Como las pestes del Medievo, los programas de ajuste estructural recorren el sur de Europa destruyendo economías familiares, atropellando derechos sociales, cerrando fuentes de trabajo, precarizando vidas. Sepultando también las expectativas de la población ante los partidos políticos que se rotan con iguales dosis de fracaso en los gobiernos. Ante la alternancia de derechistas y socialdemócratas pareciera que lo único que están decidiendo los electores de la Europa meridional es el ritmo y la forma como sus derechos sociales van a ser liquidados.
Ante esta situación, las izquierdas –llamadas por muchos las izquierdas radicales– están adoptando una nueva alternativa para responder a estos tiempos que amenazan la vida social, la integridad de las personas, el medio ambiente, la comunidad de los seres vivos: el ecosocialismo.
Fue presentado en el Congreso Nacional del Parti de Gauche (partido de izquierda), celebrado en Burdeos, Francia del 22 al 24 de marzo. Este conformó el Frente de Izquierda con el Partido Comunista Francés y otros pequeños, en 2012, con Jean Luc Melenchon como candidato a la presidencia y logró un histórico 11 por ciento de los votos en la primera vuelta.
Los ejes principales de la propuesta del Parti de Gauche, que ven con muy buenos ojos otros partidos europeos y del norte de África son: el ecosocialismo como objetivo; la planificación ecológica como programa y la revolución ciudadana como estrategia. El ecosocialismo busca superar los callejones sin salida del capitalismo productivista-consumista que lleva al planeta a la catástrofe ecológica y de la socialdemocracia que piensa que el problema de la justicia social, de la redistribución de la riqueza se va a solucionar incrementando la producción. O sea, el viejo señuelo de que para repartir el pastel es necesario primero hacerlo más grande.
Decimos callejones sin salida porque lo son para las mayorías, no para los grandes beneficiarios de este modelo excluyente, productivista, extractivista: el capital financiero internacional, los gobiernos sometidos a él, los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Central Europeo, y las empresas multinacionales.
El ecosocialismo no pretende ser sólo una utopía sino una alternativa concreta, radical al actual sistema económico y político vigente en Europa del sur.
Una alternativa humanista, sí, pero no sólo, porque la sobrevivencia de la especie humana depende de la sobrevivencia de todo el ecosistema donde somos interdependientes personas, animales, vegetales y todo el planeta. Es un planteamiento justiciero socialista, pero que hace a un lado la lógica productivista y contaminante del industrialismo de las experiencias del socialismo de Europa del Este. La renovación del pensamiento socialista lo basa en la emancipación de la persona, la democratización radical del poder y de la educación, una nueva forma de producir y de consumir.
La economía que plantea el ecosocialismo está dirigida a la atención de las necesidades humanas, opuesta a la política de la oferta, defendida por los neoliberales. No se trata de producir sin más, cualesquiera que sean los costos y luego promover el consumo inventando necesidades, sino de producir lo que las verdadera necesidades humanas demandan. Cuestiona la propiedad privada de los medios de producción y las relaciones de trabajo a la vez que propugna la apropiación social de dichos medios y el desarrollo de propuestas alternativas de economía social y solidaria desde experiencias autogestivas y cooperativas.
A contracorriente de las imposiciones de la troika del Banco Central Europeo, el FMI y la Comisión Europea (todos presididos por europeos del sur), el ecosocialismo defiende la soberanía de la política presupuestal, la nacionalización en materia de servicios bancarios. Cuestiona relanzar la economía como se pretende mediante la austeridad y en cambio propone relanzarla por medio de nuevas actividades económicas que tomen en cuenta la huella ecológica generada, que reduzcan emisiones, que descarbonicen la industria, que generen energías limpias. Es necesario también romper con los tratados de libre comercio que han propiciado el dumping de la mano de obra y de la naturaleza y puesto a combatir a los países a ver quién afecta más las condiciones de vida de sus trabajadores y destruye más sus recursos naturales.
Puesto que el ecosocialismo es un proyecto de urgente realización, dadas las catástrofes ambiental y económica social del capitalismo productivista y financiero, se requiere de un qué hacer inmediato. Debe construirse desde abajo, desde la convergencia de las diversas luchas de la gente concreta.
Se trata de actuar y convencer, no de darse la razón entre los ya convencidos. Se trata de desarrollar, retomar y multiplicar las iniciativas alternativas ya en curso, de defensa de los territorios, de los recursos naturales, de experiencias de economía social, de solidaridad, no violencia, de ayuda mutua.
Pero, sobre todo, se requiere la revolución ciudadana, no basta la alternancia electoral, los meros cambios de cúpula. Para contrarrestar el poder de las oligarquías se hace necesario construir en el día a día los contrapoderes y la soberanía populares en todos los aspectos de la vida social, en las luchas cotidianas de la gente. Señala muy bien las 18 tesis del manifiesto por el ecosocialismo: Ni vanguardia iluminada ni dictadura verde ni repliegue etnicista (sino) la vía democrática de la revolución ciudadana. El pueblo no es el problema, sino la solución a la crisis actual de la civilización humana.
Así planteado, el ecosocialismo es una alternativa radical y democrática a la crisis que afecta e indigna ahora a Grecia, Italia, España, Portugal, Irlanda, Chipre y un poco menos a Francia. Habrá que ver cómo puede conjugarse con las experiencias en marcha en América Latina, tanto las del buen vivir de las comunidades indígenas, como las del socialismo latinoamericano del siglo XXI y otras que puedan plantear otras comunidades, organizaciones y partidos de la Patria Grande.