Diciembre 3, 2024

Monsanto: El “desembarco” de los transgénicos

El académico Andrés E. Carrasco no tiene problemas para exponer los negativos efectos generados por los cultivos transgénicos en su país, Argentina, donde Monsanto levanta tres gigantescas plantas de procesamiento de semillas transgénicas en Córdoba y Tucumán. El doctor Carrasco dirige el laboratorio de Embriología Molecular de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y Conicet, la Comisión de Investigación Científica y Técnica. Disertó sobre agronegocios, extractivismo y tecnociencia en la Universidad de Bogotá, y luego participó activamente en la jornada que realizó en ese país la Red por una América Latina Libre de Transgénicos (RALLT). Allí lo entrevistó Punto Final.

¿Qué pasó después que usted, en 2009, decidió dar a conocer los resultados de sus experimentos sobre el glifosato, y la relación con malformaciones congénitas que se presentan en fetos humanos expuestos a ese herbicida?

Las madres afectadas, organizadas en Córdoba y localidades vecinas a los cultivos de soya, comenzaron a buscarme para entender más lo que les estaba ocurriendo con las fumigaciones aéreas con glifosato. Desde los círculos oficiales fui objetado porque di a conocer esos resultados antes de que salieran en una revista científica. Yo soy médico, e investigo para la gente, porque esto afecta a la gente y deben saberlo cuanto antes. Desde entonces, he estado vinculado a la lucha de esas madres y cuando en 2012 se realizó un juicio inédito en Ituizangó, Córdoba, por las fumigaciones aéreas con glifosato, fui uno de los testigos que explicó al tribunal la relación entre las malformaciones, el cáncer y las aspersiones aéreas con glifosato. Las Madres de Ituizangó obtuvieron un fallo a favor, que reconoció que esas fumigaciones eran un delito.

Luego de una charla en Alemania sobre el glifosato, hubo funcionarios que viajaron tratando sin éxito de desmentirme. Ese primer estudio -‘Herbicidas basados en glifosato producen efectos teratogénicos en vertebrados interfiriendo en el metabolismo del acido retinoico’- fue publicado en 2010 en la revista científica Chemical Research Toxicology. En 2013, junto a un equipo, publiqué en la revista Advances in Molecular Toxicology una ‘Revisión de los efectos de los plaguicidas usados en los cultivos transgénicos en América Latina’”.

 

CIENTIFICO POLEMICO

El profesor Andrés E. Carrasco no cesa de investigar e informar. Durante la reunión de la RALLT sus estudiantes le informaron por Twitter que habían hecho importantes hallazgos sobre toxicidad del glufosinato de amonio, un herbicida utilizado en cultivos transgénicos, y él resplandecía. “Estoy feliz de trabajar con ellos, hay una nueva generación de científicos con otra mirada. Creo que me lo merezco”, dijo a PF. Tiene dos hijos, uno es diseñador gráfico y la hija, actriz. Carrasco además revela verdades en su programa semanal de radio, “Silencio Cómplice”, en FM Tribu. Cuando sus hallazgos incomodaron al oficialismo renunció voluntariamente al cargo de subsecretario de Investigación Científica y Tecnológica del Ministerio de Defensa, que ocupó en el primer gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

¿Qué evidencias puede citar sobre efectos nocivos de los agroquímicos?

A partir de entonces se han generado diversos estudios en el mundo y en Argentina. Uno de los más recientes, mayo de 2012, “Relación entre el uso de agroquímicos y el estado sanitario” fue liderado por Mirta Liliana Ramírez, investigadora del Conicet. Documenta el aumento de cáncer y malformaciones en zonas soyeras y arroceras de la provincia del Chaco, con uso intensivo de los plaguicidas endosulfan, glifosato, paraquat y cipermetrina, entre otros. El informe fue entregado al Ministerio de Salud, pero no tuvo respuesta. Se realizaron 2.500 encuestas y revisión de datos oficiales, concluyendo, por ejemplo, que en Avia Terai, localidad rodeada de cultivos de soya y girasol fumigados entre diez y doce veces al año, el 31,3 por ciento de la población declara haber tenido algún familiar con cáncer. Los muy altos índices de cáncer, y también de discapacidad, se repitieron en otras tres ciudades cercadas por campos transgénicos: Campo Largo, Napenay y La Leonesa. Además, una investigación de la Facultad de Medicina de Rosario, encabezada por el doctor Damián Verzeñassi, comprobó en la localidad agroindustrial de Bovril, Entrerríos, un notable incremento de los casos de cáncer. En la última década pasó a ser la principal causa de muerte. La incidencia de cáncer allí es de 236,78 casos por cada cien mil habitantes, mientras que la tasa media en Argentina para 2008 era de 206 por cada cien mil habitantes”.

