Como más se afecta el prestigio de la política es con la inconsistencia ideológica de quienes la ejercen, es decir cuando comprobamos que lo planteado por los partidos y dirigentes difiere mucho de lo que éstos hacen una vez en el poder.
De allí es que los grandes líderes son reconocidos justamente por la solidez de su discurso, así como por su resistencia a entrar en componendas cupulares para acceder a los cargos de representación popular. En nuestro país y en el mundo se honra la memoria de quienes llegaron incluso a ofrendar su vida por sus convicciones y mantenerse siempre en una actitud de consecuencia en su trayectoria de servicio público.
La explosión estudiantil de los últimos años abrigó la esperanza del país en la posibilidad de que sus dirigentes más emblemáticos fueran capaces de refundar la política, superar sus viciadas prácticas y desarrollar nuevos referentes que renovaran el compromiso ciudadano que venía apagándose en toda la larga posdictadura. A causa, justamente, de la frustración que los chilenos hemos experimentado en cuanto a lo que se prometió y finalmente ha resultado.
Las generaciones mayores vimos en un puñado de jóvenes la posibilidad de que con ellos germinara un fenómeno similar al que llevó hace 100 años a fundar el Partido Comunista, las diversas expresiones del socialismo, así como la irrupción de la Democracia Cristiana y otras expresiones vanguardistas. Más allá de sus demandas educacionales, en sus declaraciones, entrevistas y proclamas éstos hicieron un lapidario diagnóstico de la política nacional, de la corrupción de sus instituciones y de la clase política, así como de la perversidad del modelo económico vigente, la Constitución de 1980 que nos rige y particularmente la legislación que consagra el sistema electoral binominal. Alzando duramente la voz, escuchamos a varias de estas figuras proclamar la necesidad de derribar las viejas estructuras y la voluntad de erigirse como una alternativa política al “duopolio” oficialismo y Concertación. Es decir a las expresiones representadas en La Moneda y en el Parlamento por más de dos décadas.
Su crítica al orden político establecido se hacía intérprete de un sinnúmero expresiones que venían concluyendo desde hace mucho tiempo que la única posibilidad de acceder a una genuina democracia, como a un régimen económico y social justo y equitativo era desconociendo la legitimidad de la actual Constitución. Abogando, por lo mismo, por la consolidación de una asamblea constituyente y una nueva Carta Fundamental. En sus marchas y protestas convergieron esos cientos de miles de chilenos hartos, ya, de haber asistido a cinco elecciones presidenciales, parlamentarias y municipales donde se elegen representantes que rápidamente se apoltronaban en las instituciones del Estado sin posibilidad ni ganas de cambiar realmente las cosas. Al abrigo, por supuesto, de dietas millonarias y prebendas, cuanto de la magnífica posibilidad que le brindan las empresas y referentes patronales a todo el espectro partidista para enriquecerse y perpetuarse en sus cargos siempre que se sometan a los cánones de lo establecido por los verdaderos soberanos del país: los inversionistas extranjeros y sus adláteres criollos.
En su radicalidad, hubo dirigentes que irrumpieron insolentemente en el Congreso Nacional, una joven estudiante que le lanzó un jarro con agua a la ministra de Educación y se efectuaron toda suerte de otras irreverencias que fueron, en general, celebradas por la población y hasta por aquellos jueces que se negaron a procesar a los detenidos. Haciendo caso omiso de esa grotesca manipulación que de esos acontecimientos sigue realizando la prensa uniformada y dócil al orden establecido.
Resulta lamentable, por lo tanto, que muchos de estos dirigentes estudiantiles hayan renunciado, en tan poco tiempo, a consolidar sus referentes a nivel del país, pese a que las encuestas llegaron a brindarle más de un 70 por ciento de apoyo a sus demandas y liderazgos. Nos parece increíble que con tal “capital político” (como se identifica ahora al arraigo popular), estos líderes estén haciendo mérito en los partidos políticos del “establisment” (sic) que denunciaron con tanta vehemencia. Asumiendo, en definitiva, la misma liturgia de quienes buscan cupos parlamentarios o se quieren ubicar en la primera fila en la repartija de cargos de quien se cruce la próxima banda presidencial.
El extinto senador y ex candidato presidencial Radomiro Tomic calificó de “pijestocracia” a aquella generación de líderes estudiantiles que en la década de los setenta se destacó por un rupturista discurso desde las aulas para luego arribar a la vida política en rápido acomodo a su voraz afán de acceder a cargos y reconocimiento social. Una lúcida generación de jóvenes, sin duda, pero que a la larga demostró una completa inconsistencia moral. Al grado de que varios de sus integrantes hoy son parte del acervo intelectual del neoliberalismo, de las patronales que lo representan y hasta se han convertido en redactores del diario El Mercurio que, en su época juvenil tildaron de mentiroso en aquel histórico lienzo que colgaron en el frontis de la pontificia Universidad Católica.
Este nuevo y escandaloso oportunismo se funda en la peregrina idea de que es posible cambiar el modelo que implacablemente nos rige desde dentro del propio régimen que lo sacraliza y lo vigila, accediendo a las limitadas cuotas que la clase política y los partidos puedan otorgarles para convertirse en diputados, para así hacerlos cómplices de ese acotado sistema electoral mil veces denunciado en las campañas electorales pero del cual después medran nuestros “honorables” parlamentarios hasta que envejecen y se secan ideológicamente en sus curules.
Jóvenes talentosos que se doblegan al sistema y a las viejas y revenidas prácticas de la política, después de haber abierto las grandes avenidas, hacer sonrojar al conjunto de los políticos y alimentar la esperanza de millones de chilenos. Cuya sólida y rebelde abstención electoral de más de un 60 por ciento en los últimos comicios se hizo eco de la voz de los estudiantes movilizados. Así como de la creciente convicción de que sólo será posible superar el autoritarismo y la injusticia desde las calles, la protesta social y el levantamiento de un nuevo referente popular y nacional. Como sobran ejemplo en la historia universal.