Como a muchos que en esta época visitamos nuestro país de origen, siempre hay curiosidad por reencontrarse con algunos lugares o eventos que han tenido algún significado cultural, político y hasta sentimental para lo que fue nuestra existencia aquí. Eso naturalmente matizado por los intereses personales que uno pueda tener. Al mismo tiempo – quizás inconscientemente – también se quiere constatar en qué estado esos lugares se hallan hoy. Muchas veces, para decir verdad, el visitante experimenta decepciones.
Debo decir que aunque por formación estoy lejos de la tecnología, ha sido el ferrocarril uno de mis mayores intereses, así como también el cine, incluso en estos días que he dejado de dar clases hago crítica de cine para un periódico montrealés. Estos intereses entonces me impulsaron una vez más a tratar de vivir experiencias ligadas a estas actividades una vez que estuve aquí.
Pero claro, las cosas ya no son lo que alguna vez fueron. El tren como medio de transporte público interurbano ha prácticamente desaparecido, y no por casualidad. Recordando lo que Fernando Solanas decía en su documental La próxima estación donde explicaba como poderosos intereses trasnacionales ligados al petróleo y a la industria automotriz habían conspirado para liquidar los ferrocarriles argentinos – los que una vez habían constituido la más extensa red en Latinoamérica – uno bien puede decir que similar situación se dio en Chile.
Así las cosas, al final para muchos el tren pasó a ser una pieza de museo. Bueno, y aceptando tal premisa al museo me dirigí: el Museo Ferroviario esto es.
Fundado y operado por una corporación privada, la Corporación para la Divulgación de la Ciencia y la Tecnología, el Museo Ferroviario ubicado en la Quinta Normal, no parece contar con mayor apoyo oficial. Bueno, considerando que el estado chileno desde hace tiempo no muestra mayor interés por los ferrocarriles que todavía circulan, mucho menos podría uno esperar que lo tuviera por aquellos confinados a un museo. Y eso evidentemente se nota en el pobre estado del Museo Ferroviario de la Quinta Normal. Aquí hago constar que esto no es un comentario negativo sobre aquellos que con entusiasmo y esfuerzo han contribuido a hacer realidad ese espacio para mostrar una pequeña parte del patrimonio ferroviario chileno, pero lo cierto es que el Museo Ferroviario dista mucho de merecer tal título, en los hechos más parece un aparcadero de locomotoras en medio de los jardines del parque, con poca información y con escasas facilidades, no hay una tienda que ofrezca literatura sobre los ferrocarriles y ni siquiera dispone de servicio higiénicos para los visitantes (sólo hay un par de baños químicos de esos que se ponen en las construcciones). Llegar al Museo también es complicado porque el Parque Quinta Normal, recientemente refaccionado, no tiene ni una sola señalización indicando como llegar a él. Para hacer las cosas más difíciles, el sitio web del Museo sugiere tomar el metro a la estación Quinta Normal, pero en verdad éste está en la Avenida Portales, a algo así como un kilómetro de esa estación.
Algo aun más grave, las piezas ferroviarias que hacen parte del Museo están casi todas a la intemperie, por lo tanto expuestas a la lenta destrucción que los elementos climáticos inexorablemente ejecutarán; por cierto las locomotoras siendo de hierro resistirán más, pero no así algunos de los carros de madera. Lo lógico hubiera sido que el Museo Ferroviario se ubicara en un recinto más apropiado, y no sé por qué cuando la Estación Mapocho dejó de operar a nadie se le ocurrió que ese era el sitio ideal para instalar el Museo, dándole además el contexto apropiado (recuerdo al respecto el excelente Museo Ferroviario de Madrid instalado en la ex Estación Delicias). O quizás me estoy olvidando que Chile opera bajo la impronta del mercado y resulta más profitable usar el recinto de la ex estación para la producción de conciertos donde “corre mucho billete”.
Mejores resultados pude observar en otros proyectos vinculados al ferrocarril: el Expreso del Recuerdo que el pasado 15 de diciembre re-creó el trayecto del tren de Santiago a San Antonio (en realidad el trayecto histórico y muy popular era al balneario de Cartagena, pero la línea hasta esa localidad fue levantada privando a los sectores de menos recursos de ese tradicional y masivo medio de transporte). Se trató de un evento conjunto de la Asociación Chilena de Conservación del Patrimonio Ferroviario y la Empresa de Ferrocarriles del Estado utilizando carros reconstruídos por esa entidad formada por entusiastas del riel.
Cabe recordar que en el gobierno de Ricardo Lagos se había contemplado la posibilidad de restablecer un servicio al estilo del actual Metrotren entre la Estación Central y Melipilla, pero la idea nunca se materializó porque se quiso hacer con inversionistas privados que al final no se interesaron porque no había al parecer muchas ganancias en el negocio.
