La definición más sencilla de paranoia es la de una enfermedad mental que hace que una persona desconfíe de las demás. De acuerdo con los siquiatras, entre los factores desencadenantes de esta enfermedad se encuentran los individuos que presentan un acusado narcisismo y que se han visto expuestos a serias frustraciones, hallándose consecuentemente dotados de una baja autoestima.
Más allá del velo de racionalidad, autocontrol y seguridad que proyectan los dirigentes estadunidenses y sus medios masivos de comunicación, comenzando por el presidente Obama, una simple exploración de los actos de espionaje masivo y global revela no sólo la existencia de una paranoia de masas, sino la existencia de un Estado sicópata. El caldo de cultivo de esta locura colectiva es por supuesto la misma sociedad moderna, industrial, tecnocrática, basada en el individualismo, la competencia y un sentimiento de superioridad nacional fincado en la idea de que Dios está de nuestro lado, contraparte del mesianismo musulmán. Si la paranoia es un término siquiátrico que describe un estado de salud mental caracterizado por la presencia de delirios autoreferentes, la distancia entre la ideología de buena parte de los dirigentes y sus propios delirios resulta casi imperceptible.
Frente a un miedo permanente alimentado por delirios, la respuesta igualmente patológica es la del control, pues sólo controlando las fuerzas que acechan desaparece el estado de inseguridad. A escala doméstica, como bien se sabe, el control de las fuerzas externas se logra dotándose de todo tipo de armamento. Un reporte del Congreso estadunidense reveló que hacia 2009 existían unas 310 millones de armas de fuego en posesión de los ciudadanos. Pero a nivel de Estado, la desconfianza en los demás genera una reacción que llevada a su máxima expresión significa conocer lo que piensan, deciden, planean y actúan los 7 mil millones de seres humanos. Y para ello hay que espiarles. Surge entonces el Estado paranoico que se asienta y echa mano de tres recursos fundamentales: el científico, el económico y el tecnológico.
La obsesión por conocerlo todo proviene de las entrañas de la ciencia convencional, es decir, de la ciencia industrializada y al servicio del capital. Pero igualmente está presente en los actos patológicos de la vida cotidiana. Los maniáticos sexuales desde el Monstruo de Viena hasta el Depredador de Cleveland, se dedicaron a controlar sus objetos del deseo, mujeres jóvenes, encerrándolas por años. La obsesión científica por lo absoluto se expresa por un afán de acumular información y de coleccionar. Si el conocimiento es poder, la ciencia en su versión anómala; busca conocer, clasificar, cuantificar y coleccionarlo todo de manera obsesiva. Las computadoras de muchos centros de investigación de Estados Unidos y Europa han trabajado por años para levantar inventarios globales de plantas, animales, hongos, lenguas y conocimientos. Algo similar sucede con los genes, los genomas y las semillas, que se coleccionan y se congelan en gigantescos refrigeradores, como es el caso del arroz, maíz y trigo. En cuanto a la cuantificación, un grupo de economistas estadunidenses se propuso calcular en dólares el valor de la naturaleza y lo lograron a pesar de su sinsentido.
Célebre fue también el proyecto Biosfera-2, un experimento de 200 millones de dólares para crear una segunda naturaleza en el desierto de Arizona. El ecosistema artificial bajo control humano fue diseñado por un grupo de científicos dentro de una gigantesca burbuja. A pocos años de iniciado un detalle inesperado echó abajo el proyecto.
El control de la información ha seguido un rumbo no muy diferente. Además de la CIA y del Pentágono, el gobierno estadunidense fundó en 1952 la NSA (Agencia Nacional de Seguridad, por sus siglas en inglés), la cual se ha convertido en el aparato más grande, caro y sofisticado del espionaje mundial. Las principales instalaciones de la NSA, localizadas cerca de Washington DC, integran un impresionante complejo tecnológico y militar, permanentemente vigilado con paredes de cobre (para evitar la fuga de señales electromagnéticas), vallas electrificadas, barreras antitanques, sensores de movimiento y cientos de cámaras. La agencia cuenta además con un megacentro en el desierto de Utah para almacenar billones de bytes de información de todo el mundo en cuatro galpones que albergan servidores y supercomputadores, un complejo que costó 2 mil millones de dólares.
Manejadas por unos 35 mil empleados, principalmente matemáticos, ingenieros y computólogos, miles de minis y decenas de gigantescas computadoras trabajan día y noche para recibir, coleccionar, clasificar, procesar y analizar, millones de datos captados en todo el mundo, incluyendo los de usted estimado lector y éste mismo artículo que ahora lee. El flujo reportado es alucinante: la NSA intercepta diariamente unos mil 700 millones de conversaciones telefónicas, correos electrónicos y de comunicaciones similares. Emplean traductores, ingenieros, analistas, diseñadores, expertos en criptología, pero también hackers que trabajan en unidades de guerra cibernética y penetran los sistemas informáticos para robar información. La paranoia combinada con el racionalismo encarna eso: la razón vuelta locura; Estados Unidos convertido en una ciber-dictadura.
¿Estamos sanos? Con esa pregunta inicia Erich Fromm una de sus obras capitales, Psicoanálisis de la sociedad contemporánea (1955), una radiografía de la sociedad estadunidense. Medio siglo después, la pregunta no sólo es actual, sino notablemente necesaria. Como lo hemos señalado en otros sitios, cada vez más el destino del mundo estará en manos del mono pensante ( Homo sapiens) o del mono demente ( Homo demens). Este dilema se volverá fundamental conforme avance el riesgo ecológico y la especie humana se enfrente a desafíos inconmensurables o irreversibles. Hoy, Edward Snowden representa la cordura, la defensa de los derechos universales, la libertad de desobedecer y la dignidad humana, frente a una sociedad que se mueve hacia una dictadura de nuevo cuño, conforme la paranoia va tomando más y más las vidas de sus dirigentes. Se trata, en fin, de una batalla crucial entre la sensatez y la patología de la normalidad: Snowden, y la porción cuerda de la especie, contra el imperio paranoico.
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