Lágrimas, indignación y rabia… ¡mucha rabia!, provocó en los 33 mineros atrapados durante 69 días en la mina San José, entre agosto y octubre del 2010 —a 700 metros bajo tierra, en la Región de Atacama, a 800 kilómetros al norte de Santiago—, el fallo judicial que libera de toda culpa a los dueños de tal yacimiento.
Pocos imaginaron que tras tres años de ardua investigación la Fiscalía de Atacama cerraría el caso sin encontrar culpables como consecuencia del derrumbe producido el 5 de agosto del 2010, originando una secuela de incertidumbre que se prolongaría hasta el 13 de octubre, escenificándose un singular rescate presenciado por mil millones de televidentes en todo el mundo.
El suceso concitó el interés mundial debido a las inciertas condiciones de vida de los 33 mineros, quienes los primeros 17 días permanecieron aislados del mundo exterior, hasta que una sonda logró perforar las duras rocas y tomar contacto con el refugio de los angustiados trabajadores.
No obstante, la algarabía del rescate final duró poco tiempo, pues las autoridades pertinentes olvidaron por completo a los verdaderos protagonistas, abandonados luego a su suerte.
Esta inverosímil realidad ya me la había corroborado, con anterioridad, en entrevista exclusiva, Jorge Galleguillos, quien entonces me confidenció el abandono en que ahora se encontraban. “Muchos se aprovecharon de nuestro drama —me explicó en esa oportunidad Galleguillos—, sacando partido de este doloroso suceso”.
Ya entonces este sufrido minero me había confidenciado acerca de las secuelas psicológicas —sin tratamientos certeros—, de la mayoría de los 33 mineros. Como consecuencia inmediata de ello, prácticamente todos han sufrido extenuantes vigilias nocturnas, sin lograr conciliar un sueño reparador indispensable para enfrentar las vicisitudes cotidianas.
Semejante denuncia ha hecho en estos días Mario Sepúlveda, el minero más mediático del grupo, quien al borde de las lágrimas confesó que se sentía estafado, atropellado, humillado, ante la persistente indiferencia de las autoridades encargadas de investigar a fondo lo sucedido durante los 69 días que permanecieron atrapados en la mina San José. “Sólo una vez me llamaron a declarar… Y en esa oportunidad no pude concurrir porque no estaba en condiciones psicológicas… Después ya no supe nada más”, reiteró el más locuaz de los mineros, quien jugó un papel relevante durante los aciagos días del cautiverio bajo tierra.
“Muchos me estafaron, hasta con plata, pues pensaron que a raíz de nuestro drama, me estarían llegando recursos y apoyo de todas partes… Y, la verdad, eso nunca ocurrió…”
Como prueba de ello, Mario Sepúlveda exhibe una prótesis dental por la cual le cobraron un ojo de la cara, pero que finalmente no le sirvió para nada. “Estas cosas —confesó angustiado el minero— a uno le dan mucha rabia, porque significa que se han estado aprovechando de nosotros”…
Mario Sepúlveda fue uno de los 33 mineros atrapados que logró sobrellevar con sorprendente optimismo el cautiverio bajo tierra. Se convirtió espontáneamente en uno de los líderes que contribuyó de manera significativa a mantener el buen estado de ánimo de sus compañeros. Fue el protagonista de los chascarros, haciendo bromas permanentes a sus compañeros, ofreciéndoles su hombro para consolarlos en sus momentos de mayor congoja, cuando la incertidumbre les corroía los pensamientos intentando vislumbrar cómo saldrían con vida de allí. “Muchas veces —reveló Sepúlveda—, yo me iba a llorar solo en un rincón, pues tampoco estaba seguro de que saldríamos vivos del fondo de la mina San José”.
El otro liderazgo significativo fue el que impuso en esos dramáticos días, Luis Urzúa, el capataz que logró imponer la necesaria disciplina para soportar el agobiante paso de los días, sin agua, con una escuálida ración de una cucharadita de atún al día, aparte de asignar tareas a cada uno de los desventurados mineros. Urzúa logró, con esto, un doble objetivo: por una parte, asignarles necesarias responsabilidades; por otra, mantenerles la mente ocupada evitando que se agobiaran con sus pensamientos de incertidumbre.
