Diciembre 26, 2024

Brutal represión en Egipto: ejército y policía matan a 500 personas

El Cairo.- Mientras en torno al sitiado campamento islamita atronaba el fuego de ametralladoras este miércoles, un chico de 12 años, llamado Omar, estaba sentado en un colchón bebiendo jugo de naranja. A unos metros, los cuerpos de 31 manifestantes yacían en el sucio suelo, con gruesos manchones de sangre. Muchos habían recibido disparos en la cabeza y el pecho con balas de alta velocidad; los labios retorcidos delataban los espasmos de la agonía.

 

Al preguntarle cómo se sentía al presenciar tales escenas, el muchacho, que llevaba tenis Puma y jeans azules, se quedó mudo unos segundos; parecía confundido. Luego, con candor infantil, comentó: No es muy agradable.

 

Cualquiera que haya sido el objetivo del Estado egipcio al lanzar este ataque tan anunciado, los cientos de niños que se escondían dentro del campamento no olvidarán la ferocidad de un gobierno que ahora ha declarado la guerra a los islamitas del país.

 

Los líderes egipcios han puesto en marcha una serie de sucesos cuyas consecuencias son impredecibles. Enfrentamientos a muerte se reportaban en provincias de toda la nación, donde al parecer se produjeron ataques en represalia a estaciones de policía, instituciones gubernamentales e iglesias coptas. Hubo decenas de muertos, cientos de heridos.

 

Un indicio de hasta dónde esta ofensiva gubernamental afectará la transición política es que Mohamed El Baradei, premio Nobel, renunció al cargo de viceprimer ministro en señal de protesta. El gobierno interino ha impuesto el estado de emergencia, que durará un mes, y un toque de queda. Se informó que agentes de seguridad detuvieron a los principales líderes de la Hermandad Musulmana, entre ellos Mohammed Beltagy, cuya hija de 17 años fue asesinada en meses recientes.

 

Dentro de la mezquita de Rabaa Adawiya, ubicada en el corazón del campamento, en el este de El Cairo, bebés lloraban aferrándose a sus madres mientras el fuego de ametralladoras ardía a su alrededor. En el centro de la sala de oraciones, tendidos sobre la alfombra entre cientos de mujeres y niños pequeños bajo el calor sofocante, habían colocado 10 cuerpos uno junto a otro, rodeados con un cordón.

 

Una niña de siete u ocho años, que vestía pantalón color de rosa y playera, se abrió paso de un lado a otro de la mezquita saltando entre los cadáveres.

 

La policía y el ejército no entienden más lenguaje que la fuerza, expresó Jalid Mosén, un ingeniero de 50 años que estaba atrapado aquí. Quieren matar a todos los que tengan opiniones adversas a ellos.

 

Dado el poder de fuego desatado contra los manifestantes, a muchos islamitas les resultaría difícil ver las cosas de otro modo.

 

Según testigos, el fuego comenzó por la mañana, a eso de las seis, cuando las fuerzas de seguridad que rodeaban el lugar lanzaron su feroz ataque. En otro campamento ubicado en el oeste se ordenó una operación similar.

 

Hacia el final de la tarde continuaban los disparos. Pesadas descargas de ametralladoras semiautomáticas resonaron todo el día en suburbios cercanos. Si hubo alguna tregua, fue breve. Durante unas 10 horas, los partidarios de Mohamed Mursi fueron sujetos a una continua lluvia de fuego.

 

Por la calle Nasr, la principal vía que cruza el campamento, silbaban disparos de francotiradores; en edificios cercanos se escuchaba el continuo tableteo de ametralladoras; por entre el laberinto de tiendas de campaña sonaban persistentes balaceras.

 

Un médico del hospital, quien sólo dio su nombre, Ahmed, dijo que ni siquiera la invasión israelí en Gaza de 2008 llegó a estos extremos. Durante la batalla trabajé allá como médico. En 12 días de combates en Gaza hubo menos muertos que en seis horas acá.

 

Entre el vertiginoso caos de la masacre –la tercera perpetrada contra islamitas egipcios en poco más de un mes–, es difícil encontrar cifras confiables. Según el Ministerio de Salud, se han confirmado 278 muertos, pero es posible que el número sea mucho mayor (con las horas se han contado máas de 500). El doctor Hisham Ibrahim, jefe de la clínica de campo en Rabaa Adawiya, dijo a The Independent que habían perecido cientos de personas.

 

Sea cual fuere la cifra final, el flujo constante de manifestantes desfigurados, perforados por las balas, hace imposible guardar los cuerpos en forma adecuada. En una sala que en las dos matanzas anteriores fue usada como anfiteatro había 42 cuerpos apretujados en el suelo. Conforme se desenvolvía la matanza se improvisaron otras zonas como casas de la muerte.

 

Detrás de la plataforma estaban tendidos 25 cadáveres envueltos en mortajas blancas, sin refrigerar, bajo el quemante sol de agosto.

 

Es un genocidio, afirmó el doctor Yehia Makkayah, del hospital de Rabaa. Quieren desaparecernos del país. Nunca imaginé que egipcios mataran a egipcios con armas como éstas. Era tal el caos en el hospital, que un área de recepción del segundo piso se utilizó como morgue para guardar 26 cuerpos. Un piso más arriba, en un minúsculo almacén, yacían otros dos cadáveres sobre charcos de sangre. Corredores de menos de un metro de ancho estaban tapizados de docenas y docenas de heridos. Los pacientes más afortunados eran alimentados gota a gota por algún amigo o pariente, e incluso algunos tenían el lujo de una cama. Los pisos estaban pegajosos de sangre y vómito.

 

La gran cantidad de muertos y moribundos hacía imposible transitar por la escalera principal. Manifestantes heridos, la mayoría derribados por armas de fuego, eran llevados en brazos a los quirófanos.

 

Los soldados son los perros de los israelíes, afirmó Mohamed Mostafá, veterinario que guardaba vigilia junto a la cama de su cuñado, un hombre de 36 años al que una bala le destrozó la espina dorsal. No son egipcios.

 

En el anfiteatro principal, junto a la clínica de campo, Malik Safwat, la madre de una víctima de 16 años, luchaba por llegar hacia él entre hileras de cadáveres.

 

¡No mueva ese cuerpo!, gritó uno de los asistentes del anfiteatro a un voluntario que trataba de abrirle paso. Mueva uno más ligero. Por fin la madre llegó hasta su hijo, y con lágrimas en los ojos se puso a sacudirle la rodilla derecha de un lado a otro, como tratando de despertarlo. También llegó la hermana del muchacho. ¡Mi amor!, murmuraba temblorosa. ¿Por qué, mi amor?

 

A eso de las 5 de la tarde, los servicios de seguridad habían ganado acceso al hospital y retiraban a todos hacia calles de los alrededores. Miles de personas comenzaron a salir del campo, mientras los buldózeres de la policía avanzaban para destruir las tiendas que quedaban en pie.

 

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

 

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *