En La Odisea, obra de Homero, Ulises se ve forzado a ponerse tapones en sus oídos para no escuchar los melodiosos cantos de la sirena Circe. Metafóricamente, la sirena Circe, Michelle Bachelet, trata de encantar a la ciudadanía con promesas de cambios profundos a la actual institucionalidad chilena, que tiene poca congruencia con los partidos políticos que conforman la Concertación. Como en La Odisea, Ulises, que representa a los ciudadanos chilenos, tiene que taparse los oídos para no encallar ante tan osadas promesas.
A la nueva Constitución que, necesariamente, tiene que conducir a una ruptura con el sistema – pues en los márgenes institucionales inventados por Jaime Guzmán y Enrique Ortúzar – y el camino más claro, hasta ahora, es la Asamblea Constituyente, se agrega, actualmente, la intención de incluir en su programa de gobierno la educación pública gratuita, de calidad, en un plazo gradual de seis años. Esta ambiciosa reforma abarcaría los cuatro niveles de educación – pre-básica, básica, media y universitaria – que, al parecer, durante el eventual período del próximo gobierno sólo alcanzaría cerca del 80% de cobertura.
A estas dos reformas básicas sólo falta agregar la tributaria que, se supone por lógica, es substancial para lograr el financiamiento de revoluciones radicales como la educación, la salud y la vivienda – al menos, debiera recaudar 7.000 millones de dólares, que equivale a siete veces la actual “reformita” de Sebastián Piñera – y para alcanzar este objetivo es necesario reducir el FUT, es decir, una fórmula que ahora permite a los empresarios eludir los impuestos; en el fondo, el ideal sería la eliminación de las múltiples maneras de eludir que son, simplemente, evasión de tributos. Además, supone un aumento en los impuestos a las empresas incrementándolos de 20% actual, al menos al 28%, como también un IVA diferenciado que rebaje, como mínimo, un 10% a los productos de primera necesidad.
Por el momento no es difícil para la candidata Michelle Bachelet plantear verdaderos cantos de sirena en su programa, pues cuenta con el apoyo de fuerzas de “izquierda” que, por mucho que se hayan neoliberalizado, aún mantienen un tufillo de socialismo – al menos, son rosados y no azules y blancos -, pero cuando terminen las primarias, a los pocos los candidatos derrotados – el de Expansiva, Andrés Velasco – un neoliberal de tomo y lomo – y Claudio Orrego – de la derecha de la Democracia Cristiana – exigirán participar en la redacción del programa de gobierno posponiendo, para las calendas griegas, la nueva Constitución, limitando el programa de educación pública, gratuita y de calidad y la propuesta tributaria, fundamentalmente.
Otro factor que jugará en la moderación del programa de Bachelet dice relación con el mito de que las elecciones presidenciales se resuelven en el llamado “centro político” y en “el voto moderado”, lo cual exige que las posiciones programáticas más nítidas tienden a diluirse en vagas y demagógicas consignas y promesas. Considerando el historial político de Michelle Bachelet, puedo apostar – ojalá me equivoque – que las ideas programáticas hoy propuestas por la candidata, pasarán por un buen baño de aguarrás, dejándolas desnudas de radicalidad y audacia.
Dicen que los normandos son los reyes dubitativos por excelencia – dicen ante cualquier afirmación, “puede ser que sí, puede ser que no” -; para la candidata no sería una mala idea imitarlos y, de esta manera, dejar contentos a los miembros de su disímil combinación política, que va desde el neoliberalismo hasta el Partido Comunista.
Como tanta promesa es sólo cantos de sirena, lo mejor que puede hacer el elector es imitar a Ulises y taparse los oídos.
Rafael Luis Gumucio Rivas
08/06/2013