Diciembre 26, 2024

Joaquín Lavín y el bacheletismo longueirista

La renuncia al ministerio de Desarrollo Social y la asunción a la jefatura de campaña de Pablo Longueira podría constituir más bien un factor de malos presagios que de éxitos. Lavín – en varios aspectos parecido a Jerry Lewis – en su papel de profesor loco, desde 1999, en que podría haber ganado la presidencia de la república, va más en picada que en ascenso: varias derrotas sucesivas y una pésima actuación como ministro de Educación – la verdad, es que no se sabe si culparlo a él o a que la concepción neoliberal de la educación concita el rechazo del 90% de los ciudadanos -; tan mala ha sido la política de Sebastián Piñera en esta área que, incluso la ministra Carolina Schmitd, la primera en las encuestas como ministra de SERNAM, ahora ha llegado al último lugar entre los ministros actuales. Puede decirse que en los dos últimos gobiernos, las políticas educacionales han sido rechazadas por la mayoría de la ciudadanía.

 

No ocurre, como en el caso de Presidente, que Joaquín Lavín padezca de yeta, sino que en cada cargo que ha ocupado – luego de su exitosa presentación en la primera vuelta presidencial, en 1999, donde acertó claramente que el quiebre entre cambio y continuidad era el que definía la coyuntura electoral, a partir de la segunda, que perdió frente a Ricardo Lagos – no le ha faltado tontería por hacer, que lo ha conducido a dilapidar su capital político acumulado.

 

En política es muy importante captar bien los clivajes, (los quiebres y los dilemas): en 1999, el candidato Lavín lo hizo acertadamente al leer la realidad como necesidad de cambio, así fuera ofreciendo una campaña “cosista” y tratando de hacer olvidar la relación de la derecha con la dictadura. En toda política éxitos los errores del rival ayudan mucho – en tenis se le denomina “errores no forzados”-. En la coyuntura de 1999, la pésima gestión de Eduardo Frei Ruíz-Tagle, frente a la crisis asiática, fue un bocado de cardenales para la derecha y Lavín supo aprovecharla; a partir de esa fecha, nunca más la Concertación ganará en primera vuelta, y siempre se salvará gracias al auxilio del Partido Comunista.

 

A partir de 1999, todo parecía indicar que Joaquín Lavín se convertiría en el líder indiscutido de la derecha y, en consecuencia, iba a ser el primer presidente de la república – una especie de Jorge Alessandri del siglo XXI – pero a consecuencia de su incapacidad, que se fue descubriendo paulatinamente, ha pasado a ser un segundón de Sebastián Piñera y ahora, de Pablo Longueira. Elegido alcalde de Santiago, con la primera mayoría, su gestión resultó bufonesca: se le ocurrió construir playas en el zanjón de la Aguada, para el verano, y canchas de esquí, en la Pintana, para la entretención, en invierno, y su gestión financiera fue un verdadero desastre – no contaba con los mismos recursos cuando fue alcalde de Las Condes -.

 

En el año 2004 fue nominado como el candidato único de la derecha contra Michelle Bachelet – incluso, Allamand lo apoyó, a la vuelta de su “travesía por el desierto” -. A poco andar, Renovación Nacional proclamó a Sebastián Piñera, por lo tanto, habría que resolver las diferencias de la derecha en la primera vuelta. Joaquín Lavín llegó de tercero, aunque la diferencia con Piñera era muy pequeña y, sumados los votos de estos dos candidatos, era más que los de Michelle Bachelet. Por segunda vez en la historia, la derecha perdía a cauda des su división – la primera fue entre Fernando Alessandri y Eduardo Cruz-Coke, que permitió el triunfo del radical Gabriel González Videla -.

 

En el año 2009, Lavín ni siquiera postuló al cargo de presidente de la república y la UDI, en masa, apoyó a Sebastián Piñera – por primera vez predominó la unidad sobre la tendencia clásica de la derecha a la división -.

 

Joaquín Lavín, supernumerario del Opus Dei, es como uno de esos ricachones, muy beato y quiere hacer profesión de santidad por medio del servicio a los más desposeídos; es como el santo patrono de la UDI popular y, junto con Pablo Longueira, parece como si estuviese inspirado en la redención del proletariado, con la condición de que cada pobre cumpla bien su función que Dios le ha signado en este valle de lágrimas.

 

Este político tiene la habilidad de presentarse, por ejemplo ante las cámaras, como un hombre sencillo, simpático y, sobre todo, ecuánime – estúpida cualidad que adora la gotosa y beata clase alta chilena – y, en función de esta imagen, inventó el famoso “bacheletismo-aliancista”, para significar que él apoyaba a las dos fracciones del duopolio – una especie de santo que se pasea desnudo, con un ramo de olivo en plena reyerta -. Esta posición de neutral, muy propia de la “democracia de los acuerdos” no le ha dado muchos réditos a Lavín.

 

Al parecer, la idea de nominar al “ex ministro de los pobres” como jefe de campaña corresponde a la idea del comando de Longueira de intentar ganar a sectores moderados de la Concertación. Los dos candidatos de la derecha pasan entonado himnos de amor a Expansiva de Andrés Velasco y a la Democracia Cristiana de Claudio Orrego, tal vez con la ilusión de que, una vez terminadas las primarias, parte de su contingente de apoyo pase a la vereda de al frente.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas

07/06/2013

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