Pasando mis vacaciones en Chile, como me imagino muchos chilenos del exterior lo hacen en esta fecha, aproveché la ocasión también para asistir a la multitudinaria celebración del centenario del Partido Comunista en el Estadio Nacional.
Por lo demás era la oportunidad de ver a un artista cubano de primera categoría como Silvio Rodríguez, a precio de ganga. Él, además de otras señeras figuras de la música de compromiso social como Inti-Illimani (Coulon), Illapu, Sol y Lluvia y el Colectivo Cantata Rock, que ofreció una interesante versión rock de la emblemática Cantata Santa María, la misma que el grupo Quilapayún hiciera famosa en los años 70.
Luego de un breve discurso del presidente del PC, el diputado Guillermo Teillier, hubo unos pies de cuecas bravas para en seguida dar paso a unos artistas de música rock: había que satisfacer al numeroso público joven que también llenaba las graderías del estadio. El espectáculo fue de gran calidad y su formato muy diferente al de aquellos que alguna vez asistí allá en los lejanos años 60. La organización del evento estuvo en general a la altura de la reputación que los comunistas tenían al interior de la izquierda: eran los mejores organizadores de actos culturales, festejos y celebraciones. Excepto por un pequeño bache en la seguridad (algo inconcebible en esos lejanos años 60 de férreo control de todas las probables eventualidades), cuando en una pausa de la actuación de Silvio un inesperado animador fuera de libreto tomó el micrófono y largó una breve e incoherente perorata invocando a Jesús y la Virgen María. Bueno, un pequeño incidente en verdad, pero de todos modos indicador de una falla organizativa. Por lo demás situaciones como esas pueden occurrirle a cualquiera, yo mismo estuve implicado en la organización de un acto conmemorativo de los 30 años del golpe de estado en Montreal en 2003 y al finalizar el acto un tipo medio loco que se presentó como profesor de la universidad en cuyo auditorio hacíamos el acto, se hizo del micrófono ante la sorpresa de unos jóvenes que habían hecho de animadores, para largar también un incoherente discurso. Estas cosas pasan como puede verse, claro está que una cosa es que ocurra en un auditorio ante unas 500 personas y otra en un estadio ante 70 mil.
Más allá del acto conmemorativo y sus detalles sin embargo, el centenario del Partido Comunista invita a variadas reflexiones. Cualquiera sea nuestra posición frente a las políticas presentes o pasadas de este partido, lo cierto es que no puede negarse el impacto que él ha tenido tanto en la articulación del discurso de la izquierda chilena como en la concreción de sus estrategias políticas, más aun, tampoco puede negarse el impacto cultural y social de los comunistas sobre el conjunto de Chile en tanto nación.
“El más chileno de los partidos” lo llamó uno de los artistas participantes en el homenaje. Ciertamente una afirmación difícil de fundamentar, y quizás ni siquiera relevante, aunque el acto mismo tuvo un sesgo más nacionalista que internacionalista, con gran despliegue de banderas chilenas y una vibrante interpretación del himno nacional al comienzo del acto, mientras la interpretación de La Internacional por otro lado tuvo más bien un bajo perfil a cargo de una pianista que erró en varias notas, aunque también es probable que el instrumento no estuviera a punto para la ocasión. De si es el “más chileno de los partidos” puede discutirse, pero lo que sí puede afirmarse es que en su fundación fue el partido más auténticamente obrero o proletario. En efecto, mientras los partidos obreros y comunistas en prácticamente todos los otros países surgían por la acción proselitista de intelectuales que de algún modo “llevaban” la palabra y la teoría emancipadora y revolucionaria a las masas trabajadoras (las más de las veces con escaso éxito, basta no más mirar el caso de nuestros vecinos argentinos, al cual puedo agregar el caso de Canadá, el país en el que ahora vivo), en Chile el Partido Comunista fue fundado por un obrero (claro está, un tipógrafo, oficio que de por sí exigía cierto grado de educación o que por su práctica ofrecía posibilidades de adquirir conocimiento), pero además se nutrió desde un comienzo de la clase obrera (trabajadores del salitre en el norte, de los frigoríficos australes y de los mineros del carbón) para reclutar a sus primeros cuadros dirigentes.
