Diciembre 26, 2024

Telescopio: apuntando al centro político

Los que tengan cierta edad recordarán el nombre de Regina Orrego, ella era una famosa clarividente que todos los años anunciaba sus profecías; pues bien si en 1970 algún líder socialista le hubiera ido a consultar sobre el futuro de su tienda política y ella hubiera respondido “en 20 años más ustedes van a gobernar en alianza con la democracia cristiana, y esa alianza va a perdurar por muchos años…” lo más seguro es que tal profecía hubiera sido descartada como la más absurda de las tonterías que una adivina podía decir.

Bueno, doña Regina no lo vio en su bola de cristal, pero socialistas y demócratacristianos han marchado como importantes aliados desde que en 1986 se fueran delineando (y negociando) las bases para lo que iba a ser el Chile post-dictatorial.

 

¿Cuán importante es hoy la unidad socialista-demócratacristiana? Fundamental sostendrán algunos como Camilo Escalona. Sobre la base de esta unidad se ha construido una institucionalidad y se ha dado estabilidad al país. En esto último coincidirán el ya nombrado senador y analistas de derecha. Tratando de mirar el fenómeno con alguna objetividad no puede desconocerse que el entendimiento entre esas dos fuerzas ha sido de gran importancia para afianzar tanto el modelo de transición a la democracia aceptando los parámetros dejados en pie por la dictadura (por lo demás—y a consecuencia de lo anterior—una transición larguísima como se ve, pero transición al fin de cuentas), como el modelo neoliberal de la economía. La unidad de esos partidos (me niego a utilizar la expresión “partidos hermanos” que alguna vez se utilizó para la unidad socialista-comunista y que siempre me pareció una expresión cursi) tiene además importancia por el hecho de ser la conjunción de los dos principales partidos provistos de una concepción política clara, “partidos ideológicos” como uno podría decir, a diferencia del PPD que fue creado como un “partido instrumental” aunque en tiempos recientes tiende a definirse en una postura socialdemócrata. Claro está, algunos podrán criticar que hoy día ni el PS representa claramente principios marxistas ni lucha por la revolución socialista, ni el PDC encarna los principios de la doctrina social de la Iglesia porque últimamente nadie sabe qué cosa es eso, probablemente ni siquiera en el Vaticano. Pero dejemos ese debate de lado por ahora, ya que en todo caso en la conciencia colectiva ambos partidos, por último por los nombres que llevan, sugieren distintos conceptos ideológicos comprensibles, aunque no necesariamente entendidos por la gente.

 

El tema del centro político como elemento “moderador” se ha hecho más relevante estos días en que la coalición opositora prepara su programa y recientemente ha anunciado la conformación del equipo multipartidista que lo elaborará. La presencia allí de René Cortázar y José de Gregorio, dos demócratacristianos claramente identificados con una posición más derechista al interior de esa colectividad, sumada al hecho que su designación más pareció un mensaje al empresariado de que no habría “izquierdización” de la plataforma de Michelle Bachelet, despertó las naturales inquietudes en los sectores de izquierda que apoyan a la candidata. Pero bueno, ese rol moderador (que en este caso concreto sería “derechizante”) va justamente con el rol que la DC en cuanto partido centrista tiene en la arena política. En otras palabras, no habría de qué sorprenderse, para eso está allí. (Dicho esto con todo respeto por lo demás hacia aquellos que al interior de ese partido mantienen y defienden una posición progresista, que ciertamente los hay y muchos).

 

