Diciembre 11, 2024

Hugo Chávez: el populismo y lo popular

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 chavez_marzo55555555555La personalidad de Hugo Chávez, como la de todo líder carismático, posee múltiples facetas que hacen muy difícil elegir cuáles de ellas han sido las predominantes de su vida política.

 

Algunos analistas intentan compararlo con Perón y el Justicialismo, aun cuando las circunstancias históricas sean muy distintas, pues en el Justicialismo hay tendencias de extrema derecha y de extrema izquierda – López Rega y los Montoneros; Menem y la familia Kirchner –; por el contrario, el chavismo carece de una tendencia de derecha, mucho menos fascistoide; tampoco se le puede comparar con las experiencias frustradas de Bolivia y México, en el siglo XX. No me parece justo relacionar el cambio político llevado a cabo por Hugo Chávez con los populismos que se impusieron en varios países de América Latina, durante el siglo XX. Nada tiene que ver, según mi parecer, los “bonapartismos” de Getulio Vargas, Juan Domingo Perón y Carlos Ibáñez, quienes pretendieron superar el conflicto de clases en base al poder militar.


El término caudillista, al igual que el populista, es usado por los cientistas políticos como sinónimo de una de política derrotada – es una “mala palabra” – ignorando que Bolívar, Sucre, San Martín y O´Higgins fueron caudillos. Como lo afirmo en uno de mis artículos, basándome en un concepto de Patricio Navia, como en el colesterol, hay uno bueno y uno malo, es decir un populismo negativo y otro positivo. A mi modo de ver, Chávez, Correa, Morales encarnan – si ustedes quieren llamarlo así – un populismo positivo que, más propiamente, es una gran revolución político—democrática que logra, por medio de la democracia directa convertir a los pueblos, como siempre debió haber sido, en los grandes protagonistas de la historia, tanto de la patria chica, como de la patria grande – de cada país y de América Latina -.


El triunfo de la revolución bolivariana, en 1998, sólo se puede explicar por el agotamiento de una democracia representativa que, durante cuarenta años, se había mantenido en Venezuela, a pesar de que en el decenio de los 70, casi toda América Latina –excepto Colombia y Venezuela – estaba dominada por regímenes militares de doctrina de seguridad nacional. Tanto Colombia como Venezuela estaban dirigidas por un duopolio, en el caso del primero, liberales-conservadores, que se alternaban el poder sucesivamente, y en caso del segundo, por la Socialdemocracia (Acción Democrática) y por la Democracia Cristiana (el COPEI) que, en este país, el panorama político fue dominado por dos grandes líderes: Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, respectivamente.


En Venezuela, país privilegiado por el precio del petróleo, el régimen duopólico se caracterizó por los altos grados de corrupción y de marginación de la ciudadanía. En la ciudad de Caracas, por ejemplo, había dos territorios: el del Llano y el de Petares que correspondía, respectivamente, a ricos y pobres, ambos segregados geográficamente – como ocurre con las urbes latinoamericanas -. En el caso De Acción Democrática, el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez y Jaime Lusinchi, ostentaron un récord de corrupción, que sólo podría ser comparable con la dictadura de Marco Pérez Jiménez –llamado en su época “el sapo con banda”-.


El golpe de Estado, dirigido por Hugo Chávez, en 1992, fue un anuncio de la debacle del duopolio, que se iba a radicalizar con el gobierno del líder democratacristiano, Rafael Caldera, quien esta vez quebró con el Partido del cual era fundador, para aliarse con el MAS y formar un gobierno que a la postre, apresuró el fin del sistema político fundado en 1958 a la caída del Marco Pérez Jiménez. Al octogenario Caldera Chávez le debe la amnistía y el comienzo de su rutilante carrera política – aunque ya era famoso durante su prisión -.


Pienso que en el siglo XXI, las grandes revoluciones serán políticas y que el tema central es el fin de las grandes tendencias del siglo XX – Democracias Cristianas y Socialdemocracias – para reemplazarlas por nuevo tipo de agrupaciones políticas que sepan superar las limitaciones de la democracia representativa que, en el caso actual, están dominadas por el mercado y, sobre todo, por el sistema financiero que, a la larga, terminan definiendo los procesos políticos, en desmedro de la mayoría de los ciudadanos. El gran cambio que se avecina dice relación con la democracia participativa y, sobre todo en la conversión de cada ciudadano en actor principal del sistema político.


En 1998 se dio, en Venezuela, el primer acto de este cambio revolucionario cuando Chávez logró el 56% de los votos contra el 40% de Salas – candidato del COPEI y ADECO unidos -. El Presidente electo, en ese entonces, no contaba con mayoría en el sistema bicameral – Senado y Cámara de Diputados, que aún eran dominados por el duopolio -. La genialidad de Chávez estuvo en la idea de convocar a una Asamblea Constituyente. A fin de que redactara una nueva Constitución, la cual incluía el unicameralismo y métodos de democracia directa, como los plebiscitos de iniciativa popular y revocatorios – esta revolución fue, posteriormente, seguida por Evo Morales y Rafael Correa -.


Si la única medida que emplean ciertos apologistas de la democracia bancaria son los procesos electorales, tenderemos que concordar en que la democracia V República Bolivariana ostenta un verdadero récord de comicios – trece en trece años – por lo demás, en todos ellos, el gobierno de Hugo Chávez ha logrado, casi siempre, altos porcentajes de aprobación, que ya se quisiera cualquier gobierno latinoamericano. La oposición logró las firmas necesarias para convocar a una revocación de mandato presidencial que, hasta entonces, no se había logrado en América Latina, saliendo triunfador el gobierno.


Si hay un punto de consenso es que Hugo Chávez, logró concitar un apoyo popular nunca igualado en América Latina – ni siquiera por mitos, como Zapata o Eva Perón -. Hay algo en los millones y millones de personas que aún desfilan frente al féretro de Chávez, que está indicando que la revolución política logró dar identidad, como actores a los sectores populares, como pocas veces ha ocurrido en la región.


Personalmente, discrepo con el hiper- presidencialismo que han radicalizado las Constituyentes de Venezuela, Bolivia y Ecuador al permitir mandatos sucesivos y hacer recaer en el Ejecutivo una enormidad de facultades. En este plano, me permito diferenciar a Simón Bolívar, que planteó la presidencia vitalicia de otros héroes de América Latina, de Manuel Rodríguez, en Chile , y de Emiliano Zapata, en México, el primero, proponiendo el gobierno de un año, y que sí él estuviera en el poder, él mismo se derrocaría y, el segundo, al llegar a Ciudad de México, en 1914, expresó que “en ese trono se sentaba un hombre bueno y salía malo”.


Según mi parecer, una revolución democrática, basada en la participación popular, debe repartir el poder y no concentrarlo. Los balances y los controles son tanto o más importantes en una democracia directa, que en una representativa.

Rafael Luis Gumucio Rivas

09/03/2013

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