A los 61 años de edad dejó de existir el periodista Ricarte Soto, destacado opinólogo del matinal de TV, “Buenos Días a Todos”, además hombre de radio e incisivo académico. Víctima de cáncer al pulmón, sobrellevó cuatro años esta perversa enfermedad. “La vida es muy corta; y la muerte es muy larga”, solía decir el carismático comunicador.
Cuando aún perduraba la algarabía dieciochera de septiembre, el periodista falleció a las 07:34 horas. La infausta noticia corrió como regüero de pólvora. Las redes sociales difundieron de inmediato este lamentable suceso.
Ricarte, hijo del aplaudido cineasta Helvio Soto, había sostenido una pertinaz lucha contra su implacable enfermedad, producto de su adicción al cigarrillo. Pese a que lo había dejado hacía ya una década, el mal se había instalado en su organismo. Su incontrolable hábito a la nicotina, lo impulsó a fumar una cajetilla diaria de cigarrillos. Consciente de que estaba atentando contra su propia existencia, intentó en los últimos años enmendar el perverso camino del “fumar es un placer, genial, sensual”… como dice el viejo tango.
Exiliado en Francia durante los años de la dictadura, Ricarte Soto trabajó arduamente con su padre en diversos documentales que denunciaban la represión existente en Chile, en aquellos aciagos días de la dictadura cívico-militar.
En París conoció a Cecilia Rovaretti, periodista argentina que conducía un programa de noticias en Radio Francia Internacional. Ricarte se integró al espacio radial y se prendó de Cecilia. Entonces deshizo su compromiso que tenía con una búlgara, para concentrarse en Cecilia Rovaretti, quien parecía no advertir los devaneos amorosos de Ricarte. Hasta que un día la abordó en las escalerillas de la estación radial parisina. A la sazón, le dijo, de manera franca y directa: “Oye, ¿a tí se te puede invitar a salir?” Cecilia soltó una carcajada. Esa fue la primera cita. Más tarde Cecilia se convertiría en su inseparable compañera durante 30 intensos años, junto a una hija procreada entre ambos, María Elcira.
El regreso a Chile ocurrió en 1992, año en que la democracia chilena comenzaba a dar sus primeros pasos tras asumir Patricio Aylwin la presidencia, en 1990. Regresó para aportar con su granito de arena al periodismo incipiente en Chile, después de casi 17 años de dictadura.
Aunque su fuerte era profesionalmente el campo político, Ricarte Soto logró insertarse en los medios de comunicación que, entonces, comenzaban a abrirse tímidamente a nuevos derroteros, a nuevas corrientes de opinión, tras la larga noche obscura dictatorial que había acabado con toda expresión cultural y periodística. Su fuerte era el análisis político, género periodístico que había practicado asertivamente en la radioemisora francesa.
No obstante, la precariedad de contenidos de los medios chilenos, motivaron al inquieto periodista a incursionar en el campo de la farándula; pero reconocía que él practicaba “una farándula constructiva”. Reconocía, además, que se valía de ella para introducir entremedio sus comentarios y opiniones políticas. “Yo vivo agradecido de la farándula; y me comporto como un camaleón”, comentaba Ricarte con frecuencia.
Su esposa, en tanto, su fiel compañera, la periodista argentina Cecilia Rovaretti, lograba encauzar sus inquietudes frente a los micrófonos radiales. De grata voz y perspicaz comentario, se incorporó a Radio Cooperativa, donde destacó conduciendo con gran éxito —hasta hoy— el bloque matinal “La mañana en Cooperativa”, espacio de debates políticos y culturales con invitados especiales, logrando una alta sintonía, cotidianamente.
Ricarte Soto, a su vez, lograba consolidarse en el programa matinal de TV, “Buenos Días a Todos”, emitiendo ácidos comentarios acerca del devenir cotidiano de la sociedad chilena. Tal vez de manera inconsciente, Ricarte le propinó al matinal televisivo un sesgo de contenido, opinante, con enfoques francos y concisos. Gustaba a la teleaudiencia por sus comentarios ácidos, al hueso, sin caer en frivolidad pueril, como el resto de los pseudo-periodistas que se fascinan en llamarse a sí mismo “opinólogos”.
Ricarte Soto asumió este desafío con pulcra honestidad, aún arriesgando ser motejado de “farandulero”. Él, no obstante, agradecía la oportunidad de enfrentar las cámaras de TV para lograr traslucir sus verdades, sus mordaces críticas a una sociedad chilena que se debate ambiguamente entre el lucro y la manipulación informativa.
Como académico, Ricarte Soto logró igualmente formar una corriente de nuevos comunicadores con un criterio diferente, una postura disímil, de confrontación, sin caer en el “periodista – relacionador público” a la que se había acostumbrado la sociedad chilena durante los años de la dictadura cívico-militar.
Hace cuatro años se le declaró su mortal enfermedad. Tal vez lo sabía. Las aplicaciones de quimioterapia retardaron en algo el desenlace fatal. Pero aún soportando esa cruda realidad, Ricarte sacaba fuerzas para protestar y poner el dedo en la llaga ante tantas injusticias y falencias de un sistema neoliberal que agobia a la mayoría de los chilenos y multiplica las riquezas de las doce familias que manipulan el país a su antojo, incrementando cada día su ya enorme peculio.
Organizó, en mayo pasado, la llamada “Marcha de los enfermos”, la que encabezó. Esta marcha tuvo por objetivo llamar la atención de las autoridades y remecer al país entero, ante el agobio debido al elevado precio de los medicamentos. “En este país fallece un gran número de ciudadanos porque les es imposible adquirir los medicamentos adecuados”, gritaba Ricarte Soto. Denunciaba, con frecuencia, que su letal enfermedad le exigía un tratamiento mensual de $2.100.000 (dos millones cien mil pesos), en tanto que la isapre le reembolsaba sólo $33.000 (treinta y tres mil pesos). El útimo tratamiento, internado en una clínica particular, le significó un costo de 64 millones de pesos, deuda pendiente.
Este inmisericorde lucro que abruma a tantos chilenos enfermos, motivó a Ricarte Soto a impulsar el llamado Fondo Nacional de Medicamentos, el cual consiste en consolidar por ley un fondo —generado por empleadores y trabajadores—, para que llegado el momento de las crisis de salud, provocadas por abruptas enfermedades —como fue su caso—, poder responder financieramente ante tan altos presupuestos de médicos y medicamentos.
El comunicador tuvo que internarse, finalmente, el pasado 1 de septiembre para someterse una vez más a brutales sesiones de quimioterapia. Todo ello fue ya en vano. Su metástasis anunciaba el final de la vida de Ricarte Soto, que se apagó lastimosamente este 20 de septiembre a las 07:34 horas.
Dejó un significativo legado, sin embargo, pues próximamente se discutirá en profundidad el proyecto de ley que él impulsó férreamente, con voz siempre franca, para tenderle una mano solidaria a los miles y miles de enfermos chilenos que claman, con desesperación, al no disponer de recursos para solventar el alto costo de las medicinas. “No es justo que en nuestra sociedad fallezcan tantos compatriotas —reclamaba Ricarte Soto antes de su muerte—, por no disponer de dinero para adquirir sus medicamentos… ¡No es justo!”.
Por Francisco LEAL DÍAZ