Diciembre 5, 2024

Andrés Allamand, por segunda vez perdido en el “desierto”

El haberse dedicado a la política desde los 16 años de edad no constituye mayor mérito en el caso de Andrés Allamand: se quiso presentar como la quintaescencia del gran político, casi de la estatura de un estadista – como dirían los franceses, pretendía tirarse un pedo más alto que su culo -, pero en realidad fue un tonto mito inventado por la Concertación cuando buscaba una derecha democrática que les permitiera llevar a feliz término su traición a los ideales prometidos en el plebiscito del NO a Pinochet.

 

La verdad es que toda biografía de Allamand corresponde a un personaje mediocre, al servicio de cualquier tiranillo, sea éste Augusto Pinochet o Sergio Onofre Jarpa.

 

En su juventud, fue uno de los tantos dirigentes de los secundarios que agitaron paros, rebeliones callejeras contra la ENU de Salvador Allende; pertenecía al Partido Nacional – una versión fascista, con predominio del nacionalismo de Onofre Jarpa – que había reemplazado a la antigua derecha liberal-conservadora, desaparecida después de las elecciones de 1965. Durante los 17 años de dictadura, Andrés Allamand fue uno de los seguidores del tirano. Vuelve a aparecer en la primera plana de la escena política con el Acuerdo Nacional y la formación de una Unión Nacional, partido creado a raíz de la ley de partidos políticos, promulgada por la Junta de Gobierno.

 

Allamand es uno de los tantos epígonos de Jarpa, antiguo ibañista y también seguidor de Jorge Echaurren, director de la revista Estanqueros, fundador del Banco del Estado, ministro de Hacienda de Carlos Ibáñez, fanático portaliano y admirador de Francisco Franco. Una vez derrumbado el liberalismo, pasó a ser uno de los seguidores independientes de Eduardo Frei Montalva. Como podemos comprobar, los ancestros políticos de Allamand son de marcada admiración por las tiranías de derecha.

 

A raíz de una disputa política entre Jaime Guzmán y Sergio Onofre Jarpa surgieron los dos Partidos que hoy conforman la derecha: los de Guzmán, fundaron la UDI y los de Jarpa, Renovación Nacional – Longueira llevaba el maletín de Jaime y Allamand el de Onofre -.

 

A través de los diálogos entre RN y la Concertación nació el mito de mirar a Allamand como el gran demócrata de la derecha, una especie de antiguo liberal, como el honesto Hugo Zepeda Barrios; con mucha facilidad, los líderes de la Concertación de ese entonces olvidaron – o quisieron hacerlo – los rasgos autoritarios de Andrés Allamand – y, de la noche a la mañana, todos los dirigentes de la campaña del No cantaban loas a Andrés y buscaban pactar con él.

 

Hoy, después de casi treinta años, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que el diálogo entre la derecha llamada democrática y la Concertación era un verdadero tongo: ambas combinaciones, en la democracia de los acuerdos, estaban dispuestas a completar y profundizar el proyecto político-económico de Pinochet. Por lo demás, los representantes de la Concertación no sólo manifestaban un miedo parido, sino que siempre estaban dispuestos a conceder todo aquello que propusiera la llamada “patrulla juvenil”, conducida por Andrés Allamand.

 

En 1993, por primera vez la UDI dictatorial hará tragar el polvo a este “gran demócrata”: en las elecciones del distrito 23 – Las Condes, Vitacura y Barnechea – Carlos Bombal, una especie de zorzal criollo y que volvía locas a las mujeres, que había sido alcalde por Santiago nominado por Pinochet, obtiene 65.449 votos, con el 34,89%, mientras que el derrotado Allamand alcanza los 58.471 con el 31,17%; la candidata democratacristiana, Eliana Caravall obtiene el 28% de los sufragios, – los concertacionistas apostaban al triunfo del “demócrata” contra el autoritario UDI -.

