Un grupo de diputados presenta una acusación constitucional contra el ministro de Educación, Harald Beyer, por notable abandono de deberes. Lo que en una democracia debería ser un acto de lo más respetable, en nuestro orden un gesto así no puede sino mover a risa. En teoría, la oposición busca con esa acción castigar al ministro por no haber estado atento a lo sucedido con la Universidad del Mar.
Pero en la práctica, que es finalmente lo que vale, es un saludo a la bandera, una cabriola electoral, una cachetada de payaso, una cínica manera de hacer oposición. Quizás un guiño rasca a los estudiantes de esa “casa de estudios”.
Es cierto que el ministro Beyer se ha opuesto con tozudez a fiscalizar el lucro en la educación superior. Pero, ¿por qué habría de hacer otra cosa si la ganancia es el centro y motor de todo el sistema? Lo que se le pide a este señor no ha sido enfrentado por nadie. Al contrario, unos y otros, cada uno a su turno, no han hecho sino corregir el sistema cada vez que ha dado muestras de fracturas: es que eliminar el lucro es simplemente imposible.
El lucro es la médula del sistema. No es posible su abolición. Sería como sacar la piedra en que se afirma el edificio. Y de manera muy especial en educación, porque es ahí donde el sistema reproduce no sólo un pingüe negocio, sino que, minuto a minuto, también reproduce una cultura que ha penetrado muy profundo en el alma nacional. Numerosos jóvenes hacen cola durante días para entrar de los primeros en la inauguración de una tienda, ávidos de comprar. La TV muestra la captura de un niño de once años que lideraba una banda de asaltantes. La ofensiva contrainsurgente contra las comunidades mapuches sigue su curso sin pausa. Las ganancias de las empresas que administran enfermedades aumentan de modo increíble. Las elecciones ya comienzan sus ritos paganos, falsos, mentirosos. Son algunas de las noticias que hablan del estado de la cultura imperante.
Cada una de esas conductas son inseparables del país que se ha construido en casi cuarenta años, sin que muchos se atrevan a vivir con la indignación y vergüenza que deberían. Este país que ya no asombra, se hace cada día en las aulas consideradas como un negocio más de la plaza, donde el Sernac tiene más incidencia que el Ministerio del ramo.
El sistema se las ha arreglado para convencer que esta es la mejor manera de vivir, y en esa estrategia, le ha ido bien. La idea de Jaime Guzmán, pocos meses después del golpe de Estado de 1973, tiene plena vigencia: “El nuevo esquema constitucional se define resueltamente por un sistema económico libre, fundado en la propiedad privada de los medios de producción y en la iniciativa particular como motor básico de la economía”. Cada una de esas sílabas, escritas con la fe de los videntes, se ha instalado en lo más profundo de cada uno de los habitantes que tienen acceso a un crédito, es decir, en casi todos.
Ese esquema institucional debía, eso sí, tener ciertos resguardos para evitar giros indeseados. En el comienzo fueron las fuerzas armadas, y cuando dicha función se evidenció como poco decente, hizo su entrada triunfal el no menos férreo consenso entre los políticos que sostienen el sistema.
No pasó mucho tiempo para que esas ideas, otrora demoniacas y extremistas, se asentaran entre algunos de sus antiguos opositores, y hoy no sean sino discutidas por los recalcitrantes que nunca encontrarán nada bueno pero que, por fortuna, se encuentran bajo discreto control por medio de las agencias que el Estado reserva para esa gente intransigente.
Aunque parezca un contrasentido, una acusación constitucional como la que se anunció es una muestra de la fortaleza del sistema, que deja estas ventanas abiertas para situaciones de emergencia. En el caso del ministro Beyer, queda claro que cumple la función de liberar las energías acumuladas y que no tienen otra vía de escape. La salida de la autoridad podrá esgrimirse como un triunfo por la oposición, mientras que el gobierno dirá que las instituciones funcionan. Cuando despertemos, el lucro seguirá ahí.
Pronto la cacareada acusación constitucional será un recuerdo borrado por el tiempo. En breve, el sistema recuperará su lozanía y los que hoy se enfrentan con acusaciones, malas palabras y miradas de desprecio, serán los amigos y colegas de siempre. Incluso en el impensable caso que el ministro sea desaforado, habrá saltado no más que un tapón siempre disponible para morir por la causa. Pero el lucro y todos sus derivados, seguirá su curso sin que nada se cruce en su camino.
Los centenares de miles de millones de pesos que mes a mes se inoculan al sistema educacional y que van a parar a manos privadas, podrán seguir su curso. Otros ministros, o el mismo, de esta coalición o de la otra, para el efecto la diferencia es cero, seguirá administrando un sistema inmodificable en el actual orden.
De tarde en tarde, por razones de marketing o como ejercicios gimnásticos propios de los circos, algunos diputados anunciarán comisiones investigadoras, fuertes denuncias, proyectos de ley que ahora sí corregirán lo que hay que corregir, y, por cierto, acusaciones constitucionales. Por ahí cerca, el mundo seguirá andando