¿Qué tiene en común el soborno de rectores universitarios, los fraudes en casas comerciales, arreglines en licitaciones, leyes que entregan las riquezas de todos a un puñado de avaros y la existencia de un sistema político que se reparte la voluntad del pueblo como un botín de filibusteros?
Que cada una de estas actividades, por separado y todas juntas, son parte de la cultura que nos tiene a merced de un sistema hecho a la medida de las necesidades de un grupúsculo de sinvergüenzas que dominan el país a partir del día en que el dictador dejó todo bien amarrado una vez que salió hacia la sentina de la historia. De vez en cuando emerge un escándalo relacionado con riquezas que pasan de un lado a otro, sin diferenciarse mucho de lo que hace un “lanza” de calle San Antonio. Con una rigurosidad casi religiosa, en cada uno de esos golpes de mano se repiten personajes, linajes y militancias.
Del modelo, lo único que ha funcionado con una regularidad asombrosa, ha sido la virtud de unos para inventar cada día sofisticados métodos para robar y quedar impunes. Conductas como las que con frecuencia se han venido denunciando serían excepcionales en sociedades medianamente civilizadas, pero en nuestra cultura del consumo, de ganancia desmedida y avaricia sin límites, ganar dinero burlando las leyes que ellos mismos hacen es parte del paisaje cotidiano. Ya no parece asombrar a nadie.
Que aparentemente respetables rectores de universidades aparezcan en transacciones propias de traficantes, deja al descubierto que el sistema que forma los profesionales del país, que debiera ser naturalmente blindado a conductas propias de rateros, ha estado en manos de gente cuyo único norte es hartarse de más y más dinero. No importa cómo. En el fondo, la compraventa de acreditaciones no hace otra cosa que reflejar lo que el sistema finalmente es: un espacio en el que el más vivo manda y gana. Y que no importa que en esa pasada los estudiantes prisioneros de créditos y de incertidumbres, queden a la deriva triste del engaño.
Mientras tanto, el ministro de Educación, obligado a terciar en esas irregularidades vergonzosas, mira para otro lado, y simplemente dice que lo que es evidente para todos, no existe.
Y como siempre, cuando se trata de los poderosos, este tipo de robos llegará a los tribunales, se harán cargos y descargos, se pagarán fianzas y luego, como si tal cosa.
En otro rubro, por descuidos imperdonables algunos desubicados que no entienden eso de la libre empresa dan a conocer las ganancias de escándalo de las Isapres, que como todos sabemos es un robo en un estilo distinto, pero robo al fin. Y por esas mismas extravagancias del sistema se dan a conocer los ingresos de las AFP, que es otro cogoteo a los giles que cotizan en ellas. Ninguno de estos modernos saqueadores jamás llegará a pisar un estrado, porque son parte de la normalidad del sistema. No son una excepción, son la norma.
Por estos días se dan a conocer las ganancias de las principales empresas del país, y a nadie parece importar. Lo que debería ser un escándalo de gran magnitud, pasa a ser una noticia que transita sin pena ni gloria, sin siquiera inmutar a aquellos que pagan mes a mes para crear esas fortunas a través de sus eternas cadenas de créditos. Y con la misma impunidad se aprueba una ley que deja en las mismas manos de siempre toda la riqueza del vasto mar chileno, sin que muchos digan esta boca es mía, ni se denuncie a los que aprobaron dicha norma. Uno se pregunta ¿dónde está la rabia de la gente? La respuesta más probable es que esté hipotecada en algún banco.
Pero como no sólo del pan vive el hombre, el robo, el saqueo, el hurto, la estafa, el fraude, la ratería, el desfalco, la malversación, el pillaje, el timo, el atraco y la exacción también se verifican en aspectos no menos importantes, aunque no tan visibles como el contante y sonante de los millones. También se secuestra permanentemente la voluntad de la gente mediante la depurada técnica que ha alcanzado el sistema para manipular las conciencias y determinar las conductas. Un medio de los más eficientes para el efecto, las deudas eternas de la gente, se ha imbricado con la manipulación de la conciencia de esa gente mediante un sistema de comunicación que desinforma, deforma, controla y miente.
Como todo delito, estos también tienen sus cadenas de encubridores, cómplices, reductores y, cosa curiosa, promotores. Es el caso de los medios de comunicación en manos de los mismos dueños de todo lo demás, que se han transformado en máquinas de hacer verdades de las mentiras, noticias de cuestiones intrascendentes y oportunidades para surgir, de las deudas eternas. Crédito tras crédito, se ha trenzado esa larga cadena que esclaviza al que vive de un sueldo que le alcanza para pagar un par de letras, mientras calcula el momento preciso para solicitar el siguiente, que es ofrecido en colores convincentes por la televisión. Para estos artefactos de manipulación y engaño lo que no ofrece rédito no existe, y la realidad se expone como un sucedáneo maquillado de los escándalos de modelos de costumbres impúdicas, o rostros modelados por la necesidad insana de fama y dinero.
Chile ha llegado a ser un país de ganadores que no soporta a los perdedores. Para estos últimos se han alzado ciudades invisibles a las que con suerte llegan los canales de televisión para transmitir en directo los efectos de la última balacera. En esas zonas grises pululan quienes sueñan llegar a las ligas mayores, a prueba de fiscales y jueces, mientras se convencen que no es lo mismo ser un minorista emprendedor, que un mayorista famoso, bien vestido e impune.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 772, 7 de diciembre, 2012