 

En 1997, el hasta ahora derrotado y en ese entonces presidente de Renovación Nacional, se presenta de candidato a senador por Santiago Oriente, siendo de nuevo vencido por Bombal, quien obtiene 318.000, contra 207.000 de Allamand – los elegidos en esa circunscripción fueron Carlos Bombal y Alejandro Foxley -.

 

La soberanía popular, estaba claro, no le era favorable a este “gran repúblico”. En 2005 fue necesario encontrar circunscripción senatorial donde estuviera seguro de su “triunfo”, y con muchas artimañas y juegos políticos logró que la UDI estuviera de acuerdo en apoyarlo a él, prescindiendo de candidatos de peso -su rival, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, también fue nominado por la Concertación, como candidato único, a pesar de la ausencia de calidad de líder -. Esta fue la única vez que Allamand logró llegar al Congreso, superando a Frei por 60% contra 39%.

 

La única frase valiente que se le conozca se refiere a la denuncia de los poderes fácticos – los militares, la Iglesia y los empresarios – lo que le valió “su primera travesía por el desierto” en las tierras del Tío Sam donde, presumiblemente, estaba preparándose para volver al valle, en gloria y majestad.

 

Como los viajes y las largas estadías en el exterior son útiles para renovar las ideas, Andrés llegó completamente cambiado: primero, se convirtió en uno de los “samurái” de Joaquín Lavín – entonces candidato presidencial – olvidando todos sus devaneos juveniles de “gran demócrata”. Entre medio, con gran audacia, apareció como candidato su dilecto amigo Sebastián Piñera. Los coqueteos de Andrés provocaban hilaridad, pero afortunadamente pasaron desapercibidos.

 

Andrés Allamand tiene la rara cualidad de publicar algunos libros raros con el objeto de pasar como gran ensayista. Su obra prima, La travesía por el desierto, es bastante superficial; luego del triunfo de Sebastián Piñera publicó La estrella y el arco Iris, una verdadera apología sobre el triunfo de su nuevo héroe, Sebastián Piñera – a lo mejor, quiso imitar a Nicolás de Maquiavelo al escribir un libro para conseguir el trabajo como Canciller -, pero a ambos les fue mal en este intento. Maquiavelo, sin embargo, logró laureles literarios que persisten a nuestros días, mientras que el segundo, apenas logra ser leído por unos pocos – entre quienes me cuento -.

 

La campaña de Allamand va a ser conservada en la antología como el prototipo de los errores que se pueden cometer, día a día, en la lucha por el poder: en lugar de tratar de ganar el sector llamado de centro moderado, Allamand adoptó una concepción ultraderechista, no diferenciándose en nada de su rival Longueira. Incluso, en una de las franjas televisivas se presentó al carabinero Albornoz como uno de los mártires de los derechos humanos, para congraciarse con la derecha pinochetista y lograr, así, sus votos.

 

El Partido RN tiene muy poco futuro: con una estructura bicéfala – una dirección conservadora, encabezada por Carlos Larraín, y un sector parlamentario, llamado liberal, encabezadlo por Lily Pérez, tiene poco poder de negociación frente a la hegemónica UDI. Renovación Nacional, junto a la Democracia Cristiana y el Partido Radical forman la tríada de partidos políticos en extinción.

 

Para Andrés Allamand Las Condes, Vitacura y Barnechea, principalmente, se han convertido en su sarcófago político: en las recientes primarias, Pablo Longueira obtuvo el 60,68% contra el 39,22% de Andrés Allamand. Si comparamos la votación con la última elección de diputados, el contraste sería aún mayor, pues Cristián Monckeberg obtuvo el 56,25%, (17,03% más que Allamand en las primarias), por el contrario, Ernesto Silva ganó con el 43,75% (la diferencia es de 16,93% a favor de Longueira).

 

Ahora termino este artículo y deseo a Andrés Allamand un feliz segundo viaje por “el desierto”.

Rafael Luis Gumucio Rivas

02/06/2013

 

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