La diplomacia de Torre Tagle es heredera de los maestros del Virreinato del Perú, hijos de Floridablanca y del conde de Aranda, ministro de Carlos III; son hábiles, escurridizos y finos.
Los doctores de Chuquisaca (Sucre, Bolivia), poseen la sutileza de los diplomáticos del altiplano. Los moradores del Hotel Carrera practican una diplomacia sólo centrada en lo comercial: los chilenos son “fenicios” de América Latina, pues les interesan los Tratados Comerciales y muy poco las relaciones con sus vecinos. Nuestra errática política con Perú y Bolivia, especialmente, no tiene nada de nuevo: ora privilegiamos la solución de nuestros diferendos con Perú, ora, lo hacemos con Bolivia; lo cierto es que practicamos la fórmula moderna de “dividir para reinar”.
Para no alargar en exceso este trabajo, voy a dejar de lado el antiguo debate sobre si la Audiencia de Charcas miraba hacia el Pacífico o el Atlántico. (Me permito remitir a los lectores que quieran profundizar sobre el tema a las obras de Francisco Antonio Encina, Jaime Eyzaguirre y Ríos Gallardo, por Chile y Mariano Baptista, Jorge Gumucio Garnier, por el lado boliviano. El mariscal Antonio José de Sucre quiso dar salida al mar a Bolivia por Arica, pero se encontró con la oposición del Bajo Perú, razón por la cual tuvo que fundar la ciudad de Cobija, en el paralelo 22-23, al norte de Antofagasta. Como podemos comprobar, ahí nació la justa ambición de Bolivia por poseer Arica. El litoral boliviano, llamado Provincia de Atacama, tenía ciudades como Antofagasta, Mejillones y la ya mencionada Cobija. Los Tratados de 1866 y 1874 plantearon el límite en el paralelo 24. El programa Epopeya (presentado por el Canal Siete) explicó, correctamente, el origen de la llamada Guerra del Pacífico, que sería la tercera de ese nombre en la historia, (primero, la Guerra contra la confederación Perú-boliviana, después, la Guerra contra España y, por último, la Guerra de 1879). El nombre verdadero es la Guerra del Salitre o la guerra del impuesto de los diez centavos; la verdad es que los “rotos chilenos” murieron en defensa de los intereses ingleses.
Si leemos con atención la Historia de la Guerra del Pacífico, escrita por el historiador militarista y reaccionario Gonzalo Bulnes, podemos comprender los poblemas enfrentados para lograr la tregua con Bolivia, en 1884. El presidente Domingo Santamaría sostenía, con mucha clarividencia, que Chile no podía ahogar a Bolivia en la mediterraneidad; por pronto, en el tratado de Ancón, con Perú, debía buscarse la forma de mantener Tacna y Arica en manos chilenas para, posteriormente, entregar ambas ciudades a Bolivia. Lamentablemente, el conflicto con Perú por la posesión de Tacna y Arica se prolongó desde 1883 a 1929, pasando por diversos avatares: durante el gobierno de Arturo Alessandri, Chile estaba convencido de que ganaba el plebiscito por medio de la chilenización de ambas ciudades, usando los viejos trucos electorales de la época parlamentaria. Finalmente, el árbitro norteamericano declaró inviable el plebiscito, y los dictadores Carlos Ibáñez y Augusto Leguía eligieron la fórmula del reparto, es decir, Tacna para Perú y Arica para Chile. En 1929 fue firmado, en Lima, el Tratado de Paz entre Chile y Perú, que contenía un capítulo que impedía a ambos países enajenar a un tercero Tacna y Arica. Por lo demás, Nicolás Piérola, presidente del Perú, antes había propuesto tratar a Bolivia como Polonia, lo que significaba repartir su territorio entre Perú, Chile, Argentina y Brasil.
El Tratado de 1904, posteriormente puesto en cuestión por distintos gobiernos bolivianos, consagraba la renuncia de este País al litoral; previo a varias conversaciones, Chile se comprometía a construir el ferrocarril Arica-La Paz, como también varias líneas férreas al interior de Bolivia, además del pago de la deuda contraída por este país; se agregaba un acuerdo de entregar Arica a Bolivia, con la condición de que sus nacionales apoyaran a Chile en el plebiscito; de no resultar positiva esta propuesta, Chile entregaría a Caleta Víctor o Camarones a Bolivia.
La aspiración boliviana a un puerto en el Pacífico se ha mantenido hasta nuestros días: este país ha reclamado ante la Liga de las Naciones, posteriormente a Naciones Unidas, a la OEA, en múltiples ocasiones. En 1950, el Canciller Horacio Walker, líder social-cristiano, intentó un acuerdo con Bolivia que suponía la entrega de una franja territorial, al norte de Arica, que sería compensada por este país con el uso hidroeléctrico de las aguas del lago Titicaca; Chile habría podido, así, tener un importante potencial de hidroelectricidad, especialmente para el norte grande; este intento fracasó por la oposición de Perú; lo mismo ocurrió en el famoso Encuentro de Charaña, entre los dictadores Augusto Pinochet y Hugo Banzer. Como se puede ver, los intentos de compensación mar por energía no son nuevos y continuaron, posteriormente, con el gas natural, en los gobiernos de Juan José Torres, Gonzalo Sánchez de Lozada y Carlos Mesa.
La elección de Evo Morales, con amplio apoyo popular, y de Michelle Bachelet, en Chile, ha hecho posible reabrir el diálogo sobre el tema del mar para Bolivia. La Cancillería boliviana presentó un posible camino de solución que, aunque no es nuevo, aparece atrayente: entregar a Bolivia como comodato, sin soberanía, un puerto al norte de Mejillones, posiblemente el lugar donde, antiguamente, estaba Cobija; este comodato duraría 50 años; a su vez, en acuerdo con Perú, una franja de territorio al norte de Arica y al sur de Tacna.
Chile ha estado en inminente riesgo de un racionamiento eléctrico. Es obvio que Chile necesita del gas natural boliviano para salir de la crisis, a corto y mediano plazo, por lo tanto de nada sirven los cacareos chauvinistas; me parece muy torpe evitar el diálogo sosteniendo que la mayoría de la opinión pública chilena rechaza toda cesión de soberanía a Bolivia. Si nos dejáramos guiar por xenófobos de los tres países deberíamos sobrevivir en la oscuridad y continuar en el perpetuo incordio.
El comodato, propuesto por el gobierno boliviano, al norte de mejillones, no supone intervención de Perú y no quebraría la continuidad del territorio nacional, pues bastaría la garantía de la libre circulación por el territorio chileno de ciudadanos y productos bolivianos, ya conseguidos en otros Acuerdos bilaterales; tampoco significaría tocar la intangibilidad de los Tratados existentes que, para la cancillería chilena constituyen un dogma de fe, algo así como La Santísima Trinidad para la iglesia católica.
Respecto al corredor, al norte de Arica, es evidente que se requiere el acuerdo del Perú, país con el cual tenemos actualmente un diferendo marítimo, a resolver en la Corte de Justicia de La Haya, sin embargo, los tres países han mostrado voluntad de acuerdo para resolver el tema de la mediterraneidad de Bolivia, que hoy presenta ventaja energética para los tres países involucrados. Ojalá podamos romper, en el más corto plazo, nuestra errática política aislacionista en América Latina, y no dejemos pasar, nuevamente, la ocasión, especialmente con nuestros vecinos países.
Rafael Luis Gumucio Rivas