De vez en cuando, a partir del año 2011, hay sujetos que descubren que viven en Chile mediante ataques de realidad que casi sobrecogen.
Esas y esos conversos, hasta ahora mismo, son quienes han construido eso que los sorprende como si se tratara de una novedad revelada por las noticias de las nueve. Y esos accesos de realidad, con peligrosos ribetes cancroides, los azota con inusitada frecuencia en la medida en que las elecciones se acercan.
Mire no más lo que pasa con ese repentino consenso respecto de lo inmoral que significa tener cárceles de lujo en que criminales que debieron haber sido fusilados, pasan los días que completan los años a los que fueron condenados. Y ese ataque de solidaridad que muestran con el presidente Piñera por cerrar por lo menos uno de esos penales, aquellos que precisamente lo construyeron y quienes cuando pudieron, no dijeron esta boca es mía.
De seguir las cosas por ese derrotero, pronto Patricio Aylwin reconocerá su rol golpista en los setentas; Eduardo Frei Ruiz Tagle aceptará que fue un desprecio indignante no recibir nunca a los familiares de los Detenidos Desaparecidos; Ricardo Lagos Escobar se arrepentirá públicamente del Transantiago y Michelle Bachelet condenará los asesinatos de mapuche durante su gobierno. Sólo por mencionar algunas pocas morosidades éticas.
Menudo problema dejó precisamente Piñera a quien lo suceda en el sillón chamuscado de O’higgins. En el comando celeste de la candidata celeste estarán buscando soluciones en los petit et spéciale groupe para lo que se avecina si tal como dicen los números, se encumbrará a la presidencia de nuevo: la exigencia por cerrar Punta Peuco.
El caso del cierre del Penal Cordillera, sin embargo, que se relaciona con las prebendas hoteleras de las que gozan algunos de los criminales, no aparece porque si no más, a propósito del cambio climático o por un repentino acceso democrático sufrido por la casta dirigente. Por donde se lo mire, el ataque democratizador que cruza a gran parte de la sociedad chilena tiene su origen en la ofensiva comenzada por los estudiantes chilenos.
Los historiadores, periodistas e intelectuales del sistema intentarán buscar explicaciones tanto alambicada como mentirosas respecto de lo que sucede con la avalancha de cosas extrañas que viene pasando, pero a nadie debe extrañar: ha sucedido siempre.
Lo cierto es que las tímidas y sorprendentes movilizaciones iniciadas por los estudiantes de la enseñanza media el año 2006, en las cuales muchachos de doce o quince años salieron a protestar por su pase escolar primero, luciendo rojas narices de payasos, para luego enarbolar una consigna exótica que pedía fin al lucro, a siete años de esa oportunidad, ya muestran algunos triunfos, y por lo tanto, no puede ser de otra manera, también sus víctimas.
Desde esos tiempos viene sucediendo un efecto Doppler, un corrimiento hacia el rojo que trastrocó el predecible decurso de la historia chilena del último cuarto de siglo, que no fue advertido por la inteligencia del sistema.
Más bien el curso de acción tomado por la ex presidenta Bachelet para inmovilizar a los estudiantes del año 2006, esa extraordinaria llave de judo llamada Comisión Presidencial para la Educación, que evacuó un informe a contrapelo de los estudiantes y el movimiento social y que significó un solemne y emotivo levantón de manos para anunciar la Ley general de Educación, dio los resultados esperados solamente hasta cuando comenzaron a despercudirse los estudiantes universitarios.
En ese segundo, el régimen no advirtió que comenzaba a vivir en peligro. Por lo menos, que la impunidad en la que había pasado esos prodigiosos veinte años, comenzaba a mostrar síntomas de un agrietamiento peligroso.
Y que un extenso colectivo de nuevos dirigentes, curiosamente nacidos en el borde transicional de los años 90, y que por lo tanto no arrastraban las rémoras del fracaso, y que hablaban un idioma soberbio y bien hilvanado, decidía quedarse en la pela enarbolando, ahora con más decisión, consignas del todo pasadas para la punta.
La primera víctima de la incursión de los estudiantes fue la calma termal en la que sucedía la imposición de una cultura cuyos altares dominan en los centros comerciales, y cuya energía vital es la codicia.
La segunda, fue sin duda el sentido común. Cuando se alista el traslado de decenas de criminales desde su parcela de agrado pre cordillerana a otra ubicada en el secano costero, surge un hecho indesmentible que alguna vez será necesario aclarar: porque habría de ser la derecha la que hizo tamaña acción de arte.
El desplome del sistema no está a la vuelta de la esquina. Pero algo le sucede en su psiquis, en sus entrañas. Es cierto que aún tiene el poder de mantenerse en sus sitiales, cuarteles y rascacielos. Pero su perfume ya no inebria como hasta hace poco.