Por cierto mi referencia al comienzo de esta nota a esa hipotética consulta astrológica la sitúo intencionalmente en 1970 porque se marcaba allí el fin de una década en que si algo sonaba como “juntar el aceite con el vinagre” hubiera sido precisamente la noción de juntar a socialistas y demócratacristianos en una proyecto común. Las contradicciones habían sido muchas y muy duras: en los sindicatos y poblaciones—donde la derecha tradicional no tenía mayor presencia—era la izquierda versus la DC las fuerzas que competían por el control de sus organizaciones. Algo similar ocurría en las universidades, en especial en la Universidad de Chile, entonces la mayor del país, donde la Juventud Demócrata Cristiana controlaba la FECH sin contrapesos desde mediados de la década de los 50. Los socialistas a su vez habían sido tenaces opositores de consolidar cualquier entendimiento político más allá de las coincidencias que como oposición habían venido teniendo desde finales de la administración de Carlos Ibáñez y que se habían multiplicado en el gobierno de Jorge Alessandri. El PS—deseoso de borrar el período que con cierta vergüenza catalogaba como de “colaboración de clases” (referencia a su participación o apoyo parlamentario a los gobiernos radicales y luego al de Ibáñez mismo, del cual se había salido con mucha decepción)—había levantado en los años 50 la tesis del “frente de trabajadores” esto es, que las alianzas políticas sólo debían ser con partidos obreros (esto es alianza con el Partido Comunista) aunque aceptando a organizaciones que reconocían y admitían la hegemonía de ese eje básico de la izquierda. Ello permitió que al constituirse el Frente de Acción Popular (FRAP) en 1957 a los partido obreros pudieran sumarse algunos otros partidos como el Partido Democrático Nacional (PADENA) conformado por remanentes del antiguo Partido Democrático y gente proveniente del ala izquierdista del ibañismo, los radicales doctrinarios de Don Rudecindo Ortega y la Vanguardia Nacional del Pueblo de Baltazar Castro, pero no partidos como la Falange Nacional (que luego se pasaría a llamar Democracia Cristiana) o el Radical (en ese tiempo el partido más grande en término individuales). El PS mantuvo siempre su veto a la posible invitación a esos partidos.

 

No es que ellos estuvieran muy de ánimo de unirse al FRAP tampoco: los radicales habían sido oposición a Ibáñez, pero en esos años su discurso estaba mucho más cerca de la derecha, en los hechos el PR fue parte del gobierno de Alessandri y su abanderado presidencial en 1964, Julio Durán, retrotraía a los radicales a los tiempos de González Videla en términos de su discurso anti-comunista, eso sin desconocer que en su interior el PR mantenía también a sectores progresistas que en algunos casos abandonaron el partido (Jorge Arrate, Ricardo Lagos Escobar, por ejemplo) o se hacían fuertes en algunos bastiones internos (la Asamblea Pedro Aguirre Cerda, que reunía a radicales del centro de la capital, se hizo famosa por sus resoluciones que contradecían la línea derechista de la directiva).

 

La DC por su parte, aunque ya durante la administración de Alessandri también albergaba a sectores que buscaban una unidad de las fuerzas progresistas (su figura más notable era Radomiro Tomic) y a pesar de las coincidencias que tenían en la oposición con la izquierda, desestimó un entendimiento formal con ella, prefiriendo adoptar la tesis del “camino propio”, tal como enunciado por su principal ideólogo, Jaime Castillo Velasco. Esa tesis intentaba reivindicar a la DC como una “tercera posición” ajena o equidistante de ambas, la izquierda y la derecha. (Como dato anecdótico, para remarcar esa tercera vía los jóvenes secundarios de la DC en esos años usando la música de Lili Marlen solían cantar: “Nos han declarado guerra sin cuartel / la bestia marxista y el chancho burgués…”)

 

Esa posición hacía que por supuesto desde la derecha la DC fuera vista como complaciente con el marxismo o como antesala del comunismo (recuérdese el panfleto Frei, el Kerensky chileno publicado por un grupo ultraderechista brasileño y divulgado en Chile por Fiducia, un grupo integrista ultraderechista); desde la izquierda simplemente la atacábamos como una nueva cara de la derecha y en última instancia como un peón del imperialismo en su nueva estrategia de dominación.

