La televisión, que es pura imagen, es una puesta en escena de la realidad muchas veces tan evidente, que se hace invisible para las masas alienadas: como el traje del emperador. Pero no solo un niño, un poeta o un forastero puede ver la transparencia, también los estudiantes y los outsiders.
Las primarias, un evento transformado en espectáculo por la publicidad política y la televisión, no pudieron representar mejor aquella expresión popular del “circo binominal”. Todos los elementos de esa política de las elites se pusieron sobre la escena para la gran audiencia electoral, en un espectáculo de masas de costosa producción, destinado a la entretención, el consumo y el conformismo que de tanta elaboración terminó en una gran improvisación. Y vimos lo que no se mostraba. Vimos los andamiajes tras bastidores.
Si las elecciones bajo el sistema binominal son la representación falsa de una democracia, este mismo ejercicio acotado a los dos bloques especulares, es la amplificación de esa falsedad. Es distorsión, es la exageración de la falacia, una mera simulación democrática, un gran espectáculo que es útil para su afirmación como farsa. Esta imagen, que no se quiere mostrar como gran espectáculo sino como realidad e información, refleja hoy lo evidente, que es el efecto político detectado por el 80 por ciento de los electores que optó por no participar. La causa de ese fenómeno es lo que la televisión mostró sin querer hacerlo durante aquella jornada. Los canales de televisión exhibieron el gran cisma, de características abismales, entre la elite política y el pueblo de Chile. Con poco pudor quedó exhibida la diferencia entre los supuestos representantes y sus ausentes representados. Las primarias han sido como un retroceso en el tiempo histórico, como un espacio artificial introducido a la fuerza en medio de la realidad nacional. Han sido un trabajo de limpieza y ornamentación de última hora para enfrentar las corrientes de la calle, que aún olían a gases lacrimógenos. Una operación que había requerido un par de días antes hordas de Fuerzas Especiales para desalojar colegios y limpiar los muros de consignas.
El Chile de aquellos políticos que cantaban loas a la “fiesta de la democracia” y al “triunfo de todos los chilenos”, no pudo representar mejor al país actual. Es el Chile de las desigualdades. No ha sido la “fiesta de la democracia”, ha sido una celebración en los salones de las elites y sus adherentes para reforzarse a sí mismos y a la estrecha institucionalidad. Con tanta algarabía pretenden tapar los rugidos de las calles y convertir las primarias en un puntal del debilitado binominal. Una fiesta que es como una gran borrachera para evadir el terror a las movilizaciones callejeras.
La crisis política tras las primarias queda en mayor evidencia. Es la ceguera del establishment, es su obstinación y autocomplacencia. Y es también provocación, al afirmar que los votantes son más que los manifestantes. Querer aislar este evento electoral de la profunda crisis social y política, intentar parchar la falta de representatividad con una cifra, es despreciar a los millones que están excluidos de un sistema político sin representación. Este tipo de discurso, levantado en los canales y en la prensa del duopolio, no solo es una caricatura del conservadurismo, sino un abierto desafío a la diferencia. Las primarias, repetimos, han sido un peligroso retroceso de las elites; se vuelve a representar la realidad política nacional desde su única y obtusa mirada. Como si la única perspectiva válida del país fuera aquella trazada desde La Dehesa o desde el Costanera Center. Dar ese vistazo desde el binominal equivale a la misma torpeza.
La televisión es una herramienta más de la actual institucionalidad binominal neoliberal. Una herramienta ajustada al Chile de la concentración de la riqueza y la desigualdad. Una máquina de la política de las elites que aplana, estandariza, aliena y masifica. Y por lo mismo, también margina y excluye todo lo que le incomoda. ¿Dónde estaban los jóvenes aquella noche, los secundarios, dónde el pueblo mapuche o los representantes de los pobladores organizados?
Las primarias han sido una fiesta del binominal, algo que equivale a una gran representación del Chile actual, cuya principal característica es la desigualdad, la exclusión, el cisma y la decadencia de gran parte de sus instituciones. Por ello mismo, toda esa fanfarria político -mediática, solo útil para una artificial retrolimentación de los agotados partidos, es tan falsa y tan poco representativa como un programa de entretención y farándula. Esa es la realidad que no alcanzará a ver ni la televisión ni los partidos, que solo tienen mirada hacia sí mismos. La política no está en aquellos salones ni en los bailes a los ritmos de la orquesta del Titanic. La verdadera política no está en esa música.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 785, 12 de julio, 2013