Aquí sin embargo nos encontramos con una de las primeras paradojas del accionar y el discurso del PC chileno: en efecto tiene un origen obrero, en efecto se desarrolla también por
lo menos hasta la muerte de Luis Emilio Recabarren como un partido donde el concepto de autonomía es de gran importancia: autonomía del partido respecto de otras fuerzas políticas ajenas a la clase obrera que ocasionamente hubieran querido “cortejarlo”, y defensa de la autonomía de la clase trabajadora que debe de ese modo perseguir sus propios intereses. Paradojalmente sin embargo, este “más chileno de los partidos” en la medida que se incorpora dentro del aparataje del llamado movimiento comunista internacional se hace más y más un incondicional seguidor de las posiciones adoptadas por la Unión Soviética. El PC chileno hace suyas las querellas y desazones que sacuden al Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en diversos momentos: la condena al trotskismo en los años 30 y 40, luego la condena a los chinos en los 60. Peor aun, la justificación de prácticas que negaban principios centrales del humanismo marxista, como los crímenes de Stalin, incluso con vueltas contradictorias como luego la crítica a esas mismas prácticas, claro está, una vez que el PCUS lo había hecho.
En ese tránsito el camino queda marcado por marchas y contramarchas que en muchos casos desorientan a la militancia, mientras refuerzan los mecanismos de control asfixiando el debate interno y erradicando toda forma de democracia en su interior. De alguna manera la evolución de militancia consciente y reflexiva que el PC chileno pudo haber tenido en sus primeros años, a una suerte de feligresía acrítica que llega a tener en los 60 y 70 es inseparable de esa sujeción a la línea del PCUS. Ese “sovietismo” llegó a tener expresiones casi grotescas, recuerdo que cuando se produce la invasión a Checoslovaquia en 1968 llegó un llamado al campus del Pedagógico en Macul: huestes de fachos rodeaban la entonces embajada soviética en Apoquindo y Alcántara y se pedía a los jóvenes comunistas ir a defender la sede diplomática. Varios nos negamos: de acuerdo a las normas de derecho internacional corresponde al estado ante el cual otro estado acredita sus diplomáticos, el proveer protección a sus instalaciones y personal, en otras palabras, era a los carabineros y no a los dedicados jóvenes comunistas a quienes correspondía defender a los enviados de Moscú. Por lo demás se trató de un incidente menor y – éste también un punto importante – no todos los comunistas de entonces estaban de acuerdo con la invasión.
Paradojalmente la evolución del PC chileno después del golpe de estado de 1973, en el cual se reveló no estar inmune a la gran discusión que la catastrófica derrota generó en las fuerzas de la izquierda chilena, de algún modo reabrió un proceso de debate interno como no se conocía por décadas. Sin embargo, al revés de lo que habían sido algunas esporádicas disidencias desde la de Reinoso a fines de los 40, de los pro-chinos de 1964 y la de sectores de la juventud universitaria en 1968 y 69, los grandes debates que sacuden al PC en la década de los 80 cuando adopta la línea de rebelión popular de masas, provocan un quiebre por la derecha. Gran parte de los que entonces abandonan el PC lo hacen para ingresar al PPD, que concebido entonces como “partido instrumental” es un conveniente alero que no requería mayores definiciones ideológicas. Otros ingresan al Partido Socialista generalmente para reforzar al entonces sector renovador que eventualmente empujaría a ese partido a adoptar una línea socialdemócrata. En fin, algunos también lo harán por motivos más pedestres: conseguir cargos, nombramientos, asesorías presidenciales o alguna otra “peguita” en la administración pública que en el nuevo escenario político chileno, con un PC debilitado y en un cierto ostracismo, no podían obtener como militantes del viejo partido.