 

En el fondo, era el drama, la maldición o la bendición de los llamados partidos centristas, tratando de lograr lo mejor de dos mundos: por un lado la idea misma de “centro” parece interpretar buena parte del sentido común: ni muy cerca que te quemes, ni muy lejos que te hieles. Hasta podía encontrar apoyo en consejos con la respetabilidad aristotélica: la búsqueda del punto medio, nada en exceso (“El hombre de espíritu elevado” en Ética Nicomaquea). Para algunos, los partidos políticos centristas son simplemente oportunistas que se volcarán hacia derecha o izquierda según sean las conveniencias del momento. Claro está, el término “oportunista” implica una noción moralista que Marx descartaría de inmediato de cualquier análisis político serio. En cualquier caso, lo cierto es que aunque en teoría parecería fácil y hasta seguro, mantenerse en esa postura equidistante de los extremos, por otro lado y especialmente en momentos críticos, los partidos así llamados centristas, oscilan entre adherirse a las fuerzas de derecha o de izquierda.

 

Esta oscilación o movimiento pendular parece ser una característica sustancial a los partidos centristas, para ilustrar esta afirmación recuérdese el caso paradigmático del centrismo, el precisamente llamado Deutsche Zentrumspartei (conocido en otros idiomas como el Partido Católico de Centro Alemán, fundado en 1870). Este partido intentaba representar políticamente a la población católica alemana, minoría en ese país, aunque fuerte en la parte sur. Después de las elecciones de 1932, los Nazis se convirtieron en la mayor fuerza política individual del país, pero con poco más de un tercio de la votación su representación en el Reichstag los obligó, por algunos meses, a ser socios con otros partidos derechistas cuyos líderes tenían temor o un profundo desprecio por Hitler. Al año siguiente sin embargo, la situación de ingobernabilidad lleva a que Hitler sea designado canciller (primer ministro) quien convoca a nuevas elecciones en las que los nazis incrementan su mayoría, pero sin embargo aun necesitan del apoyo de otros partidos para pasar su Ley Habilitante, una legislación que otorgaba facultades extraordinarias al gobierno para dictar leyes, incluso por sobre la constitución. La ley requería de un quórum especial que los nazis y los demás partidos derechistas no alcanzaban. El Partido Católico de Centro le dio esa mayoría y así la ley que dio control total a los nazis fue aprobada el 23 de marzo de 1933. Ello por cierto no le dio ninguna inmunidad cuando el gobierno, ya controlado por el nazismo decretó la disolución de todos los otros partidos (el DZ optó por disolverse el 6 de julio de ese mismo año). Para ser justos hay que decir que en dar esa aquiescencia a los nazis, el propio papa de entonces (Pacelli, Pio XII) habría tenido algo que ver, ya que en ese mismo tiempo se firmaría un Concordato entre el Vaticano y Alemania Nazi que si bien garantizaba la libertad de la Iglesia en materia de mantener su culto, por otro lado restringía sus actividades sociales, educativas y por cierto las políticas.

 

Pero la historia del Partido Católico de Centro no termina allí: una vez finalizaba la guerra algunos de sus viejos miembros lo restablecieron, pero para entonces la mayor parte de su militancia emigraría al recién formado Partido Demócrata Cristiano Alemán, ya no católico solamente sino también protestante, a cuyas filas pertenecería el más notable de los líderes del período de post-guerra, Konrad Adenauer. Bajo su liderazgo la Alemania Federal u Occidental pondría en práctica las políticas de des-nazificación ordenadas por los aliados. Así, los sucesores del partido que habían facilitado las medidas legales para que Hitler tomara el poder total ahora tenían a su cargo borrar los efectos y el legado del Führer, con una pequeña excepción: Adenauer era también un ferviente anti-comunista. (Como dato anecdótico, el viejo Partido Católico de Centro, hoy reducido a la condición de un grupo marginal de viejitos católicos, sin presencia parlamentaria, fue crítico de las políticas de rearme del líder demócratacristiano Adenauer, uno de los “duros” de la Guerra Fría).

 

De vuelta ahora a nuestra propia experiencia con el centro político, desde los 60 encarnado por el Partido Demócrata Cristiano. Y aquí me detengo un poco para aludir de paso a una vieja cuestión: ¿existe de verdad el centro político? Pregunta que posiblemente se complementa con otra que a veces causa dolores de cabeza en la izquierda: ¿existe la clase media? Digo que ambas se complementan porque en general, los partidos centristas tienden a identificarse o incluso reclaman representar a esa clase media cuya existencia algunos dudan.

