Diciembre 6, 2024

¿Cómo has dicho? ¿Izquierda?

concerta_presidentes500

concerta_presidentes500La delicuescencia del idioma hace que laspalabras ya no quieran decir nada. En fin, que no quieran, lo que se llama querer, desear, pretender, ambicionar… no. Simplemente perdieron, les hicieron perder su contenido semántico, y hasta pervirtieron sus étimos, sus orígenes, las raíces que tuvieron en otras lenguas, en otras culturas. Se ha impuesto el miedo de decir, y el lenguaje dejó de ser útil de comunicación transformándose en  herramienta para ocultar. No podemos sorprendernos que la sociedad viva en una constante neurosis.

 

En la etiología de la neurosis lo que es patógeno no es el trauma, sino la imposibilidad de expresarlo, de verbalizarlo. El síntoma viene a tomar el lugar de esa verbalización y desaparece cuando el sujeto ha podido decir lo que lo afectaba. La cura de las primeras histéricas, conducida por Joseph Breuer o por Sigmund Freud, hacía resaltar ese rasgo, aún más importante que la “toma de consciencia”: la verbalización. La histérica se cura al poder decir lo que nunca pudo enunciar.


Cuando la prensa obediente relata la aguerrida defensa de la posición chilena en La Haya, oculta la entrega de nuestro mar, de todo nuestro mar, a la voracidad empresarial de siete familias. Miente por omisión, se encierra en lo no dicho. Cuando esa misma prensa informa que “Groenlandia podrá importar mano de obra barata para grandes proyectos mineros”, oculta la amenaza destinada a nuestros propios mineros: “¡Cuidado, las exigencias salariales y de condiciones de trabajo tienen un límite! Pero yo no lo he dicho…”


No es broma. En el Congreso de la Confederación Minera de Chile, realizado en La Serena del 14 al 16 de noviembre pasado, Tony DePaulo, dirigente de la United Steel Workers de Norteamérica, nos decía: “Hace 20 años luchábamos contra el cierre de las industrias locales. Hoy luchamos contra la importación de mano de obra china pagada a precio de salarios chinos”. Siempre hubo trabajadores extranjeros en todos los sitios. La novedad es que ahora importan mano de obra semi-esclava, pagándola al precio de su lugar de origen. Si los trabajadores norteamericanos son extorsionados con mano de obra china, el asalariado chino es chantajeado con la mano de obra vietnamita, que a su vez le teme a la mano de obra india, que se asusta de los salarios en Bangladesh…


Toda la palabrería a propósito de la “competitividad” tiene que ver con el costo de la mano de obra. A nadie se le ocurriría verificar las competencias de empresarios cuya capacidad para explotar al prójimo es el único talento. No es una aptitud innovadora: los esclavistas, los negreros y los tratantes de blancas ya figuran en el Antiguo Testamento. Tampoco se necesita diploma: ni Steve Jobs ni Bill Gates obtuvieron ninguno, lo que no les impidió hacer sendas fortunas gracias a la mano de obra asiática pagada con puñados de arroz.


Lo importante es hablar de “competitividad” con un salario de millones de dólares -amén de las stock-options-, o de “flexibilidad” desde un cargo inamovible en el Banco Central. Las palabras dicen lo que los amos quieren que digan. De ese modo un vagabundo es transformado en “persona en situación de calle”, mientras las empresas ya no echan a nadie a la puta calle: le “desvinculan”.


Algo parecido sucede con la “izquierda” y sus múltiples derivados como centro-izquierda, nueva izquierda, izquierda revolucionaria, y la curiosa whiskizquierda que se contenta con la variedad blended.


Para el común de los mortales un tipo de izquierda es un flaite con ganas de hacer negocios y que en ese empeño reprime hasta sus más profundos instintos de honestidad y decencia, logrado lo cual llega al poder para robar sin remordimientos de conciencia, como un derechista cualquiera. Si el diccionario le adjudica a “izquierda” el significado de “estar situado del lado del corazón” es porque los redactores ignoran que unos y otros veranean juntos en Cachagua.


Otra acepción de “izquierda” es: “Conjunto de organizaciones políticas de tendencias contrarias a las ideas conservadoras”. El diccionario ofrece una frase como ejemplo: “La izquierda se ha hecho eco de las reivindicaciones de los trabajadores”.


La Academia de la Lengua francesa edita un diccionario cada cincuenta años. La última edición, la novena, data de 1986. Eso explica que los diccionarios estén más perdidos que la chinita en el bosque. Refiriéndose a las trapacerías que en estos días el grupo Mittal le hace sufrir a los obreros franceses, un comentarista parisino escribe:


Creyeron (los obreros) que la nacionalización era posible y que los salvaría. Se acordaron de 1936 y de 1981, y luego se dieron cuenta abruptamente de que estaban en el 2012. Y ahora se sienten traicionados. Traicionados por el presidente de la República, el primer ministro y el ministro de la reconstrucción productiva. En los tiempos que corren, es lo peor que podía ocurrirle a la izquierda”.


De modo que de dos cosas una: o cambian la frase ejemplo, o cambian la definición de “izquierda”. ¡Aunque les lleve otros cincuenta años!

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