Se suceden todavía los ecos de los resultados de las primarias presidenciales y en la mayoría de ellos se advierten interesadas apreciaciones tendientes a magnificar su significación. En realidad no constituye ninguna gran novedad que Michelle Bachelet alcanzara el 73 % de la votación del conglomerado Nueva Mayoría. El porcentaje es similar a las preferencias obtenidas por ella, en todas las encuestas de popularidad realizadas en los últimos años y este solo hecho lo anunciaba claramente. Lo único de valor significativo en esta primaria, iba a ser –como lo fue- el comportamiento del electorado. Una cantidad relativamente más alta que la prevista acudió a sufragar.
A partir de estos hechos, altamente predecibles y conocidos de todos, se ha desencadenado una sucesión de “análisis”, de conclusiones y comentarios descocados, fuera de todo raciocinio, tanto en los medios oficiales como en las redes sociales, algunos del todo delirantes, para consignar las condiciones políticas extraordinarias, únicas, exclusivas y hasta grandiosas de la candidata. Alguno ha ido tan lejos como adjudicarle atributos mágicos, religiosos y espirituales de carácter “cristológico” (¿), ante los cuales uno no sabe si reír a carcajadas o pensar que la sociología y la demencia han devenido la misma cosa.
Las apologías en torno al éxito de Bachelet en la primaria y a sus condiciones como persona política, son del todo exageradas y, todavía más, muchas de ellas están en abierta contradicción con los datos de la realidad electoral. Los que ensalzan su éxito en las preferencias omiten olímpicamente que de un universo de 13 millones 388 mil 643 ciudadanos inscritos, apenas el 12% acudió a votar por ella y que, en el orden de este padrón electoral general, la abstención del 60% registrada en las últimas municipales, creció ahora al 78%. La reacción surge de una precipitada y antojadiza proyección del 73 % obtenido por Bachelet entre los votos favorables a la Nueva Mayoría, sobre el 78% de electores que no acudieron a las urnas y que representan la “friolera” de 10 millones 443 mil 141 ciudadanos. El comportamiento de esta gran masa de electores en noviembre próximo, es por ahora un misterio. Pero lo que sí queda claro es su absoluto rechazo a la “grandiosa” primaria.
Por otra parte, no cabe duda que el millón 561 mil votos obtenidos por Bachelet corresponde plenamente al conglomerado de lealtades a toda prueba que la ex presidenta ha logrado concitar durante sus períodos, primero como ministra y luego como mandataria. Es el férreo núcleo de partidarios personales que expresan por Bachelet una adhesión de carácter emocional en la cual no hacen mella las eventuales debilidades políticas o personales que pudiera ofrecer su candidatura. Este núcleo ha quedado claramente perfilado en esta primaria y no hay ninguna razón para pensar que pudiera ser aún más extenso que lo que constatamos ahora. Los más de 10 millones que no votaron tenían motivaciones mucho más gravitantes para no hacerlo, que eventuales simpatías por Michelle Bachelet.
Consecuentemente, es fácil advertir que el inesperado 22% de participación electoral en esta primaria y que rompiera todos los pronósticos iniciales, es el efecto simple y directo de la afluencia exhaustiva de los partidarios de Bachelet a las urnas. Lo cual no ocurrió en el caso de los otros candidatos. Quizás porque restaron importancia a la votación o porque consideraron que ya estaba ganada por Bachelet. Consecuentemente, es necesario considerar que existe un capital fijo inicial de 1 millón 561 mil electores a favor de Bachelet, pero que más allá de este conglomerado el apoyo exacto hacia ella es todavía incierto. Cualquier proyección mecánica de los resultados de la primaria inducirá necesariamente a apreciaciones distorsionadas.
El verdadero interés de la clase política y de los medios de comunicación en la magnificación de esta primaria y sus resultados, no es otro que el de intentar dignificar y avalar un proceso electoral vicioso, totalmente ajeno a la ciudadanía. Se trata de un esperpento electoral vinculado al poder exclusivo de los partidos en la designación de candidatos, con la completa ausencia de la participación y voluntad ciudadanas. Es decir, bajo el imperio de la segregación política y del sistema binominal, la cofradía de los lobos llama a los corderos a ratificar las decisiones acordadas por ellos –sólo por ellos- entre las cuatro paredes de sus cubiles. Con lo cual se espera vestir de legalidad y democracia a lo que es ejemplo supremo de marginación política y antidemocracia.
Algunos interesados avispados se han apresurado a vincular el exaltado “éxito” de las primarias con una imaginaria preferencia ciudadana por el mantenimiento del sistema representativo, en oposición a cualquier intento de democracia participativa. Con lo cual no hacen más que revelar por dónde van los tiros de tantas loas. La participación democrática de la ciudadanía en el juego político, llena de espanto a la clase política y a los detentores del poder social y económico, por tanto, no se puede perder oportunidad para menospreciarla y descalificarla. Sus elucubraciones, no consideran para nada, absolutamente para nada, que 10 millones, 443 mil ciudadanos que no participaron en esta “magnífica” primaria, están diciendo y demostrando con su ausencia exactamente lo contrario. Que no quieren participar en comedias que no los representan, en farsas de democracia.
El sistema político representativo se encuentra, tanto en Chile como en el resto del mundo, en una etapa de agonia irreversible, por no decir, simplemente que ya está muerto. A través del distanciamiento voluntario de sus mandantes y de una corrupción generalizada, ha sido asesinado por los mismos mandatarios que debieron mantenerlo en vida. Una causa aún más profunda señala que en los nuevos tiempos, tal representación política ya no se justifica y que la nueva vida cultural y tecnológica, propicia y hasta exige la participación directa de los ciudadanos en la gestión política. Las conclusiones antojadizas que algunos pretenden tejer para justificar la falsa democracia que vivimos no tienen ni asidero ni destino. Una corrupta elección primaria, jamás podrá descalificar la necesidad y la justicia de una participación ciudadana democrática. §