 

Como no quiero entrar en esos otros debates, al menos como premisa de análisis es evidente que hay que dar por sentado que existe un centro político, así como también una clase media (o capas medias, o pequeña burguesía, como se la quiera llamar). Pero es igualmente importante indicar que ese centro político tiene esas características oscilantes o pendulares ya señaladas. Intereses de clase, adhesiones internacionales, correlaciones de fuerzas internas y por cierto el impacto de situaciones sociales concretas incluyendo las demandas de la gente en un momento dado, llevan a esos partidos de centro a estar algunas veces más cerca de la derecha o de la izquierda. En 1933 en Alemania el miedo al comunismo (acompañado por cierto de la presión de la Iglesia y el poder económico de los grandes monopolios de entonces) hizo que el Partido Católico de Centro apoyara a Hitler. El drástico cambio de situaciones en la post-guerra hizo que ese partido fuera la fuente principal de militancia del PDC alemán, encargado a su vez de retornar el país a la democracia.

 

En Chile en 1973 como todos sabemos el PDC fue uno de los partidos que contribuyó a crear las condiciones para el golpe de estado. Eso es una realidad. Independientemente de que hubo también dentro de sus filas connotadas figuras que se opusieron a tal conducta y que una vez producido el golpe también fueron lo suficientemente valientes como para denunciarlo. (De paso, también en Alemania hubo figuras del Partido Católico de Centro que se opusieron al apoyo dado por su partido a los nazis, y que además pagaron caro por ello).

 

A la democracia cristiana chilena, hoy en influyente posición una vez más en la coalición opositora y por cierto con todas las posibilidades de ser una fuerza igualmente influyente si—como todo parece anticipar—Michelle Bachelet resulta ser la próxima presidenta, hay que enfocarla con todas sus debilidades y aciertos. No creo que valga mayormente la pena insistir en la vieja cantinela que se repite mucho en el exilio de acusar a los demócrata cristianos de “cómplices del golpe de estado” aunque por cierto la oscilación de los partidos centristas ya mencionada la llevó en ese instante a la derecha. Pienso que es una acusación sin mucho valor porque de igual modo la derecha podría acusarla (como algunos lo hicieron) de ser ese partido el culpable de haber permitido el acceso de la UP al gobierno, al votar por Allende en el congreso pleno que según la constitución de 1925 era la instancia decisoria cuando ninguno de los candidatos a la presidencia obtenía mayoría absoluta en las urnas. No exactamente un empate, pero sí un interesante paralelo que ilustra una vez más cómo los partidos centristas se adaptan a las circunstancias de un momento determinado. Probablemente con mucho menos drama que los partidos situados de modo más definido en izquierda o derecha.

 

La presencia demócratacristiana como fuerza centrista aliada a fuerzas de izquierda es pues un fenómeno a permanecer y con el cual hay que vivir. Entender la naturaleza oscilante del centro político es esencial para hacer una política que conduzca a cambios reales en la sociedad chilena. Después de todo y dentro de la lógica que todos los que se sitúan en la izquierda admiten, acumular el máximo de fuerzas por el cambio social es una condición sine qua non para que esos cambios se implementen.

 

A su vez sin embargo, para que esos cambios sean realidad la única garantía es que se mantenga un clima de movilización social, sólo con la gente en la calle: los estudiantes demandando educación de calidad, las regiones demandando descentralización, los mapuches demandando derecho a su tierra, la ciudadanía demandando nueva constitución mediante asamblea constituyente y otras que se vayan articulando en el futuro (reforma de fondo al sistema de pensiones, introducción de un sistema de salud con acceso universal, sistema de transporte público en manos del estado, derecho al aborto, derechos para las minorías sexuales, etc.) podrán implementarse los cambios sociales que Chile necesita. Y con esa presión social, ojalá de gran aliento y magnitud, el centro político—siguiendo lo que ha sido su trayectoria histórica—no tendrá alternativa sino inclinarse hacia donde perciba que existe un proceso político y una movilización más fuerte.

 

 

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