El otro proyecto de recuperación patrimonial que tiene que ver con trenes es el denominado Proyecto Ave Fénix que se propone reconstruir y habilitar parte del trazado de lo que fue el Ferrocarril Militar que iba desde Puente Alto a El Volcán. En sus tiempos de gloria, hasta mediados del siglo 20, el pintoresco trencito de trocha angosta transportaba carga y pasajeros desde la cordillera y en Puente Alto conectaba con el Ferrocarril del Llano de Maipo que tenía su estación inicial en la Plaza Italia a un costado del Parque Bustamante (a su vez resabio de un viejo y tal vez “loco” proyecto que preveía un nuevo ferrocarril trasandino para el cual incluso se llegó a construir una hermosa terminal, la Estación Pirque en lo que ahora es el Parque Bustamante. Vaya si a veces nuestra burguesía llegó a tener uno que otro sueño grandioso, claro está terminado en frustración: por lo que sé la Estación Pirque murió sin pena ni gloria, demolida a comienzos de la década de los 40).
El Proyecto Ave Fénix – de más está decirlo – no cuenta tampoco con mayor apoyo oficial y hasta ahora ha completado su primera fase, recuperar la Estación Melocotón y reconstruir varios de sus carros y locomotoras. En su segunda fase sus promotores planean restablecer la línea férrea entre esa localidad y San Alfonso. Luego se irán sumando nuevas estaciones hacia el interior del Cajón del Maipo proporcionando por un lado un elemento de patrimonio cultural y por otro atrayendo visitantes a esa parte de la Región Metropolitana que ciertamente necesita recursos.
Pero me bajo del tren ahora y me meto al cine. Cine al aire libre en esta ocasión: en el marco del 3er. Festival de Cine Nacional, la Cineteca Nacional albergada en el Centro Cultural Palacio de la Moneda ofreció una amplia programación de cine chileno, culminando con la exhibición el pasado 20 de diciembre de El húsar de la muerte el emblemático film mudo de Pedro Sienna, el cual había tenido ocasión de ver hace muchos años. He aquí que tendría la oportunidad de verlo nuevamente y con el acompañamiento musical de Horacio Salinas (Inti Illimani Histórico) como bono. El film de Sienna sería precedido por una interesante muestra de cortos documentales – todos de la época muda – para cuyo acompañamiento musical se contrató al cantante Nano Stern y su grupo. Y aquí es donde una vez más las buenas intenciones se ven empañadas por mediocres resultados. Este joven cantante no es conocido fuera de Chile por lo que yo en Canadá jamás oí hablar de él. Para no aparecer muy duro lo único que puedo decir es que ciertamente los organizadores del evento erraron en seleccionar a Stern para dar acompañamiento musical a esa serie de documentales. El cine mudo en verdad nunca era silente, su exhibición iba siempre acompañada de música, generalmente un piano que con sus acordes ayudaba a crear un ambiente para la historia o narración en la pantalla. En ocasiones especiales, para las super producciones de la época muda, se utilizaba conjuntos y de modo extraordinario una gran orquesta. Cualquiera fuera el acompañamiento sin embargo, el principio básico es que la música era sutil, o al menos no intrusiva, no podía interferir o distraer del relato fílmico. Bien, ese principio no se siguió en absoluto en el caso del cantante Stern. Incluso en un momento llegó a ser absolutamente impertinente, cuando al mostrarse en pantalla un poco conocido documental sobre el funeral de Luis Emilio Recabarren, Stern nos cantaba a todo pulmón, “Dos elefantes, se balanceaban, sobre la tela de una araña…” Bueno, alguien dirá que era una humorada, o que probablemente el cantante estando debajo de la pantalla no veía lo que estaba mostrándose, o que por último los artistas por muy comprometidos que quieran ser no tienen por qué ser muy versados en política, que muchos de ellos llegan a un compromiso social más por sensibilidad y emoción que por racionalidad o teorizaciones. Puede ser, pero los organizadores del evento – que en otros aspectos estuvo interesante – deberían haber considerado que para musicalizar cine mudo, lo fundamental estaba en aportar un complemento porque el plato de fondo estaba en la pantalla y no en cambio ser un estridente elemento distrayente como fue el cantante ya mencionado.
Chile y su patrimonio cultural, al ojo de este visitante ocasional, parece estar en manos de gente que probablemente quiere hacer buenas cosas y hacer que las manifestaciones de ese patrimonio sea compartido, lamentablemente aun no se transita adecuadamente desde esas buenas intenciones a resultados más efectivos. Así, ni el Museo Ferroviario ni los intentos de la Cineteca Nacional de dar a conocer los valores patrimoniales que poseen dejarán una huella en las conciencias de las gentes. Lo que sería lamentable dado que – insisto – las intenciones son buenas.