En esta época del año el cambio climático ocupa nuevamente el centro de la escena. Esta semana comenzó en Doha la 18ª Conferencia de las Partes de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 18), en medio de evidencias más que obvias de sus destructivos efectos. El Huracán Sandy, que devastó la costa este de Estados Unidos, es la más publicitada.
“Es el clima ¡estúpido!”, titulaba en portada el Bloomberg Business Week en el número previo a las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Y sostenía que el cambio climático debería haber sido el tema más importante de la campaña. Sin embargo, “el tema está ausente tanto en el calendario del Congreso como en los debates presidenciales. Después de Sandy, eso resulta descabellado”.
Se espera que esto cambie después de Sandy. Quienes niegan el cambio climático y los políticos conservadores han impedido que Estados Unidos asuma compromisos creíbles de reducción de emisiones. Washington es el mayor obstáculo para la adopción de medidas. Promovió el sistema voluntario de compromisos, en el que cada país simplemente establece lo que quiere hacer, en lugar de un enfoque vertical, preferido por la mayoría, en el que se realizan estimaciones científicas sobre lo que es necesario hacer y luego se asigna a cada país las reducciones requeridas de manera proporcional.
El mundo va camino a un aumento desastroso de cuatro grados centígrados en la temperatura promedio, muy por encima del umbral de dos grados, advierte un informe reciente del Banco Mundial. Incluso a los actuales 0,8 grados (por encima del nivel preindustrial), los eventos climáticos extremos, como inundaciones, sequías y tormentas, ya están causando estragos.
El último informe del Programa de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente (PNUMA) ofrece datos decepcionantes. Las emisiones mundiales anuales de gases de efecto invernadero se dispararon de cuarenta mil millones de toneladas en 2000 a cincuenta mil millones y, de no adoptarse medidas, se proyecta que para 2020 crecerán a cincuenta y ocho mil millones. Es necesario reducirlas a cuarenta y cuatro mil millones en 2020 para permanecer dentro del límite de dos grados. Pero incluso si los países cumplen sus mejores compromisos de reducción de emisiones, el nivel de 2020 será de cincuenta y dos mil millones de toneladas.
Lamentablemente, es poco probable que la COP 18 esté a la altura de las circunstancias. Se supone que debe cerrar el trabajo de dos grupos, el Protocolo de Kioto y la Cooperación a Largo Plazo, y preparar el terreno para continuar el de un tercero: la Plataforma de Durban. Pero éste solo podrá hacer su trabajo si los dos anteriores concluyen el suyo, lo que ahora parece muy improbable.
En el primer grupo, en la COP 18 los países desarrollados tendrían que estar confirmando finalmente sus compromisos de reducción de emisiones en ciertos porcentajes para los próximos cinco u ocho años en el marco del segundo periodo del Protocolo de Kioto (el primero finaliza en diciembre).
Pero hay múltiples problemas. Canadá abandonó el Protocolo, tal como lo hizo Estados Unidos hace años, Japón y Rusia se niegan a participar en este segundo periodo y Australia y Nueva Zelanda aún no se han decidido. Queda la Unión Europea, pero solo se comprometerá a una reducción baja (del veinte por ciento para 2020 en comparación con los niveles de 1990) y ha sugerido que en lugar de hacerlo de manera obligatoria que deba ser ratificada por los parlamentos podría hacerlo a través de una decisión ante la COP.
Mientras tanto, se supone que otros países desarrollados que no están en el Protocolo de Kioto deberían realizar un compromiso comparable en el grupo de Cooperación a Largo Plazo. Sin embargo, Estados Unidos ha conducido la acción hacia un sistema de “promesas” en el cual los países pueden comprometerse de la manera que quieran.
Estados Unidos es categórico en cuanto a concluir el grupo de Cooperación a Largo Plazo -formado en 2007 para negociar el Plan de Acción de Bali- aun cuando todavía no ha finalizado su trabajo en mitigación, adaptación, financiamiento y transferencia de tecnología.
A Estados Unidos le disgustan del Plan de Acción de Bali su disposición de que todos los países desarrollados deban hacer un esfuerzo comparable en materia de mitigación, su reconocimiento de obligaciones de mitigación diferentes entre países desarrollados y en desarrollo, y el principio de que las acciones de estos últimos dependen de que obtengan fondos y tecnología.
Los países en desarrollo aspiran a que el grupo de Cooperación a Largo Plazo complete su trabajo o transfiera debidamente los temas pendientes a otros organismos antes de concluir sus actividades. Pero enfrentan la resistencia de varios países desarrollados, que quieren deshacerse de varios temas clave presentados por los países en desarrollo, como los efectos de la propiedad intelectual en la transferencia de tecnología y asegurar que el cambio climático no sea utilizado como argumento para la aplicación de medidas comerciales unilaterales.
Esos países desarrollados también pretenden continuar las negociaciones en ciertos temas, especialmente mitigación, pero sin los principios o compromisos ya aceptados en la Convención sobre el Cambio Climático y el grupo de Cooperación a Largo Plazo. Y esperan que si se clausuran los grupos del Protocolo de Kioto y de Cooperación a Largo Plazo podrán lograr que el nuevo grupo sobre la Plataforma de Durban discuta acciones sobre el clima haciendo borrón y cuenta nueva de lo anterior, y que todos los países adopten obligaciones similares. De esta manera desaparecerían -o se reducirían al mínimo- las diferencias entre los países desarrollados y en desarrollo.
Pero esto es precisamente lo que los países en desarrollo no quieren. Consideran que las negociaciones futuras sobre las acciones a adoptar deben estar guiadas por los principios de equidad de la Convención, que reconoce “responsabilidades diferenciadas” entre países desarrollados y en desarrollo. Temen que los primeros se nieguen a cumplir sus compromisos de reducir las emisiones y, en cambio, estén preparando el terreno para pasarles la carga a ellos.
Les preocupa, además, que los países desarrollados no hayan mantenido su promesa de transferir tecnología, en tanto los nuevos fondos para apoyarlos también brillan por su ausencia o están muy por debajo de los niveles prometidos o requeridos.
Por otro lado, los países desarrollados pretenden que los países en desarrollo asuman obligaciones similares en materia de reducción de emisiones. Temen que, de lo contrario, los superen económicamente haciéndolos perder su predominio económico.
En la COP 18 continuará esta lucha diplomática. El estancamiento o, en el mejor de los casos, el lento progreso de las negociaciones sobre el clima contrasta con la urgencia de adoptar medidas para combatir el aumento de la temperatura y el creciente número e intensidad de eventos climáticos extremos.
* Fundador de la Red del Tercer Mundo y director ejecutivo de South Centre, una organización de países en desarrollo con sede en Ginebra.