La reciente dimisión del Papa, en condiciones de muy oscura claridad, le abrió las puertas a sabias disquisiciones en torno a quién será su sucesor, pero nadie se ha referido al autocrático proceso que permite designarlo. Si más de alguien se ha referido a las luchas intestinas del Vaticano, a los clanes de poder y a los intereses financieros que rigen la opaca vida del Estado más pequeño del mundo, no he leído ni una línea en torno a la total ausencia de democracia que preside a la entronización de un jerarca que preside la vida espiritual de cientos de millones de creyentes.
El Papa nombra a los cardenales, incluyendo a Monseñor Mahony, el arzobispo emérito de Los Ángeles (California) culpable de encubrimiento de curas pedófilos, y los cardenales designan al Papa. Redondito.
Curiosamente, en medio de la moda instaurada para remediar la evidente falta de legitimidad de las organizaciones políticas chilenas, no hay ni una voz que se eleve para exigirle a la Curia que organice “primarias”.
La banalidad en que ha caído la designación del sucesor de San Pedro la ilustra el hecho de formar parte de las competiciones abiertas a las apuestas en línea, como si se tratase de un vulgar partido del Manchester United contra el Chelsea en la Liga inglesa. Yo no pondría mis manos al fuego para garantizar que, como en el futbol, no se soborne a los árbitros o a los jugadores.
Puede que sea una de las casualidades que le ponen enjundia a la Historia, pero Roger Mahony nació en Hollywood, fue nombrado cardenal por Juan Pablo II – amigo del Opus Dei y de los Legionarios de Cristo (y del dinero) del cura Maciel – , y votó en el 2005 por su sucesor, el aún Papa Bendito XVI.
Decir que todo esto parece cosa de película es algo que no me permitiré en nombre del combate contra las asociaciones de ideas fáciles y las digestiones difíciles. Lo seguro es que algún tycoon californiano ya debe haber comprado los derechos de la película.
Personajes como Mahony, encubridor de curas violadores de niños, el cura Maciel, ligado a siniestros intereses financieros no siempre ajenos a Carlos Slim, pecador reconocido, padre de un cierto número de criaturas, amante de un media docena de piadosas damas ansiosas de estar en la gracia del Señor y abusador de infantes a sus horas, más dos Papas cuya trayectoria tiene más recovecos que el Laberinto de Dédalo… dan para una superproducción en plan “Los Diez Mandamientos” o “Cleopatra”, desfile en Roma incluido.
Dicho esto, no es que me sienta en posición de darle lecciones de democracia a la Iglesia. Todo el mundo sabe que el Papa es el representante de Dios en la Tierra (y en la Luna cuando hay algunos astronautas paseando en Selene), y los caminos del Señor son bastante impenetrables, sobre todo cuando se trata del IOR (Instituto de las Obras de la Religión), el banco del Vaticano.
Por otra parte, nací en Chile, país en el que durante 36 años el servicio electoral estuvo al cuidado de un tipo nombrado por un dictador. Juan Ignacio García, ese es su nombre, acaba de hacer dejación de su eminente cargo. No voluntariamente, sino por haber alcanzado el limite de duración de la teta. Uno se dice que de 1977 hasta 1988 el tipo no tuvo mucho que hacer, es difícil creer que se haya herniado en el laburo.
Y no fue el Plebiscito de 1988, que le suministró la ocasión de un esfuerzo para hacer ganar a quién le había puesto en la pega – lo contrario sería acusarlo de ingrato y desagradecido –, el que lo estresó.
De ahí en adelante el tipo regentó un sistema que no tiene mucho de democrático, lo que no parece haberle ocasionado ninguna crisis de sarpullido, ni siquiera un ligero eritema epidérmico. Una ley departidos políticos que es propiamente liberticida, un sistema electoral binominal que permite gobernar con el 16% de los votos, chanchullos varios que él mismo denunciaba en la discreción de su oficina situada en las cercanías del Parque Forestal y que luego negaba sin negarlos con frases dignas de la ambigüedad de un Alan Greenspan, nada de eso le inquietó los esfínteres éticos a lo largo de una carrera en la que, muy probablemente, la parte de su cuerpo que más trabajó fueron las bisagras lumbares.
Ya sé que él mismo no tenía ningún poder para cambiar nada, pero el servilismo es el servilismo, y la dignidad que aconseja alejarse del “trabajo sucio” será siempre la dignidad.
Para remplazarle se ha designado, sin los bombos y platillos que acompañan los desfiles militares, al general (R) Juan Emilio Cheyre. No es injuriar al Señor general el señalar que a lo largo de su carrera no debe haber practicado mucho la democracia. En la formación de los oficiales hay dos valores esenciales: la obediencia y el don de mando. En este caso… ¿Cuál es peor?
De Cheyre se dice que es un hombre inteligente y yo estoy dispuesto a creerlo, a pesar de que Henri Jeanson aseguraba que si los generales son idiotas es porque los reclutan entre los coroneles.
Pero me viene una duda… ¿Qué vino a hacer un hombre inteligente en esa galera? Cuando toda la ciudadanía cobra consciencia de vivir en un simulacro de democracia, ¿Qué puede aportar un hombre que viene de las antípodas de la práctica democrática?
¿Cheyre desea obedecer o mandar? ¿Tiene agenda propia? ¿A quién le da garantías en el marco de una institucionalidad ilegítima y perversa? ¿A qué juegan quienes le nombraron?
¿Y si Henri Jeanson tuviese razón?
Publicado en Politika