…y así, sentada en frente del espejo de su cuarto de baño (es decir, el cuarto de baño que se adhiere a la pequeña habitación matrimonial, también llamado nicho del amor) Laura estira las últimas hebras capilares que aún se rebelan en contra de las tenazas calientes. Hoy será día de fiesta, es decir, a Laura le han dado permiso (¡sí!) para apretar las carnes en un vestido que descubre poco pero es colorista, rojo italiano lo llaman, y salir a mostrarse como animal de exhibición. También hay zapatos de cuero, la bolsa utilizada en las más recientes confirmaciones de la parroquia y las últimas hebras capilares que aún se rebelan en contra de las tenazas calientes. Laura sonríe extasiada. ¿Razón? Hoy es el día de la madre, cosa que ella es dos veces y en un futuro próximo una vez más. Pero un momento. ¡Madre se es los trescientos sesenta y cinco días del año! sentencian los buenos críos que, como de costumbre, vomitan odio hacia todo lo que les sea impuesto. Desde luego que guardan silencio al destruir el papel de fantasía que cubre el maravilloso regalo de navidad (una predecible baratija, pero regalo al fin y al cabo). Sin embargo, hoy es el día de la madre, así que un saludo cordial y afectuoso a todas aquellas que como Laura se sientan en frente del espejo y estiran las últimas hebras capilares que aún se rebelan en contra de las tenazas calientes…
…que están allí para que el pelo maltratado por tanta tintura, ataques de pánico, ataques de histeria, golpizas de papaíto y mechoneadas de la tierna prole (¡y pensar que algunos creían que mamaíta lloraba de felicidad cuando el pequeño Agustín jugaba con la –por aquel entonces– hermosa guedeja de mamaíta!) se vea liso, sin imperfecciones: que el rubio-ceniza 9/11 (¡Uy!) centellee como la espuma de las olas en un día de verano. Cuesta una enormidad hacer que el dichoso rubio centellee como la espuma de las olas en un día de verano, especialmente si se tienen las puntas destruidas y cada vez menos patrimonio capilar, pero como a Laura le han dado permiso… ¡Ala! ¡No perdamos más tiempo! Sobre la mesita-tocador uno se entera de todo el trabajo que cuesta alisar ese matorral que temprano por la mañana fue sometido al baño de color rubio-ceniza 9/11. Por allí abundan las ceras, los espráis, los bálsamos, las ampollas de la eterna juventud. Las tenazas calientes se imponen y terminan de achicharrar (alisar) las últimas hebras. Luego vienen las cremas-tapa-arrugas, el carmín, el ungüento labial y el ungüento ocular, perlas falsificadas, collar de cuentas y (redoble de tambores) el anillo de casada. Laura emplea todo esto –salvo el vestido colorista– cada día de la semana durante sus jornadas de secretaria en la oficina de contables, pero hoy el aspecto luce particularmente atrayente. ¿Será el colorista vestido? ¿serán los zapatos de cuero? ¿será la bolsa de las confirmaciones? ¿será el anillo de matrimonio? ¿será el perfume ordinario, regalo de la pequeña Vicenta, que lo compró con lo que le sobró del dinero que constantemente roba a mamaíta? ¡No señor! Es el día de la madre. Pues el día de la madre hace que todo se vea distinto: no es lo mismo salir hermoseada el lunes, que al fin y al cabo siempre será lunes, que ir en GALAS nada menos que en el día de la madre. Todas las que no son madres envidiarán a la mamaíta que en estos instantes cruza la avenida principal cogida de la posesiva mano de papaíto. Y no seamos injustos que él también se ve como un dios griego, vamos, sonrían a la cámara. Si hacemos la vista gorda y pasamos por alto la panza atiborrada de cerveza (así mismo el cutis con manchitas rojas, el aliento a alcohol, la cabeza prácticamente calva y los senos), papaíto no se ve nada mal, qué bien le sienta esa chaqueta de alce, qué elegante y jefe del hogar luce él con esos zapatos de imitación. Únicamente necesita una manzana en la boca y se asemeja a un cochinillo que uno quisiera devorar en seguida…