¿Y las malformaciones congénitas?

Hay diez millones de personas que viven en territorios ocupados por cultivos transgénicos, que son 23.5 millones de hectáreas, de las cuales un 40% está en manos de sólo un 3% de productores. Está probado que en diez años las malformaciones en ese territorio han aumentado en 400%. La doctora Trombotto, del Hospital de Obstetricia y Neonatología de la Universidad Nacional de Córdoba, estudió en 111 mil recién nacidos la prevalencia de malformaciones congénitas mayores de tipo craneofacial, gastroschisis (defecto en la pared abdominal anterior a través del cual los contenidos abdominales sobresalen libremente) y extremidades, concluyendo que en 1991 la tasa era de 16.2 por cada diez mil nacidos y en 2003, subió a 37.1 por cada diez mil nacidos”.

¿Por qué dice que no hay que hablar por separado de transgénicos y plaguicidas?

Porque cuando en la discusión se separa a plaguicidas de transgénicos, hay una pérdida de consistencia en las raíces del problema. Es como si unos vieran los agrotóxicos sólo por sus efectos en los insectos, otros sobre las malezas y otros sobre los alimentos, por separado. Cuando un problema es así de complejo, no es una sumatoria. Todos tienen un tronco común geopolítico. Siguiendo el pensamiento de Aníbal Quijano, podemos decir que en América no hubo descolonización cultural y predomina una obediencia epistémica a la manera europea. Con el genocidio colonial se destruyeron las formas de pensar, los códigos y miradas de la naturaleza, que fueron remplazados por la mirada europea. Para encarar los problemas de hoy no podemos seguir en esa misma lógica. Observo un despertar de los pueblos originarios. En algunos lugares hay miradas que permiten ver de otra manera lo que ocurre cuando los imperios quieren recuperar el control para utilizar los recursos naturales, que para nosotros son los bienes comunes. Para descolonizar el poder, tenemos que pensar desde América Latina”.

 

EL CASO DE CHILE

¿Qué juicio le merecen las evaluaciones de riesgo que hacen las empresas?

Las empresas manejan también nuestra discusión. Las corporaciones mineras, farmacéuticas y biotecnológicas son redes de poder que expresan las tendencias de dominación de algunas sociedades sobre otras. Son los nuevos marines, son formas de ocupación que separan a la gente de la tierra. Generan espacios para que discutamos sobre ello, sin darnos cuenta de que hay una ocupación literal de territorios. En el caso de Chile, es la minería y la producción de semillas para el hemisferio norte. Si el imperio nos hace fabricar semillas transgénicas, somos un comodín en el juego global, ya no tengo identidad. El país cede y le permite un espacio de poder. Paraguay es una víctima del avance neocolonial y Honduras también. Monsanto no tiene derecho a hacer lo que quiere con los pueblos. Eso es un acto de neocolonialismo”.

¿Y cómo salimos de esta lógica?

Creo que las alternativas las tienen los pueblos originarios por su forma de relacionarse con la naturaleza. Hay que definirnos entre vivir para cuidar la naturaleza o para apropiarnos de ella, por ejemplo a través de las patentes. Los conquistadores partieron haciendo la taxonomía, la clasificación, del mundo vivo. Hoy, que ya destruyeron la tierra, pretenden crear otra Naturaleza…y sacar a la gente de los territorios. Esta es una construcción mental europea y también de Estados Unidos, que heredó lo peor de ese pensamiento. Por eso entiendo la lucha contra los extractivismos, por ejemplo, de los docentes de Famatima en La Rioja; ellos no quieren que la montaña sea vaciada por un megaproyecto minero canadiense. Los pueblos originarios sabían hacer las cosas, sabían que no podían destruir. Hemos retrocedido”.

 

LUCIA SEPULVEDA RUIZ

 

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 786, 26 de julio, 2013

 

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