Diciembre 13, 2024

La universidad en el Chile decadente / III

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 a6¿Cuál es la función social de la universidad? En general, los estudiosos de los temas que tienen relación con la educación superior, especialmente en América Latina, coinciden en afirmar que en los países “en vías de desarrollo”, la universidad se enfrenta a tareas que no son necesariamente las que se proponen las universidades de los países desarrollados.

 

 

Este planteamiento radica en que en los primeros, la universidad ha debido actuar estrechamente comprometida con su propia realidad. No por nada Andrés Bello declara en su discurso de la inauguración de la Universidad de Chile: “Una universidad cuyo norte sea Chile y las necesidades de su pueblo”.

 

Por otra parte, es necesario tener en cuenta que en nuestros países, la cultura y la ciencia dependen más directamente de las universidades por ser éstas, generalmente, las únicas instituciones de alta jerarquía intelectual que existen. Si nos atenemos a la historia, podremos comprobar que la universidad latinoamericana, y por supuesto, la chilena, ha atendido propósitos que superan largamente los clásicos de la educación superior: su irreductible vocación de libertad que la ha compelido a pronunciarse en contra de toda forma de opresión. Además, su sensibilidad ante los problemas sociales la ha llevado a emprender, no pocas veces, programas de proyección social.

 

La función social de la universidad consiste, esencialmente, en que a ella acude la sociedad en busca de orientación, de conocimientos e inspiración. En cumplimiento de la misma, la universidad debe participar, en forma principal, en los esfuerzos dirigidos a promover los cambios estructurales que la sociedad requiere para que sea más justa. Esta tarea la obliga a emprender la formación en sus graduados de una mentalidad favorable al cambio y la decisión de contribuir al proceso de desarrollo político, económico, social y cultural. Sin embargo, el desarrollo no debe entenderse aquí, en términos de un simple aumento del ingreso per cápita, ni de una mayor disponibilidad de bienes materiales y artefactos. El objetivo final del desarrollo debe ser la valorización humana y el mejoramiento de la calidad de vida para todos los sectores sociales.

 

Para que el aporte de la universidad al desarrollo sea eficaz, es preciso que parta de un acabado estudio y un profundo análisis de la realidad nacional, a fin de adecuar sus programas a las verdaderas necesidades del país. Para transformar la realidad es necesario, primero, conocerla. La universidad debe constituirse en la conciencia crítica de la sociedad, función que sólo puede cumplir una institución libre y autónoma.

 

Masificación y democratización de la educación superior.

 

La masificación en la enseñanza superior no es un fenómeno nuevo; a partir de los años sesenta se ha venido planteando que la llamada “explosión de las matrículas” es uno de los aspectos que inciden en la crisis actual de la educación superior, no sólo a nivel latinoamericano, sino en el contexto mundial. Se atribuye el origen de este fenómeno a diversas causas: las presiones demográficas, el crecimiento explosivo de los graduados de la enseñanza media, las aspiraciones de ascenso social de las clases emergentes, etcétera.

 

La discusión de los expertos se ha centrado, sin embargo, no sólo en los aspectos cuantitativos de este “problema”, sino, y tal vez lo más importante, en su perfil cualitativo. Exponer aquí las diversas interpretaciones para abordar la solución a esta problemática, rebasa con creces el objetivo de esta nota. En síntesis, las posturas se podrían resumir en dos planteamientos básicos: a) quienes se preocupan únicamente por resguardar la calidad de la educación superior, se pronuncian decididamente en contra de la libre admisión, la que consideran como una amenaza para la existencia misma de la educación del tercer grado; b) en cambio, quienes ven en el libre ingreso un requisito de la democratización de la educación superior, consideran que hay formas de mantener, y aun de mejorar la calidad, sin necesidad de establecer cortapisas al acceso abierto, arguyendo que la limitación del ingreso es una “falsa solución”, por cuanto lo que hace en realidad, es eludir un problema creado por el desarrollo general de los países y que debe ser enfrentado por lo planificadores de la educación.

 

A nuestro parecer, sin embargo, no es un problema que atañe sólo a los “planificadores de la educación”, pues el subsistema educativo (tal vez el más importante), junto a los otros subsistemas, es constitutivo del sistema político, económico y social de un Estado, por lo tanto, construido y analizado en ese constexto..

 

Pero queremos referirnos, a partir de esta discusión (que al parecer seguirá por mucho tiempo), a la segunda cuestión planteada en el subtítulo: la democratización de la enseñanza superior. Y en este aspecto, parece ser que nos acercamos a un consenso: el simple incremento de las matrículas no es signo de democratización ni de aumento de oportunidades para los menos privilegiados.

 

“La famosa ‘igualdad de oportunidades’ al nivel de acceso de la educación superior es, a menudo, un mito, pues la democratización depende más de medidas que se adopten en niveles primario y medio… A nivel superior bien puede ocurrir un aumento considerable de las matrículas sin que en realidad el sistema educativo se haya democratizado. La selección al momento que los estudiantes llegan a las ventanillas de la universidad es excesiva y no necesariamente académica, sino social y económica”. (*)

 

Por su parte, la mesa redonda sobre la “Naturaleza y Funciones de la Enseñanza Superior en la Sociedad Contemporánea”, convocada por la UNESCO (París, 1968), examinó el tema de la democratización del acceso a la enseñanza superior y llegó a la conclusión de que no sólo se debe democratizar el ingreso, sino facilitar la permanencia en la educación superior de los estudiantes que podrían verse obligados a desertar por motivos socioeconómicos y no estrictamente académicos. La democratización implica, entonces, no solamente la igualdad y las posibilidades de acceso a la educación superior, sino también las de poder continuar en ella hasta niveles satisfactorios para el individuo y la sociedad. Es preciso añadir, obviamente, la igualdad de oportunidades para incorporarse al mundo del trabajo, que la mayoría de las veces está regido por relaciones particulares, principalmente en los países subdesarrollados y especialmente en el Chile de hoy.

 

Tampoco la masificación asegura, por sí misma, la “movilidad social”. A la educación en general y a la de nivel superior en particular, suele considerársele como el mecanismo por excelencia para hacer menos rígidas las estructuras sociales y promover el ascenso de las clases inferiores. Es lugar común, especialmente de la clase política, escuchar que existe una relación estrecha entre educación y estratificación social, hasta el punto que se considera que la sociedad es más o menos democrática según el grado de movilidad social que su sistema educativo sea capaz de generar.

 

Durante una época se le atribuyeron virtudes excepcionales a la educación como factor de movilidad social. Justamente, a partir de la década del ’60 (años del inicio de la masificación de la educación superior), se han realizado estudios al respecto en países europeos. (**). Al analizar los datos empíricos se llegó a la conclusión de que “la educación es sólo uno de los factores que influyen en la movilidad y está lejos de ser el factor dominante”. Después, se han llevado a cabo investigaciones en otros países que arrojaron resultados similares o ponen de manifiesto que la educación más bien está actuando como factor de conservación del status y, por lo mismo, de mantenimiento de las estructuras sociales a nivel de los grupos que integran la sociedad. A lo más, se podría dar una movilidad “horizontal”.

 

La próxima nota se referirá a la función política de la universidad.

 

(*) Carlos Tünnermann: De la universidad y sus misiones, UNAM, México, 1980.

(**) Halsey y otros, Education, economy and society, The Free Press, New York, 1961.

 

 

Ver: La universidad en el Chile decadente II

 

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