…y con mamaíta tan jamona, sí, apretadísima en el vestido colorista, pero muy jamona, porque entre el alud de pendientes en la oficina de contables, las chuletas asadas de papaíto, el cerro de calzoncillos de mierda acumulados en la colada, la cera a esparcir en las tablas del salón familiar, etcétera, etcétera, mamaíta se ha abandonado. Mamaíta se ha echado a perder, buuu. Ese es el motivo por el que hoy día ella luce tan jamona. Antes, por supuesto, tenía su atractivo, no en vano papaíto (que todavía es atractivo, no obstante su gordura ¡pero al fin y al cabo es hombre!) la eligió a ella y no a otra, para unirse en eterno matrimonio y criar –en teoría– juntos a la prole que nombraron –que el nombró– de acuerdo a lo que se está utilizando en Centros de intercambio intelectual como por ejemplo Parque Arauco o Alto Las Condes. ¿Y cómo le pondremos al Benjamín? ¿Benjamín? Sí, es un nombre muy bello y muy bíblico, opinó mamaíta, con la cara pecosa y las tetas colmadas de leche que era un primor. Pero papaíto llegó a la conclusión de que mejor es Agustín, que es un Santo y a la vez subproducto de Augusto, como ven, un nombre que significa muchas cosas. ¿Y al monstruito sietemesino que parece aborto del diablo? ¿Cómo le podremos? La madre cerró el pico. Desde luego que Isidora no podrá ser, concluyó el resplandeciente y obeso padre, porque eso ya está overrated (a él le gusta mezclar palabras inglesas, así denota su salida de Santiago College y no de Liceo público, aunque por color de piel y logros profesionales él es más de Liceo público je je je). Pues Vicenta ha de llamarse, nombre un tanto ridículo pero que uno puede gritar desde el pasillo número 10 del supermercado sin ningún pudor. Vergüenza sería llamarse Alejandra o Deyanira, que son nombres de empleada doméstica. Pues Mami se ha dejado estar, no hace ejercicios: el culo se le ha caído, así mismo las tetas y si no fuera por el día de la Madre, que es su día, solo de ella, ni siquiera se hubiera puesto el vestido colorista que ahora luce con mucho atrevimiento. Pero mamaíta pasa desapercibida en el restaurante…
…donde florece una juventud realmente estupenda. Hay gente muy linda en el restaurante, sí, se nota que aquí no falta dinero ni mucho menos faltan madres, porque cada mesita está ocupada por una hermosa familia que no abre la boca pero cuyos miembros lucen cada cual más elegante que los otros. A mamaíta le advirtieron de utilizar la píldora del día después. Pero nadie le dijo que aquello únicamente es un nombre de fantasía, que no había que tomar la píldora al día siguiente sino apenas papaíto terminara de hacer sus marranadas, es decir, ¡cinco minutos y a tragar la píldora! Lástima que eso lo aprendió mamaíta después de que naciera Vicenta, y ya dijimos que en el futuro vendrá un tercer crío, probablemente un Jacinto, un Clemente o un Federico, vaya a saber uno lo que se estilará en el Alto Las Condes. ¡Y cuánto dinero representará! Pues muy dentro de Laura (no existe el muy dentro de mamaíta, eso solo por fuera, por dentro ella sigue siendo Laura ¿aló?) hay una voz que grita motivada por algo similar al asco y al desprecio… ¡Miren si la Laura nunca quiso tener críos! Para ser honestos, ella nunca quiso que el mastodonte ese le propusiera matrimonio, él y su ingeniería de Universidad Católica se podrían ir ahora mismo a la mierda. Pero los padres de Laura (que ahora están difuntos y olvidados) insistieron en que ese era el único recurso para encumbrar a la más joven. Sofía y Federica casadas ya están, y encima obtuvieron cada cual una hermosa licenciatura que las llevó al reino de las cacerolas y del aburrimiento, ¿cómo tú, Laura, no vas a hacer lo mismo? ¿Cómo? Y el pretendiente era un tal Martín, que provenía de una familia muy emprendedora, con viajes en el cuerpo (Miami, Sao Paulo, ¡Miami! ¡Sao Paulo!), una lavadora, una casita con patio trasero y delantero, un automóvil de segunda mano pero seguro que cuando se casen habrá dos automóviles de segunda mando, uno para Martín y otro para Laura. Así se orquestó un matrimonio que terminó en una casa fea, cuyas paredes han sido testigos de las conversaciones más irrelevantes que uno pudiera imaginar (precio de la leche, que la Vicenta repetirá de curso, el jefe me detesta, qué haces masturbándote a tu edad, ¡no, no esta noche que me duele!, Agustín se sigue meando en la cama, el perro tiene parásitos, fíjate que esta lavadora lava mejor que la lavadora anterior que lavaba peor) y así esas paredes han decidido cerrar sus oídos por lo que de esa casa no se puede decir mucho. Salvo que en su interior vive una familia como todas las que viven en el resto de las casas del vecindario, pero en esta hay una mujer que supo ser mujer y parir a dos hijos (y próximamente a un tercero) y que se sienta en frente del espejo de su cuarto de baño para estirar las últimas hebras capilares que aún se rebelan en contra de las tenazas calientes, y así salir cogida de la mano de un hombre a quien se ama (odia), para celebrar aquello que Laura nunca quiso ser pero que ahí está, echándole a perder el pelo, deformándole los muslos y las caderas, pero que la impele a caminar con brío hacia el restaurante donde otras mujeres comen al tiempo que celebran el destino al que parecen estar encadenadas de por vida…