La primera huelga general proclamada durante los 60 meses de los dos gobiernos sucesivos de Cristina Fernández de Kirchner tuvo un importante éxito en las principales ciudades del país. La CGT, dirigida por el camionero y ex vicepresidente del Partido Justicialista (peronista), Hugo Moyano; la CGT Azul y Blanca, liderada por el peronista de derecha, Luis Barrionuevo; la CTA opositora, de Pablo Micheli, y la Federación Agraria Argentina, que agrupa principalmente a arrendatarios y pequeños patrones rurales, con el apoyo de organizaciones sociales y partidos de izquierda llamaron a parar para obtener fundamentalmente la supresión del absurdo impuesto a las ganancias sobre los salarios obreros, para generalizar las subvenciones familiares, por un importante aumento del salario mínimo y por la derogación de la llamada ley antiterrorista, que permite encarcelar a huelguistas y luchadores sociales.
En la ciudad de Buenos Aires se suspendieron los vuelos y no funcionaron las líneas ferroviarias, salvo una, y tampoco dos de las principales líneas del Metro, pararon también los bancos y buena parte del transporte colectivo, las escuelas y el personal de los hospitales. Parecía un domingo en la ciudad y el consumo de energía industrial cayó a pico mientras Tucumán y Córdoba, al igual que otras ciudades, tuvieron manifestaciones en sus plazas centrales y los piquetes huelguísticos cerraron los puentes y acceso a la capital federal y cortaron rutas fundamentales en las provincias.
Pocos días antes decenas de miles de personas (105 mil según la policía federal, 700 mil, según el fascista gobernador de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri) habían llenado las plazas céntricas de la capital (y las de algunas ciudades de provincia) con un cacerolazo convocado mediante las redes sociales (y fomentado por la prensa opositora de derecha) exigiendo, sobre todo, la libre venta de dólares y protestando contra el autoritarismo y la soberbia de la presidenta.
Fernández, por consiguiente, ve agregarse ahora a una presión conservadora que, sin embargo, refleja algunas preocupaciones legítimas de vastos sectores de las clases medias que la habían votado, una legítima e importante presión por la izquierda, pues vastos sectores obreros se diferenciaron ahora claramente, con su acción organizada y con sus reivindicaciones sociales, de una polvareda social clasemediera que empieza a funcionar como la infantería de una oposición de derecha que por ahora no tiene programa único ni dirigente creíble y posible.
El gobierno kirchnerista, formado socialmente por esos sectores de clase media que dice despreciar, pero con los cuales tiene fuertes lazos, ha proclamado la teoría de la unidad nacional y, con su teórico Ernesto Laclau, la de la desaparición de las clases. Ahora un sector de la clase obrera, dirigido por un camionero, atropella precisamente como un camión a ese equipo desconcertado. El cual sólo atina a condenar las huelgas hablando de extorsión o, como la misma Cristina, de matoneo y chantaje a los que quieren trabajar, o a decir que no hubo huelga general y que todo fue un maniobra de un grupito de dirigentes sindicales deseosos de tener el apoyo del grupo mediático conservador La Nación–Clarín.
No hay piquetes que puedan parar grandes ciudades si los trabajadores quieren ir al trabajo y no simpatizan con la huelga. Quienes no fueron a trabajar cobraron el día justificando su ausencia por los piquetes y la falta de transporte, pero como los mismos charros oficialistas que se opusieron al paro, levantan las reivindicaciones de los huelguistas.
En el paro del 20 se mezcla una lucha interna en el peronismo entre el sector kirchnerista y sectores más conservadores del aparato del partido, con los cuales coquetean Moyano y Barrionuevo, una lucha intercapitalista (entre los distribucionistas-asistencialistas y promotores del mercado interno que siguen a la presidenta y los partidarios de devaluar el peso y de reducir los impuestos agrarios que, para el caso, se aliaron con los sindicatos huelguistas) y una lucha intersindical (entre la CGT de los Gordos, agentes de todos los gobiernos, reconocida oficialmente por el Ministerio de Trabajo unida a su palera, la CTA Yasky, y la CTA Micheli, la CGT Moyano, la CGT Azul y Blanca). Los obreros y trabajadores que pararon y los grupos de izquierda que se movilizaron por el paro, en parte se aliaron momentáneamente con los burócratas sindicales que lo convocaron, en parte trataron de desbordarlos, en parte tomaron el paro como ocasión para ganar las calles por la izquierda contra el gobierno aprovechando también para organizarse y reforzarse.
Deformadamente, y con dirigentes nada populares entre los trabajadores, éstos ganaron las calles en la primera huelga general en los dos gobiernos de Cristina Fernández . La lucha de clases que Laclau y la presidenta niegan está ahí para quedarse a pocos meses de las elecciones parlamentarias de 2013, y 54 por ciento de los votos (cifra de la que se jacta siempre Cristina) se descompone rápidamente y polariza según los intereses contrapuestos de quienes la votaron.
Este paro alentará otras huelgas generales, sobre todo si el gobierno sigue siendo incapaz de modificar su soberbia, su falta de reflejos políticos y su ceguera intelectual. Además, ante la dificultad de un tercer mandato de Cristina Fernández, la presidenta está comenzando a tener que lidiar con un tercer frente- el de los alcaldes y gobernadores peronistas ultraconservadores, incluso del Opus Dei, que empiezan a juntarse detrás de la posible candidatura del ex vicepresidente de Néstor Kirchner y actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, el peronista conservador Scioli. Los próximos meses serán movidos.