Diciembre 2, 2024

Las primarias, los primarios y la violencia

La respuesta natural de los fascistas a las exigencias del pueblo es la represión desatada. Ha sido así desde que hay memoria en la humanidad. Y luego, el sistema político cómplice y encubridor, sale a denunciar la violencia y a los encapuchados y nada dicen de lo que hay más allá.

Este país no sólo es el más desigual si se miden ingresos, también hay un abismo entre la oligarquía y la gente común. En este lapso, los únicos que han podido sacar a flote esa esencia del efecto neoliberal en la sociedad chilena, han sido los estudiantes movilizados.

 

Tarde se dio cuenta el sistema que ahí residía su mayor enemigo. Para cuando reaccionó, ya se había instalado entre los muchachos la convicción que si no pelean, sus existencias serán un remedo de la vida decente que se merecen. Con todo, los muchachos se han instalado en la agenda cansina y ególatra de los políticos profesionales, saltimbanquis, mentirosos y abotagados, así sea para ser traicionarlos.

 

Minimizar las manifestaciones estudiantiles, las que ya han sido capaces de integrar tímidamente a ciertos sectores de trabajadores, y reducirlas a las imágenes de fogatas, saqueos y destrucción, es la única vía que le queda al régimen para intentar disminuir su ejemplo subversivo.

 

Y no hay que ser mal pensado para advertir que los encapuchados y sus efectos más visibles, no pueden sino tener como propósito criminalizar a los centenares de miles de manifestantes que las imágenes de la televisión uniformada se cuida mucho de mostrar apenas de refilón.

 

Si extraemos las misiones encubiertas de la policía provocando desmanes, en efecto queda una violencia de base que no espera a las manifestaciones para expresarse cotidianamente en las poblaciones marginales, en los estadios de futbol, en la epidemia de asaltos, y en cuanto lugar se junte gente.

 

¿Qué detona la reacción violenta de muchachos que cargan contra todo lo que brille y quede a su alcance? La sensación de que eso que está ahí, no le pertenece, y que representa sus propias frustraciones, carencia y odios. Y es ese momento en que se expresa la pequeña revancha del ninguneado de segunda generación, y arremete quemando, saqueando, rompiendo.

 

El muchacho que rompe y rasga es nieto de los ex presidentes de la república. Son sus productos esenciales, y quienes mejor representan sus legados culturales. Como cualquiera sabe, la condición necesaria para la violencia y la delincuencia, es la marginalidad, la pobreza, el desprecio.

 

Y las protestas estudiantiles se transforman en el momento preciso, en las condiciones ideales para que esos productos de la cultura concertacionistas, entreguen su opinión política por los medios más acomodados a su situación: la piedra, el fuego, la bomba incendiaria.

 

El fenómeno de la violencia en las manifestaciones no es privativo de este rincón bordado de flores. Los canales de televisión uniformados cubren de tarde en tarde lo que pasan en España, Turquía, Grecia, Brasil, pero con un dejo distinto. Los de allá son manifestantes, los nuestros son delincuentes.

 

Sin embargo, descontados los policías on cover action, quienes levantan barricadas allá y acá, son productos de la misma economía, de la misma cultura, de la misma política.

 

Cebados en la comodidad del poder, a los oligarcas no les cabe en la cabeza que esa gente que debería estar en apresto para votar en sus primarias, pierda el tiempo en las calles, rompiéndolo todo. Y apuestan a que el agotamiento haga lo suyo, y que al final se imponga la laxitud del proceso electoral de primarias, sin siquiera considerar como posibilidad, que es esa misma institucionalidad es la que detona toda la bronca que anda en el aire.

 

Las elecciones, tal y como vienen siendo, son una forma de violencia que se expresa contra el pueblo. Y los es la imposición de una economía salvaje que fabrica millonarios a costa de fabricar muchos más pobres; y la cultura que chorrea de la institucionalidad ilegítima en su origen; y el flagelo de la marginación y la miseria; y la sobrevivencia de sujetos que fueron funcionarios de la dictadura en la más perfecta y saludables de las impunidades; y las pensiones de miseria, la salud de terror, la educación que se ríe de los jóvenes; y la existencia rutilante de quienes ofrecieron alegrías y justicia y ahora actúan como una derecha de nuevo tipo.

 

Cada una de estas bondades no pueden sino ser consideradas formas de violencia aguda en contra los más desposeídos. El sistema no debería esperar mucho más de lo que hay. Para millones, la posible reelección de Bachelet va a resultar una provocación de impensables resultados. La violencia no va a terminar mientras no se acabe el sistema que la crea y alimenta con más y peor violencia.

 

Los colegios tomados fueron desalojados por la policía. Centenares de estudiantes lúcidos, valientes, audaces, mostradores de futuro, fueron castigados duramente por la ferocidad policial. El próximo domingo, la gleba debe ir a votar en esas mismas salas de clases en las cuales fueron castigados los muchachos y muchachas.

 

Que le aproveche, ciudadano temeroso, timorato, cómplice. Que le aproveche compañero cooptado, asimilado, torpe, obedecedor de órdenes, simplón agitador de consignas y trapos. De paso recuerde que ahí, donde va a votar por su primario candidato, está el germen de la violencia que tanto rechaza.

 

 

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