En cada elección, el dinero juega un papel fundamental en la designación de los candidatos cuanto en la posibilidad de que éstos resulten elegidos. La maquinaria electoral debe quedar bien nutrida por los onerosos recursos que disponen para esto las empresas, el aporte de las fundaciones extranjeras, así como los del propio erario público.
Los estudios realizados al respecto demuestran que algunos candidatos ya han consolidado su propia caja electoral, así como otros, en cada evento, se obligan a pasar el platillo a ese conjunto de aportadores o, más bien, apostadores de la política. En este sentido, erigirse como candidato independiente dificulta mucho la recaudación, a no ser que se tenga un peculio propio o se agencie un círculo de amigos poderosos.
Aunque algo se ha avanzado en cuanto a transparentar los recursos de campaña, lo cierto es que, hasta ahora, ha sido imposible sincerar el gasto electoral efectivo, cuanto el origen de todos los aportes que se hacen. Más allá de que existe un “tiempo electoral” para solicitar y recibir contribuciones, ya se ve que al menos diputados, senadores y alcaldes pueden recibir dádivas todo el tiempo, siempre y cuando éstos se demuestren dóciles a legislar o adoptar resoluciones edilicias en favor de los grupos de influencia. El Servicio Electoral, ciertamente, carece de los instrumentos legales y técnicos para supervisar constantemente a la política. Por lo que muchos piensan que es justamente en dicha precariedad económica donde radica la trampa impuesta por la clase política para burlar las disposiciones y repetirse el plato una y otra vez en los altos cargos del Estado.
Se calcula que más del 43 por ciento de todos los aportes a las competencias electorales son ofrecidas por la clase patronal en nuestro país. Desde luego, ha trascendido que los directorios de las empresas ya definieron erogar este año entre 100 y 150 millones cada uno a favor de los candidatos que postulen en noviembre próximo al Congreso Nacional, así como una cifra más interesante todavía en el caso de las presidenciales. De esta forma se podrá igualar o superar ese monto de casi 15 mil millones de pesos que aportó “la iniciativa privada” a los comicios de hace 4 años.
No podemos dar crédito a la candidez de algunos analistas que afirman que estas contribuciones no ponen en entredicho a los candidatos ni logran influir sus decisiones una vez que resulten elegidos. Pero es un secreto a voces que empresarios nacionales y extranjeros tienen forma de hacer otros depósitos en favor de sus candidatos regalones e, incluso, transferirles al extranjero buenas sumas de dinero, particularmente a aquellos “paraísos fiscales” en que se han descubierto abultadas cuentas de algunos connotados políticos. A nueve meses de las próximas elecciones, Santiago y regiones ya lucen desplegados callejeros millonarios, así como es posible comprobar toda suerte de obsequios a repartir en los “puerta a puerta” que se prodigan en esta época para capturar el voto de los más pobres. Quienes incluso descubren en estos actos proselitistas la posibilidad de ponerse al día con las cuentas de luz, agua y gas…
Del erario nacional se destinan, también, muchos pesos para cubrir los gastos de propaganda. Estos recursos se recaudan, por lo general, después de los comicios según la cantidad de votos obtenidos por cada postulante y partido. En ello, radicaría la pertinaz voluntad de algunos partidos pequeños de mantener entidades que a lo más alcanzan el uno o dos por ciento de los votos, confiados en que estos giros fiscales puedan aceitar el trabajo y el sueldo de quienes dirigen estas colectividades poco menos que fantasmas. Mal que mal, de algo les sirve esos 400 pesos por voto que le cobran al Estado ganen o pierdan las elecciones. Se sabe que una de las dificultades más severas a la unidad de esa atomizada izquierda extraparlamentaria se explica, más que en diferencias ideológicas, en el interés por obtener una tajada más grande de esta torta, así como o pegarle el “sablazo” a gobiernos, partidos y movimientos del exterior. Compruebe usted cómo hasta los más modestos dirigentes se las arreglan para salir al extranjero y recurrir a la solidaridad internacional, cuyos montos nunca ingresan a la contabilidad de sus candidatos.
Como decía un viejo y emblemático caudillo mexicano “un político pobre es un pobre político”. Pero lo más terrible de todo esto es que haya ciudadanos que todavía se tomen tan a pecho las elecciones y crean que las diferencias que marcan los distintos postulantes son realmente sinceras o genuinas. Cuando todos, al final, deben estirarle la mano al papá empresario, al tío fisco y al padrino foráneo para poder servir a su “vocación de servicio público”. Salvo aquellas honrosas excepciones.