El Papa actual no será parecido a León XIII – autor de la Encíclica Rerum Novarum (acerca de las Cosas Nuevas) -: la doctrina social de la Iglesia tiene poco espacio, una vez derrumbada la Democracia Cristiana en el mundo y la intrascendencia de pensadores cristianos y conversos que, en el siglo XX, fueron fundamentales.
En estos tiempos es impensable la existencia de un Péguy, un Bernanos o un Mounier, tampoco guardará similitud con Juan XXIII, “el Papa bueno”, a pesar de gestos de humildad y opción por los pobres, que podrían engañarnos a simple vista, ni posee el peso político de Pablo VI – un democratacristiano progresista, de tomo y lomo -; aunque puede tener algo de la extrema ortodoxia de Benedicto XVI, no es un intelectual puro y nato como lo es el primero. El recién electo Papa, si bien opta por los pobres y redacta – con cierta claridad los Acuerdos de Aparecida – de la CELAM – su actuar, hasta ahora, ha tenido poco que ver con las teologías de liberación en América Latina. Es Jesuita, lo que haría suponer un pensamiento y acción bastante progresistas, sin embargo, es un conservador dentro de la Orden.
Dilucidar cada una de estas facetas exigiría ser un vaticanólogo que, como hemos visto en estos días, se equivocan más que los encuestadores respecto de los cónclaves y de las elecciones presidenciales, respectivamente; en consecuencia, nos limitaremos a tratar de resaltar algunos aspectos simbólicos que el actual Pontífice ha hecho de manifiesto en estos pocos días: el más significativo, el nombre elegido, pues Francisco de Asís representó, en la Edad Media, una verdadera revolución frente a una Iglesia corrompida por riqueza y la ambición del poder, y una vuelta radical a la pobreza y sencillez del Maestro del Evangelio. Los Fraticelli, (los franciscanos espirituales), radicalizaron la crítica contra la corrupción papal y predicaron la vuelta a la pobreza mendicante, tal como lo hacía Francisco de Asís.
El filósofo e historiador Joaquín de Fiori, quien anunció la etapa de corrupción del papado y una concepción genial de la historia – con su “corsi y racorsi” – es el gran inspirador de lo que podemos llamar “la revolución de los franciscanos espirituales”, concepción que llega al culmen con Guillermo Ockham, (1285-1347). Este pensador separó, radicalmente, la fe de la razón, eliminando todas las pruebas racionales acerca de la existencia de Dios, contenidas en la doctrina aristotélico-tomista. Ockham niega el poder temporal del Papa y su infalibilidad – sólo la Iglesia, pueblo de Dios, puede ser infalible, y anticipó algo muy actual, la necesidad de democratización de la Iglesia Católica. Ockham está representado en el libro de Humberto Eco, En nombre de la Rosa, por el franciscano Guillermo de Baskerville. Los franciscanos fueron perseguidos y, luego, excomulgados, por el Papa Juan XXII, acusados de herejía – sería difícil que, con todas las diferencias temporales, el Papa recién electo tomara, siquiera, algunas ideas de estos valientes “Fraticelli”.
Otra de las facetas es el hecho de ser el primer Papa que pertenezca a la Orden de los Jesuitas, generalmente bien preparados intelectualmente y, además, progresistas. Los hijos del vasco Ignacio de Loyola llevaron a cabo una pastoral de fronteras, que se extendieron por casi todo el mundo. Entre otras razones, fueron reprobados por su relación con el confusionismo, en China – esa especie de sincretismo religioso no era muy bien visto por la ortodoxia de la Iglesia -. En América Latina fundaron una especie de icarias autoritarias y, a la vez, comunitarias – ubicadas, especialmente, en Paraguay, Argentina, Brasil y Uruguay -, antes, en Chile, el Padre Luis de Valdivia propició la paz entre españoles y mapuches.
Los Jesuitas fueron desterrados por el ministro de Portugal, el marqués de Pombal, Carlos III, Conde de Aranda, en España, y en Francia, por Louis XIV, y muchos de ellos fueron a Perugia, a Imola, a Parma y a Nápoles y, posteriormente, en 1779, fue suprimida la Compañía por el Papa Cemente XIV.
Uno de los más geniales jesuitas desterrados fue el teólogo, nacido en Chile, Manuel Lacunza, quien escribió La segunda venida de Jesucristo en gloria y majestad, una de las obras más profundas sobre el milenarismo – la venida de Cristo a fin del milenio -. Las cartas de Lacunza constituyen una de las emocionantes descripciones de las costumbres y comida chilena, escrita por un desterrado.
En el siglo XX, el jesuita Pierre Teilhard de Chardin estuvo, en varias ocasiones, a punto de ser condenado por su concepción científica sobre la evolución, consignada en varias obras, entre ellas El medio divino.
La tercera arista es el hecho de ser latinoamericano, aun cuando pertenece al episcopado más reaccionario de nuestro continente, el argentino que, en su mayoría, fue cómplice de las atrocidades cometidas por la dictadura de ese país. Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz y el teólogo de la liberación, Leonardo Boff, han dado testimonio de la implicancia del Papa con la dictadura, sin embargo, no podemos afirmar que el Papa Francisco haya tenido la valentía de denunciar los crímenes de lesa humanidad al mismo nivel que la Iglesia Chilena; en ese sentido, entre el actual Papa y el Cardenal Raúl Silva Enríquez hay un abismo.
El hecho de ser el primer Papa latinoamericano puede acercarlo a la opción por los pobres, sin embargo, la idea de la iglesia pobre no tendrá el mismo contenido y profundidad de la cristología, propia de la teología de la liberación, desarrollada por el Padre Rolando Muñoz, por ejemplo, y, en otro plano, por los teólogos Gustavo Gutiérrez y Juan Luis Segundo, de Perú y Uruguay, respectivamente.
El Papa Francisco tendrá que luchar contra una curia romana, bastante criticada debido a las malas prácticas económicas, que lindan en lo delictual, en el Banco Vaticano; en el plano sexual, el descubrimiento de una mafia de proxenetas y una red de pedofilia, en varios países. La tarea no va a ser fácil, seguramente la P2 seguirá existiendo al interior del papado; afortunadamente, el mismo se encarga de la preparación de sus alimentos – que no le pase como, presumiblemente, le ocurrió a Juan Pablo I, que una santa monjita le lleve el desayuno rico en cianuro -.
Si la reforma del Papa Francisco no comienza ahora, será casi imposible de realizar, pues los intereses creados de la curia terminarán por imponerse. Para lograr esta revolución se hará necesario inspirarse en los rebeldes franciscanos y jesuitas, que hemos intentado reseñar en este artículo.
Nada se puede esperar de este Papa respecto a la aceptación de temas como el matrimonio igualitario, la supresión del celibato ni, mucho menos, la consagración de las mujeres; en este plano, el papado continuará en su regresión hacia posiciones reaccionarias.
Rafael Luis Gumucio Rivas
18/03/2013