Diciembre 8, 2024

La guerra por el voto de centro

En las primarias del 30 de junio es posible que se dé el escenario que pronostica la encuesta Mori, de Marta Lagos. En la Concertación está claro que va a ganar la candidata Michelle Bachelet y, la pelea por el segundo lugar, entre Andrés Velasco y Claudio Orrego, es intrascendente; si, hipotéticamente, saliera en tercer lugar la Democracia Cristiana, de todas maneras estarán en la primera fila en el reparto de los cargos gubernativos y parlamentarios. Por muy desprestigiados que estén los partidos políticos, siempre sus cuadros terminan apropiándose del aparato del gobierno. En Chile, las experiencias no partidarias siempre han fracasado, razón por la cual, de triunfar eventualmente Michelle Bachelet, tendrá que hacer un gobierno cuoteado, con la hegemonía DC-PS y, a lo mejor, con un aditamento comunista.

 

 

El resultado de la última encuesta Mori sostiene que en ambas primarias terminarán Bachelet y Allamand representando a la Concertación y a la Alianza, respectivamente. De darse esta situación, es evidente que el llamado “centro político” – un término tan vago como cuando nos referimos a las capas medias o al voto moderado – se convertirá en el eje de la disputa por el poder entre estos dos candidatos, lo cual forzará a moderar el discurso, tanto de la derecha, como de la izquierda, inclinándolo a la conquista de los actuales seguidores de Velasco y Orrego, quienes pretenden representar al centro y al voto moderado.

 

El centro político constituyó una fuerza determinante en largos períodos de nuestra historia: Max Weber nos plantea una interesante división entre “los partidos de patronazgo” e ideológicos, los primeros están centrados en el reparto del poder y, los segundos, tienen un sentido de misión que persigue el cambio del sistema político. Lechner aplicó esta clasificación a los partidos Radical y Democratacristiano, visualizados, en Chile, como de centro en el período 1938-1973; para este autor, los radicales serían un Partido de patronazgo, con fracciones muy fluidas, supeditando la ideología al manejo de la administración, mientras que los democratacristiano serían un Partido ideológico, con un gran sentido de misión y con un proyecto de sociedad comunitaria.

 

En la época parlamentaria, (1891-1925), el Partido Liberal representó el rol de un Partido de centro, dividido en múltiples tendencias y fracciones, algunas de ellas privilegiando la alianza con el Partido Radical, dando paso a la llamada Alianza Liberal, y otros, cercanos al Partido Conservador, formaron la Coalición Conservadora.

 

El los años 60, llamar a la Democracia Cristiana un Partido de centro constituía un verdadero insulto, pues significaba asimilarlos a los entonces corruptos radicales, despreciados por la opinión pública, pues sin ningún pudor pasaban de un gobierno conformado por los partidos de izquierda – Comunista y Socialista – a otro con la derecha – Conservador y Liberal – a finales del período de González Videla, (1946-1952), y del gobierno de Jorge Alessandri, (1958-1964). El ideólogo Jaime Castillo Velasco nunca aceptó que la Democracia Cristiana fuese clasificada como Partido de centro, por el contrario, la definía como la vanguardia para construcción de una sociedad comunitaria que rechazara, tanto el colectivismo, como el individualismo.

 

El candidato de la Democracia Cristiana, Claudio Orrego, intenta revivir aspectos ideológicos de la DC, hoy completamente perimidos, como la idea socialcristiana o aquello que llaman “humanismo cristiano” pues, en la actualidad, los postulados democratacristianos no corresponden a los desafíos de una nueva sociedad, en pleno siglo XXI – en su discurso, no menciona, al menos, el socialismo comunitario -. Orrego pretende que su Partido, en plena decadencia, represente al centro político, pero ni siquiera responde a las características de un Partido de patronazgo ni, mucho menos, a las de un Partido ideológico – según la clasificación weberiana -.

 

En las elecciones presidenciales de 2005, el candidato Sebastián Piñera trató de ganar el voto de lo que él llamaba “los humanistas cristianos”, como un método de restar apoyo de centro a Michelle Bachelet, pero su estrategia fue tan deslucida que en la siguiente elección de 2009, omitió referirse a los supuestos “humanistas cristianos” quienes, en su mayoría, votaron por Frei Ruiz-Tagle, y sólo logró que cruzaran la vereda del frente personajes como Fernando Flores y Jorge Schaulsohn, ex militantes del PPD.

 

Los conceptos de centro político, voto moderado y capas medias son, a mi modo de ver, cada vez más difusos a medida que la sociedad se complejiza – podríamos decir, con desparpajo, que casi todos los chilenos dicen pertenecer a la clase media, salvo el 0,001, clasificado como rico, por la revista Forbes – por decir, por ejemplo, “voto moderado” equivaldría a encontrarse en aquella categoría de ciudadanos que no se pronuncian ante nada – una especie de normandos chilenos, que se expresan, generalmente, con el empleo del condicional-hipotético, si, puede ser que no, puede ser sí… -.

 

La clasificación de “partido de centro” es aún más absurda e inexplicable: la extrema derecha de la Alianza se auto-clasifica como de “centro-derecha”, como si el apellido “centro” borrara el infamante término “derecha”, de triste memoria y mala Prensa – como aquellos “huachos” que ostentan aristocráticos apellidos, Larraín, Irarrázabal…, para esconder su “pecado” -. Sería raro que se atrevieran a mostrar su amor a su “Tata” más exitoso. El término “centro” es equivalente a la absolución, durante el sacramento de la Penitencia: borra todos los pecados y crímenes anteriores, dejando a los personajes de la derecha como inocentes niños de pecho.

 

La izquierda tampoco se atreve a llamarse como tal, pues se auto-denomina “centro-izquierda”, como si tratara de esconder su pasado revolucionario – cuando todos sabemos que socialistas y PPDs se han convertido en socialdemócratas y neoliberales, y el Partido de Marmaduke Grove es, hoy por hoy, una verdadera ramera . Según el optimista ex alcalde Orrego, el centro lo aportan los democratacristianos – ya hemos explicado que constituyen un conjunto de apitutados en “depreciación acelerada”.

 

Las primarias tienen una característica muy distinta que la que la primera vuelta, en las presidenciales: en el caso de las primeras, es necesario radicalizar el discurso, pues se trata de lograr, al menos, que los militantes más fanáticos y convencidos vayan a votar, en un helado día de invierno; en las primera vuelta de las presidenciales, en el caso de los candidatos del duopolio, se trata de ganar el “centro y voto moderado”, que son entelequias, en base a un discurso más críptico que el de la sacerdotisa del Oráculo de Delfos. Esta supuesta moderación no corresponde al verdadero quiebre del modelo, que puede convertirse en el eje de las elecciones presidenciales.

 

El predominio de “los relatos moderados” y centristas de los candidatos del duopolio no harán más que profundizar el quiebre entre la calle y los cenáculos, entre la democracia representativa y la directa, entre los ciudadanos y las castas políticas, que ya he citado en otros artículos.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas

28/06/2013

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