Urzúa fue el último hombre en ser rescatado de la mina, considerado el líder más sólido en tales circunstancias. Al arribar a la superficie, aquel memorable 13 de octubre de 2010, fue recibido con un abrazo por el Presidente Sebastián Piñera, a quien le dijo con lacónicas palabras: “Misión cumplida, señor Presidente: le entrego a usted ahora el turno de la mina”… Una escena dramática presenciada por millones de televidentes en todo el mundo, y ante un millar de corresponsales que se habían congregado en el lugar del suceso, en la Región de Atacama, a unos cuantos kilómetros de la ciudad de Copiapó.
No obstante, el Presidente Piñera fue severamente criticado por la ostentación que hizo del suceso, exhibiendo después en sus giras internacionales el emblemático papel enviado por los mineros sepultados bajo tierra, con aquel histórico mensaje que hizo vibrar a los chilenos: “Estamos bien en el refugio los 33”.
LA REALIDAD ACTUAL
Volviendo al reciente fallo de la Fiscalía de Atacama, que liberó de toda culpa a los propietarios de la mina San José, acusados incluso de negligencia por las precarias medidas de seguridad existentes para desarrollar la actividad laboral, el propio Laurence Golborne, entonces ministro de Minería, se mostró sorprendido por este fallo judicial: “Me parece increíble que después de tres años de investigación se determine eso.. Yo planteo un tema muy simple para el sentido común: si la chimenea de la mina San José hubiese estado escalerada, como establece la normativa o más aún como las fiscalizaciones obligaban a la mina a hacerlo, los 33 mineros no hubiesen pasado tantos días atrapados”, aclaró el ex ministro de Minería.
En tanto, los abogados de los dueños de la mina San José, Catherine Lathrop y Matías Insunza, manifestaron que sus defendidos —Alejandro Bohn y Marcelo Kemeny—, estaban “muy conformes con tal resolución”. La abogada agregó, además, que “esta resolución no es antojadiza, pues es parte de un largo proceso investigativo”. Con tales declaraciones, Lathrop aludía que el derrumbe en la mina San José se había producido por causas naturales, afectando la plataforma de la mina y que, por lo tanto, “no existe responsabilidad alguna en los dueños de la empresa”.
A su vez, Matías Insunza argumentó que el proceso de sus defendidos “fue bastante duro”. Y especificó que “ellos fueron víctimas desde el primer día, pues la ciudadanía los condenó de inmediato, por lo que este cierre de investigación concluye una etapa que involucró a toda la familia de los responsables de la minera”.
CUESTIONAMIENTOS DE LA OPINIÓN PÚBLICA
La industria minera en Chile genera cerca del 20 por ciento de los ingresos del país, por lo que tragedias como esta ocasionan una abrupta desestabilización en la industria. Tras el derrumbe del 5 de agosto de 2010, la opinión pública cuestionó las medidas de seguridad existentes en la mina San José, propiedad de la minera San Esteban, trascendiendo entonces que ya existían denuncias por las precarias condiciones laborales en los respectivos túneles del yacimiento; y, además, se insistió en las frágiles acciones de fiscalización por parte del Servicio Nacional de Geología y Minería (Sernageomín). Varios ejecutivos de este organismo fiscal fueron entonces puestos en tela de juicio, con el consiguiente resultado de renuncias y/o despidos.
No obstante, ninguna medida sirvió para paliar el dolor y la magnitud del desastre, tras el derrumbe, originando una secuela de trastornos en los protagonistas de este drama humano bajo tierra.
Se concluyó, finalmente, que dada la madurez de la industria minera en Chile, “este fue un accidente que nunca debió ocurrir”… Fue inevitable recordar cifras abrumadoras, estadísticas escabrosas del sector: por ejemplo, en los últimos diez años se han contabilizado 373 trabajadores fallecidos, particularmente en la mediana y pequeña minería.
Es probable que las recientes declaraciones de Mario Sepúlveda, tras el fallo del Ministerio Público, contengan frustración, indignación, desesperanzas y rabia… ¡mucha rabia!: “Qué más podemos esperar de esta ‘cagada’ de justicia. Pero esto no se va a quedar así”…
El único camino factible de aferrarse a ciertos atisbos de probidad es mediante la vía del proceso civil… aunque, en verdad, de los 33 mineros ya nadie cree en la justicia de este país. “Por respeto a mis compañeros no me quemo a lo bonzo frente a La Moneda”, concluyó indignado Mario Sepúlveda, reiterando una vez más —¡con mucha rabia!— que “esto no se va a quedar así”.
Por Francisco LEAL DÍAZ
(Autor del libro “BAJO TIERRA – 33 Mineros que Conmovieron al Mundo”; primer documento escrito acerca del drama ocurrido en Atacama el 2010).