Diciembre 13, 2024

Concertación más rabanitos: es la misma cosa

Lo que caracteriza a la Concertación es el temor a quebrar con la herencia autoritaria, que la tiene atada, como una jaula de hierro, para usar los términos de Max Weber. Algunos podrían pensar que, incluso, a los líderes de la Concertación les terminó gustando el caramelo envenenado, planificado por el líder de la UDI, Jaime Guzmán.

 

Si ustedes leen el libro de mi amigo, gran analista político, Felipe Portales, “Chile, una Democracia tutelada”, podrán seguir- justificado con innumerables citas- el proceso de asimilación de los líderes concertacionistas a la democracia tutelada y, al parecer, se encuentran muy cómodos con el neoliberalismo y el presidencialismo autoritario.

 

Al comienzo del gobierno de Aylwin era un tanto sorprendente y escandaloso ver a los verdugos y sus víctimas, en las páginas de los Diarios de derecha, degustando un rico cóctel y departiendo amigablemente. Poco a poco hemos ido acostumbrándonos a esta extraña convivencia: a nadie le causa escándalo que el parlamento haya sido reemplazado por la CasaPiedra, que los encuentros de la ENADE sean mucho más importantes que los consejos de gabinete, que los empresarios se hayan convertido en los personajes principales de nuestra sociedad, y sólo falta beatificarlos, como San Pirulí, en España.

 

La conversión de Ricardo Lagos, de un Dantòn al mejor amigo de los empresarios, fue demasiado rápida: a los pocos meses de su gobierno, los dueños de los monopolios captaron, muy bien, que el líder republicano, dotado de una personalidad autoritaria, que manejaba su combinación política con el dedo meñique, iba a ser como su ilustre predecesor francés, un muy bien aliado en la tarea del enriquecimiento ilimitado, a costa de los pobres golpeados trabajadores.

 

Conquistar a Enrique Correa, a José Joaquín Brunner, a Eugenio Tironi, a Jaime Gazmuri, José Miguel Insulza, y otros cuantos ex Mapu, era tarea fácil, pues hacía tiempo que habían dejado de ser estalinistas y de profitar de la calificación del tercer partido proletario, que la fenecida y autoritaria Unión Soviética le concedió al Mapu Obrero Campesino.

 

Nada más fácil que pasar de Stalin a Hayek. Eugenio Tironi se ha convertido en el más ilustre evangelista del nuevo credo neoliberal, con retoques humanistas, de la Concertación. Para este analista, Chile habría abandonado la matriz europea, aplicada en la época republicana – que va desde el Estado oligárquico (el parlamentarismo) a la República socialmente integradora, a partir de 1925. Ahora, gracias a la “revolución pinochetista” que, para estos analistas sería perfecta si no hubiera existido el terror y el exterminio de los opositores, algo así como si un historiador idealista privara a la revolución francesa de la guillotina, o a la rusa de los asesinatos en masa a los social-revolucionarios.

 

Chile cambió, radicalmente adoptando, según Tironi, la matriz norteamericana: la Concertación equivaldría al Partido Demócrata y la Alianza, al partido Republicano. Claro que Ricardo Lagos es mucho más moderado que Barak Obama quien, al menos, propone terminar con la dependencia del petróleo, a partir de las energías renovables. En el caso de los republicanos, Sebastián Piñera pareciera un poco más inteligente que la pareja Bush (padre e hijo).

 

Todas estas sugestivas visiones de la historia de Chile del evangelista del lobbismo neoliberal, son más cómicas que reales. Lo sí está claro es que la Concertación hace mucho que abandonó los ideales socialdemócratas y de humanistas cristianos: hoy son pragmáticos, burócratas y tecnócratas, a la manera de Arellano y Cortázar, y de Escalona y Schilling, toda una mezcla, como en Cambalache, de Hayek con Putín.

 

En derechos humanos todas las comisiones de reparación han protegido la impunidad de los asesinos y torturadores. Felipe Portales relata los intentos de dirigentes de derecha de la Concertación para aprobar leyes de “punto final”. En cuanto a reformas políticas casi nada se avanzado, que no sean buenas intenciones; la Concertación es incapaz de convocar al pueblo, pues no cree en él. Sin presión popular es imposible derogar la Constitución de 1980, a fin de contar con una Carta Fundamental Democrática. Incluso, la reforma constitucional de 2005 dio más poder al Tribunal Constitucional, que hoy se ha convertido en el peor cuchillo del gobierno de Michelle Bachelet. Me parece absurdo que un Tribunal, que no emana de la soberanía popular se convierta en el factotum de la constitucionalidad de las leyes; de este desaguisado no culpemos a Pinochet, pues fue producto de la mentalidad presidencialista de Eduardo Frei Montalva.

 

A pesar de todos los esfuerzos para acortar la miseria y la pobreza, de todos los apoyos focalizados, Chile sigue siendo, en el indicador Gini, uno de los países emblemáticos donde hay más diferencias entre ricos y pobres – veinticinco veces el ingreso entre el quintil más rico y el más pobre-.

 

 

 

Aún no vislumbro la forma en que la Concertación transaccional saldrá de este punto muerto; tal vez la candidatura de Michelle Bachelet – con el simbolismo de un gobierno ciudadano, de mujer agnóstica y víctima de la dictadura- a lo mejor el moribundo recobrar una pequeña y efímera mejoría. En la actualidad, los ex presidentes se caracterizan por su poco carisma y por portar, cada uno, una pesada mochila: Ricardo Lagos, Ferrocarriles y Transantiago,; Eduardo Frei, haber hecho un mal gobierno y salvado a Pinochet.

 

No creo que salvará al moribundo la vieja idea de la refundación: el muerto está bien muerto y sólo queda esperar que, algún día, despierte el pueblo, el único ente capaz de construir un Chile auténticamente democrático.

 

Rafael Luís Gumucio Rivas

 

 

 

 

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