La falta de decisión que muestran las autoridades para atacar de raíz el conflicto en la zona mapuche, raya en un notable abandono de deberes. Nadie aún explica por qué todavía no han mandado una bandada de F – 16 y/o despachado un pelotón de tanques Leopard 2 A4, para corregir aquello que dejó inconcluso Cornelio Saavedra. Voces autorizadas se alzan en se sentido.
Desde que se fundara el estado Chileno se ha venido aplicando la misma fórmula para resolver los conflictos asociados a las complicaciones que trae a cuestas relacionarse de vencedor a vencido, de chileno a indio: la fuerza bruta, la violencia.
Aunque los hechos demuestran que la imaginativa fórmula llamada Pacificación de la Araucanía, con cañones Krupp, fusiles Comblain, y la matanza selectiva una vez que se disipaba el humo de las descargas, no fueron lo suficientemente efectivos.
Hoy, han cambiado la tecnología, las comunicaciones y los cañones. Los fines, eso sí, siguen siendo los mismos: deshacerse de esa gente que atenta contra el Estado unitario, contra la nación de blancos, ganadores y ricos.
La concepción de un país étnicamente homogéneo que enarbolan los poderosos, ha hecho que los mapuche sean considerados como una agresión que se debe extirpar. Desde el punto de vista del nacionalismo ignorante y criminal, los mapuche constituyen una forma de enemigo externo, que se verían mejor en un gueto que ocupando esas apetecidas tierras del sur.
Para esa concepción de país, la existencia del mapuche actuando de un modo distinto a lo que el turismo requiere de ellos, demuestra que la tarea comenzada por la Pacificación de la Araucanía, no fue completada durante un poco más de un siglo, a pesar del dominio absoluto de los descendientes de los primeros genocidas.
El concepto de tierra arrasada aplicado por los soldados chilenos no fue una solución final.
Y, por si se cree que es sólo cosa de la derecha, tampoco la izquierda ha tenido claro qué es eso que palpita entre Concepción y Valdivia, y en muchas de las poblaciones que circundan las ciudades. El pueblo mapuche, sus luchas, historia y expectativas, han sido una zona oscura para los partidos de izquierda, la que respecto de ese conflicto centenario, no tiene la más mínima idea.
Por mucho tiempo al mapuche se les ha entendido como campesinos pobres, víctimas del latifundio que compraba tierras con la gente que traía dentro y los explotaba sin compasión ni derechos, hasta cuando aquellos siervos de la gleba ya no daban más.
La lucha del pueblo mapuche, sus costumbres, su idioma, usos y creencias son cosas extrañas para la izquierda. Los pocos cuadros mapuche que generan algunos partidos, con frecuencia terminan sus días alejados de sus propias comunidades, rechazados por sus hermanos, cuando no, acomodados en aparatos estatales diseñados para el control de sus propios hermanos.
En definitiva, ningún partido ha tenido hasta ahora una política seria y coherente en el ámbito de lo mapuche. Si se trata de política, los más consecuentes con su idea de lo mapuche ha sido la derecha, la que no ha variado su criterio para enfrentar a esa nación. Lo único que han cambiado, han sido sus armas.
Pero en los últimos años ha aparecido con mayor frecuencia y nitidez el concepto que más se acerca a lo que el mapuche entiende como solución para tantos años de sometimiento, despojo y desprecio: la autonomía y el territorio. Ambas ideas generan urticaria en un Estado que rechaza todo intento secesionista o que exija el reconocimiento de otra nación ocupando el espacio propio de la chilena, unitaria, blanca, ganadora, homogénea. Y egoísta.
Y qué decir respecto de su sacrosanto derecho a la propiedad en la que se sustenta todo el tejido de la cultura imperante. No importa si esas tierras fueron arrebatadas mediante la guerra más despiadada, transformadas en el botín de los ganadores una vez que sus habitantes fueron arrasados por los cañones, los fusiles, los abogados y las leyes.
Hoy, el territorio mapuche vuelve a poner sobre la mesa esa antigua problemática que los pacificadores originales, y los calcos que les siguieron, no supieron resolver. Alguien cometió un error en los tiempos de Don Cornelio y sus tropas.
Veremos cómo lo intentan los actuales estrategas que ahora tienen instrumentos muchos más precisos que los antiguos y pesados cañones Krupp, y una experiencia no despreciable en términos de masacres, desaparecidos y muertos
Aviones que en un par de vuelos rasantes pondrían las cosas en su lugar, blindados todopoderosos que pueden hacer efectiva la tierra arrasada que se propusieron los ancestros y que, a juzgar por los resultados, no fue lo prolija y eficiente que debió ser, esperan en estado de apresto.
Nunca es tarde para corregir los errores de la historia.