El clima de debate creado en el PC luego del golpe y la posterior etapa de lucha antidictatorial, sin embargo no ha llegado hasta ahora a implicar un amplio proceso de autocrítica que incluya entre otras cosas el seguidismo respecto del PCUS (aunque Luis Corvalán en sus memorias las insinúa), el marcado autoritarismo heredado del modelo stalinista de partido, la recurrencia a esquemas de racionalización dogmáticos “prestados” de un modo religioso de pensamiento y resumidos en frases que a menudo se repetían como muletillas en el accionar cotidiano de la militancia: “el Partido no se equivoca camaradas…” (una aspiración a infalibilidad como la del Papa) o “nadie puede parar la marcha de la Historia” (así con mayúscula, dándole una suerte de carácter metafísico, es decir un idealismo filosófico del más elemental). Por cierto el Partido – como toda entidad formada por seres humanos – se equivoca; y por otra parte, la Historia (concedámosle la mayúscula) no marcha para ninguna parte sino hacia donde la conducen los acontecimientos provocados por los movimientos sociales.
Por último, el PC tampoco ha asumido autocríticamente el que en un momento suprimiese mediante marginación o expulsión el derecho a expresarse de quienes simplemente tenían un modo diferente, pero no necesariamente contradictorio ni mucho menos destructivo, de lo que el PC, su línea y estrategia debieran ser. Faltaron tolerancia, una actitud científica de escuchar otras propuestas o tesis, y hasta un poco de generosidad.
Por lo ya indicado también en la cultura del PC hay una actitud muy refractaria a la crítica que pueda provenir desde fuera, tendiéndose a descartarla como retórica anticomunista o “anti-partido”. Ante tal posible reacción uno no puede agregar mucho. Menos aun si uno tiene la calidad de “ex”. Sin necesitar dar explicaciones, sólo puedo acotar que no se nos confunda con quienes abandonaron el barco cuando a su parecer éste estaba perdiendo el rumbo o incluso haciendo agua, algunos lo dejamos en la cresta de la ola, cuando al dejarlo teníamos mucho que perder, incluso las ataduras emocionales a los compañeros para quienes pasamos a ser “renegados” y hasta a los símbolos del que era llamado el “glorioso partido”.
Lo más probable es que el PC nunca vuelva a vivir esa época de oro que más o menos va desde mediados de los 50 hasta 1973, no porque a sus activistas y militantes les falte empeño – tengo la impresión que si son como los que conocí en mis tiempos, ese no sería el problema – sino porque la fuente nutriente de ese y otros partidos de la izquierda chilena, la clase obrera, se ha reducido, el modelo neoliberal ha desindustrializado el país. Las llamadas poblaciones ya no albergan a obreros, para quienes el trabajo socializado de la producción industrial, hacía de la acción colectiva y la solidaridad extensiones casi naturales de su existencia, sino a trabajadores y trabajadoras de las llamadas industrias de servicio que privilegian el aislamiento y colocan a los trabajadores en competencia entre ellos mismos, lejos del parámetro de la acción colectiva y la solidaridad. E incluso esto en el mejor de los casos, en el peor, las poblaciones sucumben al dominio del lumpen, el microtráfico de drogas, la drogadicción, la prostitución y el crimen. No es paradojal que en ese nuevo escenario la UDI tenga un trabajo más efectivo en las poblaciones que los partidos de la izquierda.
Pero tampoco cabe pensar que el PC es una cosa del pasado y sin futuro, en la medida que se reinvente, que sin olvidar que su fuerte es la clase obrera pero pueda sumar las agendas de otros sectores, creo que cuando muchos PCs con una larga trayectoria como el italiano o el español han desaparecido o cambiado su nombre y propósito, el PC chileno sobrevivirá, pues hay que reconocerle algo importante: surgió de la clase obrera y aunque hoy ésta esté reducida, en lo que de ella quede creo que perdurará la presencia del Partido de Recabarren. Eso al menos le da una base social de apoyo que aunque minimizada no es despreciable.