Un libro siempre lleva entre sus páginas la magia de transportarnos a otra dimensión, a otro tiempo y a otro espacio, te atrapa en ese laberinto imaginario de las letras y te conduce por ese universo fascinante llamado Lectura. Una vez sumido en ese maravilloso y sublime mundo, tus recuerdos y sentimientos cobran vida. De ser simple lector pasas a omnisciente relator, la historia y tu historia se funden y la génesis de una nueva renace. Así se origina este preámbulo y con él un encuentro de hechos, sucesos y personajes que se han fundido en el tiempo, un tiempo cuyo túnel imaginario, oscuro e inexplicable, una vez más nos muestra el misterio que a lo largo de su viaje han vivido, viven y seguirán viviendo todos los que pasamos a través de él.
Al recorrer las frondosas páginas de El árbol de la ciencia de Pío Baroja, he sido también atrapada por ese boscoso e insólito mundo, y trasladada inevitablemente de tiempo y espacio; de la España de ayer al Chile de hoy. Otro continente, otro país, otra contingencia, pero con similares sentimientos y cuestionamientos. Los principios filosóficos y sociales que en él se revelan, no difieren mucho de los actuales. Su universalidad es tal que el tiempo y el espacio no tienen dimensión alguna. Descubriremos en estas páginas esa similitud intemporal entre Andrés Hurtado de España, un estudiante de medicina impotente ante los excesos de una sociedad mezquina, y otros miles de Andrés Hurtado de Chile; estudiantes, obreros y profesionales que sufren hoy la presencia de una sociedad egoísta e indiferente.
Esta novela representativa del género filosófico, narra la trayectoria vital de un héroe o un antihéroe en conflicto con las fuerzas irracionales. Aquí la psicología y la vida de los personajes se mueven en torno a temas vitales propios de cualquier planteamiento existencial: la familia, la sociedad (con todas sus variantes) y la muerte. Este antihéroe español es la imagen de un intelectual insostenible desde todos los puntos de vista. Un buscador de la verdad, y en esa búsqueda la Ciencia es su fuente más relevante, así como la filosofía de Schopenhauer y de Kant, entre otros. En esa constante se entrevén todas sus ideas políticas, algunas de ellas de corte socialista, que apuntan constantemente a una denuncia social con todas sus variantes).
El Chile de hoy al igual que la España de ayer, ha dado origen a muchos héroes o antihéroes, uno de los símbolos (o arquetipos) usados por Jung (1970) para explicar el proceso de individualización. Este héroe, en esa constante búsqueda de la verdad, se enfrenta a un sentimiento de soledad, crisis y desamparo, en cuya búsqueda el individuo va adoptando distintas actitudes. Una es la de abandonarse a la inercia por comodidad, negándose al cambio, otra es inyectarse la droga del consumismo y permanecer bajo sus efectos alienantes, perdiendo su propia identidad para convertirse en una persona rígida, que al sentirse vacío interiormente se quiebra con facilidad. Es la llamada neurosis colectiva del Chile de hoy, ella evita aceptar el conflicto, y el problema es desplazado. Así el individuo y la sociedad se acostumbran a vivir ocultando la verdad, la que es relegada al olvido y reprimida. Y de acuerdo a la ley psicológica de Jung, lo reprimido y no asumido tarde o temprano se transforma en neurosis.
Muchos hechos han dado génesis a estos antihéroes, a estos hombres de pueblo, que ya ni siquiera saben si considerarse como tal; les han cambiado hasta el concepto. Uno de ellos es ese momento histórico chileno tan doloroso que cambió el sentir y la realidad de todo un pueblo: el golpe de estado de 1973, que trajo consigo una gran pérdida, el derecho más preciado de todo ser humano; la libertad, y con ello, la pérdida de los ideales y los principios fundamentales de la democracia. Hasta los significados han cambiado, ahora tienden a regirse más por el diccionario que por la fuerza de uso social. Fenómeno que afecta de un modo especial a términos tan arraigados como “pueblo”, concepto que a través del tiempo y la historia va tomando distintas connotaciones. En la época colonial, por ejemplo, este concepto no era otro que el de “grupo de terratenientes-conquistadores”. En el Chile de Portales, lo conformaban los ciudadanos que acumularon riquezas ganándose el derecho a votar. Por 1915 se creía que el pueblo no era sino el conjunto de la nación, fundado sobre el sentimiento común del patriotismo. Más tarde, en cambio, se estimó que no podía ser más que la clase trabajadora; la que producía la riqueza económica de la nación. Hoy este concepto tiene un nuevo matiz, “pueblo” está íntimamente ligado a patriotismo; una simple y vaga connotación teórica, ya que en la práctica no representa más que una pesada y abrumadora carga.
Cualquier chileno corriente de hoy -aunque, como se verá, algunos más que otros- conlleva dentro de sí esta carga histórica compleja, valiosa y significativa llamada patriotismo. Sin embargo, cuando se vive en una sociedad desgarrada por un mecanismo interior de alienación, donde un sector es el opresor y los otros sectores sociales los oprimidos, este sentimiento pierde valor, transformándose en una carga difícil de llevar. La fuerza histórico-social y las riquezas no están homogéneamente distribuidas, por lo tanto el patriotismo no se justifica, no cumple la función de estar ligada al pueblo, y su fría definición sólo conduce a un mayor antagonismo social. Un abismo de inseguridad y tristeza se apodera del individuo despedazando todos esos sueños de Libertad y Democracia que por tantos años le fueron arrebatados. Este sentir va generando una especie de sentimiento oceánico (Agacino 1996) que los sitúa en medio de una inmensidad que los contiene pero no los identifica.
Aunque, a diferencia de la España de esa época, Chile es considerado uno de los países latinoamericanos de mayor desarrollo, y contradictoriamente vive, sin embargo, uno de los momentos de mayor antagonismo social. Y esto como consecuencia de haberse transformado en un laboratorio del Neoliberalismo. Hecho que ha conllevado, entre otras cosas, a seguir un programa de privatización de empresas estratégicas (transporte y comunicación) y de servicio público (luz, agua, teléfono, gas). Una política asumida desde el golpe de estado de 1973, por la Junta de gobierno y vigente hasta ahora. Si bien es cierto, a lo largo de estos últimos 16 años no se ha dado en un periodo de negación de los derechos civiles, se ha dado en cambio bajo un régimen democrático que ha excluido a las mayorías con una clara democracia anti- popular.
Chile se abre al mundo súbitamente en una vorágine mercantil que escapa de control. Si bien es cierto, a diferencia de España, esta salida le permite al individuo ampliar su horizonte de experiencia y desarrollarse más en el ámbito personal, no siempre lo logra, ya que aunque las oportunidades están, hay una gran mayoría que no alcanza a disfrutarlas. De ahí que muchos vivan la construcción de “sí mismos” y la búsqueda de un yo auténtico como una presión angustiante y desesperanzada. Es decir, tampoco existen muchas esperanzas para los antihéroes de este nuevo Chile.
Dos países, dos historias, una sola frustración. Ambos viven la utopía de una “gran” nación, reinventada para la dicha de unos pocos y la desdicha de muchos. Pero un día la burbuja explotará y, ¡Bienvenida realidad!
(GPA)Gladys Pilar Ahumada
(Universidad de Montreal)