Noviembre 28, 2024

Transantiago para el rebaño

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La docilidad de los santiaguinos frente a los abusos reiterados del transporte público de nuestra capital, herencia de Ricardo Lagos Escobar, demuestra la actitud de rebaño de la ciudadanía que habita en Santiago de Chile. Los usuarios capitalinos sufren día a día –sin protestar mayormente- la tragedia de la falta de frecuencia en los recorridos del Transantiago, el atochamiento en los paraderos y la incomodidad de viajar en buses, no mal diseñados, sino que diseñados, adrede así, para transportar la mayor cantidad de personas, lo mismo que hacen los camiones para ganado. Es decir, diseñados sólo con intenciones comerciales y siniestras, donde cada pasajero es despojado de su dignidad y derechos. Más encima deben pagar un pasaje carísimo por su martirio. Por otro lado, está la actitud del noventa y nueve por ciento de los empresarios microbuseros y de los choferes, seres desvergonzados e incultos que nos recuerdan la soberbia miserable de patrones de fundo estilo Carlos Larraín Peña.

 

El descriterio y arrogancia de los choferes -que no se detienen en todos los paraderos-, sumados a su flaitería, los lleva, por ejemplo, a negarse a abrir la segunda puerta en el caso de los recorridos 201, 223, 230, 208, 203, etcétera, provocando desagradables inconvenientes a los pasajeros. Ni hablar de la burla suprema de ver pasar tres, cinco, siete buses vacíos mientras la gente espera una o dos horas un bus que vaya en recorrido. Ante los abusos, el Estado, en vez de castigar severamente a empresarios y choferes, los premia entregándoles miles de millones en recursos, pagados, por supuesto, por todos los chilenos. Los recursos, obviamente, son aprobados por otro sector privilegiado con abundantes granjerías y suculentos sueldos: el Congreso Nacional.


El pueblo santiaguino debe abandonar su actitud de rebaño y levantarse con fuerza contra el Transantiago, utilizando para ello todos los medios de lucha a su alcance. No es posible que se continúe con este abuso y degradación de un servicio público, que todo sentido común indica que debería ser estatal y sin fines de lucro. El Estado es un servidor de los ciudadanos y no al revés, por lo tanto éste debe velar por el bienestar de las personas en todos los sentidos. Y este bienestar debe incluir un servicio de transporte público eficiente y de calidad. El tiempo de la docilidad y acarreo debe ser reemplazado por el tiempo de la sublevación y la dignidad.

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