Carlos Peña, en su columna del domingo 18 de agosto en el diario El Mercurio, titulada “Cheyre y el pasado”, escribe: “¿Sabía usted que Juan Emilio Cheyre, ex Comandante en Jefe del Ejército y actual director del Servel, entregó un niño de dos años, testigo del asesinato de sus padres a manos de militares, a un convento de monjas. Ese increíble suceso -sobre el que Cheyre ha guardado hasta ahora silencio- ocurrió en 1973”.
Pues bien, silencios como los de Cheyre, relacionados con las violaciones de los derechos humanos existen muchos. Por ejemplo, Agustín Edwards, dueño de El Mercurio, jamás ha declarado ante los tribunales por haber promovido ante un gobierno extranjero (USA) el derrocamiento del gobierno legítimamente elegido de su país (Chile), encabezado por Salvador Allende. Otro silencio macabro es el que guardan las FFAA en su conjunto, que se han negado a revelar el destino de los detenidos desaparecidos, torturados, asesinados y hechos desaparecer tras el golpe de Estado de 1973. Silencio también guardan docenas de delatores, encubridores y torturadores que trabajaron o colaboraron con la DINA, CNI y otras instancias de inteligencia y represión pertenecientes al Estado pinochetista.
Y qué decir de personajes como Carlos Bombal, Evelin Matthei, Raúl Hasbún, Sergio Onofre Jarpa, Pablo Rodríguez, Carlos Larraín, Andrés Allamand, Sergio Melnick, Francisco Javier Cuadra, Sergio Fernández, Lucía Santa Cruz, Patricio Melero, Pablo Longueira, Iván Moreira, Alberto Cardemil, Alfonso Márquez de la Plata, más una interminable lista, que guardaron silencio ante las violaciones de los derechos humanos, incluso las justificaban o negaban. Hoy sus silencios continúan maleando el ambiente, pretendiendo pasar piolas ante la sociedad como si fueran unas incólumes palomas. Por otro lado, están los rostros de la televisión de los años 70 y 80, que conviviendo con personajes macabros como Álvaro Corbalán y varios de su estirpe, guardaron un silencio colaboracionista y también pretenden pasar piola con una sonrisa parriana en sus rostros. En Chile son muchos los que guardan silencio tal como lo hace Cheyre. El silencio es un arma poderosa y malévola cuando de crímenes se trata. En una democracia de verdad debe existir siempre justicia, a todo nivel, sin ambigüedades ni olvidos. Los silencios se rompen no claudicando jamás en la búsqueda de esa verdad y, por supuesto, de una ejemplar justicia.