Diciembre 5, 2024

TELESCOPIO: el 18, carnaval, catarsis e identidad

Para quienes vivimos fuera de Chile las fiestas patrias son las imágenes celebratorias de TV Chile, los ecos de alguna cueca lejana a través del Internet y por cierto las numerosas fiestas con que la comunidad de la diáspora se reúne a comer empanadas y beber algún vino chileno en algún hall especialmente arrendado para la ocasión.

Curioso el caso de las fiestas patrias, que en Chile este año toman casi una semana entera, probablemente es el único país en el mundo que hace de su día nacional un evento de tales proporciones. En Estados Unidos, donde también el fervor patriótico es muy alto, las celebraciones sin embargo son bien acotadas: el 4 de julio y punto. Aquí en Canadá el día nacional, el 1º de julio, da ocasión a un gran espectáculo musical y un colorido despliegue de fuegos artificiales, especialmente en Ottawa, la capital, en el resto del país hay desfiles cívico-militares, pero de nuevo, con mucha precisión y pensando en la productividad los canadienses estarán—sobrios y alertas—en sus puestos de trabajo al día siguiente, a no ser que se trate de un domingo claro está. En la provincia de Quebec donde habito, la fiesta de San Juan Bautista, santo patrono de los franco-canadienses y por extensión, celebrada como fiesta nacional de los quebequenses francófonos tiene manifestación popular también con mucha bebida—principalmente cerveza—como en Chile, pero circunscrita a ese día y no más. En mi primer período de exilio viví en Argentina y allí también se observa el 25 de mayo (primera junta, equivalente a nuestro 18) y el 9 de julio (proclamación de la independencia) como días de especial significación histórica, pero se trata fundamentalmente de conmemoraciones cívicas con un rol central para las autoridades, sin mucho festejo popular.

 

Probablemente este fenómeno de las fiestas patrias chilenas con su exuberancia, podría explicarse como el equivalente al carnaval de otras sociedades. Chile en efecto, no tiene carnaval, excepto por algunas pequeñas comunidades del norte que lo celebran porque era tradición en Perú y Bolivia, países a los cuales esos territorios pertenecieron, pero no hay una tradición real de carnaval en nuestro país. Al mismo tiempo sin embargo, algunos afirmarán que todas las sociedades necesitan de ese momento de expansión, de soltarse de ataduras y de sumergirse en las atractivas—y a veces peligrosas—profundidades de esa alegría real o ficticia que proporciona el alcohol, ese inseparable acompañante de las celebraciones de 18, como también lo es de los carnavales, y de sus antecesores, las fiestas dionisíacas de la antigua Grecia y las bacanales romanas. He aquí entonces que las fiestas dieciocheras vienen a ser el “carnaval de Chile”, esa ocasión en que uno se embriagará, en que parecerá ser otro. Ni mejor ni peor, simplemente otro, buscando escaparse de la abrumadora y aburrida cotidianeidad.

 

Si estiramos esa línea de análisis entonces hasta podemos decir que las fiestas patrias otorgan a los chilenos la posibilidad de una catarsis, de echar fuera, probablemente después de unos cuantos tragos en alguna ramada, todo eso que se ha venido acumulando en los meses anteriores: las frustraciones en un trabajo detestable y que no le deja tiempo para vivir, los enormes esfuerzos por salir de la pobreza que sólo se traducen en incrementar el consumo asumiendo nuevas deudas, las incertidumbres, si uno es joven, sobre qué reales perspectivas de trabajo—qué decir de felicidad— le ofrece el país, las incertidumbres si uno es viejo, sobre cómo va a sobrevivir la vejez cuando deje de trabajar y tenga que mantenerse con las magras pensiones que otorga el sistema de las AFPs, o qué le pasará si tiene la mala suerte de enfermarse… Catarsis que en muchos casos simplemente puede tomar la forma de hacer que el parroquiano caiga al suelo de borracho, pero que también puede tomar la forma más fea de la rabia que se desata contra otro, a lo mejor como él mismo, en una de las típicas riñas a veces con trágicas consecuencias, que ocurren en medio del ambiente festivo.

 

Pero el 18 es también un elemento identitario: como un ritual nos reafirma a todos nuestro “ser chileno” para bien o para mal. Y vaya que este aspecto identitario, en sus dimensiones gastronómica y alcohólica es importante, si hasta Salvador Allende—a quien hemos venido de recordar en los días anteriores—definía su proyecto político como “socialismo con empanadas y vino tinto”. Significando con ello el carácter profundamente nacional, apoyado en nuestras raíces que la propuesta de la UP fue en ese momento. Nótese que con ello no se quería decir que se tratara de que los chilenos re-inventáramos el socialismo, como tampoco hemos re-inventado las empanadas (que existen en muchos otros lugares del continente y que en última instancia serían de origen árabe) ni mucho menos el vino tinto. Lo que sí habíamos intentado hacer era adaptar esa idea y plasmarla en una concepción que cumplía con los requisitos de ser aceptada por el pueblo chileno el que a su vez llega en un momento a sentirse en gran cantidad interpretado por ella. Como las empanadas y el vino tinto. Así Allende con esa imagen simple transmitió todo la riqueza del mensaje de su proyecto. Y el mensaje era comprensible porque hay ese sentido de identidad nacional que se expresa en estos días con todo ese despliegue—a veces hay que admitir que también con un nacionalismo y un patriotismo que son ramplones—de banderas, de cuecas, del “traje dieciochero” que el poblador modesto compra en alguna liquidación, de alegría desbordante y a veces de violencia también. Es que todo ello es de algún modo parte de esos rituales de identidad que a partir de estos días y por una semana estará llenando los aires del país lejano.

 

Claro está, para la gente de trabajo seguramente estos son los días “carnavalescos” que le permiten reencontrarse con una alegría que muchas veces les es escasa, los tiempos en que más de alguien se va a salir de madre con una “catarsis” inesperada, pero muchas veces explicable; mientras todos se sumergen en las copas de vino y de chicha consumiéndose ellos mismos en esa secular comunión identitaria que los hace chilenos. Por lo menos por unos pocos días, porque lo más probable es que llegando el próximo lunes y como dice Joan Manuel Serrat en su tema Fiesta: “Y con la resaca a cuestas / vuelve el pobre a su pobreza / vuelve el rico a su riqueza / y el señor cura a sus misas […] Vamos bajando la cuesta / que arriba en mi calle / se acabó la fiesta.”

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