constitución deberá incluir un artículo transitorio para ratificar los nombres que se han propuesto. Creo que un consenso en este sentido, es mucho más loable que los que se han venido produciendo desde hace 25 años.