El ex senador norteamericano Edward Ted Kennedy falleció el 25 de agosto de 2009, un mes y una semana después de cumplirse 40 años del llamado “incidente Chappaquiddick”, accidente automovilístico protagonizado por el político demócrata y que significó la muerte de una joven abogada que lo acompañaba, sin que éste le prestara auxilio.
Los estadounidenses jamás olvidaron la historia, así como tampoco le perdonaron al senador no haber socorrido a la mujer. La prensa de ese país considera el caso que sepultó las aspiraciones presidenciales de Ted Kennedy, como uno de los más graves que ha afectado la credibilidad de la clase política, sólo comparable al escándalo Watergate.
Tras conocerse el fallo de la Corte Suprema que condena a la empresa Cencosud a restituir el dinero cobrado de manera abusiva a unos 600 mil clientes usuarios de su tarjeta de crédito, los chilenos tal vez esperaban que el candidato de la UDI Laurence Golborne sacara la voz y asumiera su responsabilidad como gerente general de Cencosud, al momento de cometerse el ilícito. Sin embargo, el ex ejecutivo apagó su incendio con bencina, afirmando que en esa época él obedecía órdenes del directorio de la empresa. Las críticas no hicieron esperar, incluidas las de su competidor Andrés Allamand.
Frente a la encogida de hombros del candidato apoyado por la UDI Popular, resulta inevitable la comparación con el caso protagonizado por el senador Kennedy hace cuarenta años, donde quedó en evidencia su falta de responsabilidad y hombría. Es cierto que Golborne no está involucrado en la muerte de persona alguna, pero sí lo está en la muerte de la confianza de al menos 600 mil víctimas de la empresa que él dirigía. Y tal vez de otros millones de chilenos que podrían verse afectados por eventuales malas decisiones suyas, tomadas desde La Moneda, en el caso que fuera Presidente.
Si un ex ejecutivo, que aspira dirigir los destinos del país, es incapaz de asumir una responsabilidad administrativa, el elector tiene derecho a preguntarse qué haría Golborne en caso que el país sufriera alguna agresión externa o que fuera azotado por una pandemia. ¿A qué obedece tanta cobardía? ¡Pobre Golborne!, su sucesor, el actual gerente general de Cencosud, al declarar que él sí era responsable de las decisiones que tomaba, y no el directorio, terminó de hundirlo.
Sin duda Laurence Golborne está asustado, igual como debe haber estado Kennedy cuando dimensionó la magnitud y las consecuencias del accidente. El entonces senador de inmediato comprendió que el pueblo norteamericano jamás elegiría como su presidente a una persona que se desentiende de sus responsabilidades y que oculta información, como hizo él. Golborne también comprende que defraudar la confianza de la gente no es gratis. Desde que el ex gerente emergió a la superficie mediática en medio de una tragedia, todo el proyecto político que se ha venido sustentando en torno suyo, ha convivido con esa espada de Damocles que es Cencosud en su currículo.
Desde luego, él teme que el fallo de la Corte Suprema haga que ese mismo proyecto se desplome como un castillo de tarjetas. Ted Kennedy debió convivir hasta el día de su muerte con un incidente que podría haberse evitado. Un accidente es un accidente, y él podría haber salido bien parado de esa tragedia, si hubiera hecho lo imposible por salvar a su acompañante, pero no hizo nada, y es esa actitud irresponsable la que el electorado no le perdonó nunca.
Cuando los políticos (Laurence Golborne no es ni será jamás político ni estadista; él es un empresario, un gerente) se ven involucrados en algo malo, se asustan, arrancan; se esconden, como hizo Kennedy hasta el día siguiente del accidente. La gente espera algo diferente de los hombres públicos. Se espera, por ejemplo, que sean íntegros, y que aunque cometan errores, sean capaces de reconocerlos. Pero, ¿acaso podría esperarse aquello de una derecha reaccionaria y caradura, que todavía piensa que la cantidad de muertos por la dictadura, es insuficiente?
Golborne representa a esa derecha que no conoce la vergüenza ni el arrepentimiento. Al menos, Kennedy con los años asumió su culpa y pidió perdón, lo que le permitió morir en paz. En Chile jamás escucharemos a un Alberto Cardemil reconocer su patética actuación en la entrega de resultados del plebiscito del 88, porque, entre otras cosas, personas como él o como el Mamo Contreras, piensan que en nombre de la Patria, se puede cometer cualquier aberración; o como Golborne, que piensa que las leyes del mercado permiten cualquier aberración contra la fe pública.
Los chilenos no debemos olvidar que una empresa como La Polar ya abusó de un millón de personas humildes, que el Servicio de Impuestos Internos le hizo una millonaria condonación a Johnson’s, que las farmacias Salcobrand, Ahumada y Cruz Verde se coludieron para aprovecharse de la salud de miles de enfermos, que la Universidad del Mar jugó con la ilusión de cientos de estudiantes, y que otras universidades privadas continúan lucrando con la educación, y que las isapres se enriquecen cada día más a costa de negarle beneficios a sus afiliados, y que las AFP’s pagan pensiones de miseria, y que el ratail y la banca pisan fuerte.
Los norteamericanos nunca olvidaron el incidente Chappaquiddick, ni el caso Watergate; los chilenos, aunque a veces somos de memoria frágil, tampoco debemos olvidarnos de algunos chascarros criollos –antiguos o recientes–, como cuando un ex subsecretario del Interior entregaba falsos resultados por televisión, mientras los chilenos ya sabían que la cosa iba por otro lado; o cuando un pre candidato presidencial, llamado Laurence Golborne, se encogió de hombros frente al robo que afectó a más de medio millón de chilenos, entre los cuales, por desgracia, debe haber varios de sus potenciales electores. Tampoco hay que olvidarse de las facturas falsas del senador Girardi, por mucho que yazcan en el fondo del lago, igual que el Oldsmobile de Kennedy.
Patricio Araya
Periodista