Un derrotado notable en la elección pasada fue el descascarado criterio que decía que la abstención beneficiaría a la derecha. Remasterizando las consignas chantajistas de elecciones pasadas, sujetos con casi nula capacidad analítica insistían en que no votar, era favorecer al gobierno. Sin ser capaces de demostrar el aserto, recrudeció la campaña para que la gente se sintiera poco menos que traicionando a su madre si no votaba.
Los hechos, porfiados, indesmentibles, poderosos, han demostrado que la alta abstención ha dejado en evidencia lo que algunos vienen diciendo desde hace bastante tiempo: que el sistema se basa en una mecánica desprestigiada y que no soporta mucho más.
Aún así, la magia del sistema permite que todos ganen. Casi todos. Más allá del álgebra de las maquinas partidarias cuyas sumas y restas siempre les son beneficiosas, quienes sí perdieron fueron los alcaldes de la triada de represores del movimiento estudiantil: Labbé, Zalaquett y Sabat. ¿A pesar de, por intercesión de, la abstención?
Pero en el fondo, el gran derrotado es el sistema, es decir, esa máquina omnipresente y multicolor que ha permitido perfeccionar el legado cultural de la dictadura, y que durante veinte años fue administrado por lo que alguna vez se llamó Concertación de Partidos por la Democracia, y hoy no es más que restos humeantes a la espera del milagro que los lleve a alguna playa salvadora, y por estos tres estrafalarios e innecesarios años de gobierno de la derecha.
Los resultados electorales han instalado en el peligroso sentido común de la gente, un inédito rechazo a los partidos y las instituciones del Estado, y a una manera de hacer política. Ya casi nadie cree en el Senado, la Cámara de Diputado, en los partidos políticos y sus personeros.
Esa crisis de credibilidad ha sido confirmada por lo que ya se sospechaba: una aguda crisis de representatividad, que permite que alcaldes o alcaldesas con una votación que apenas se empina por sobre el diez por ciento, hoy se desenvuelvan como pavos y pavas reales de la democracia, en circunstancias que apenas representan un fracción mínima de habitantes.
Para el endurecido pellejo de los dirigentes políticos, esta cruda realidad parece importarles poco o nada. Sus referencias a la alta abstención han sido superficiales, y casi considerada como un evento climático menor, una llovizna, una garúa, un poco de viento.
Encapsulados en sus mundos herméticos, aguardan con confianza que las cosas mejoren y que la chusma corrija su desatino y vuelva a las urnas para entregarles las llaves del futuro confortable que se merecen, voto obligatorio mediante.
Pero, si bien es cierto que la abstención espoloneó de una manera brutal a todo el sistema, también es cierto que en ese empellón brutal hay lecciones que el movimiento social, se existir, debería tomar en cuenta.
En primer lugar, los resultados de las elecciones deberían hacer que los estudiantes y sus activos de dirigentes se tomen en serio, y asuman la cuota de responsabilidad que les compete al movimiento que han encabezado, en el estado de cosas que se configura después de las elecciones.
Para decir las cosas como son, en Santiago no ganó Tohá (15,9%), tanto como que perdió un represor de estudiantes, Zalaquett. De mismo modo en Ñuñoa y de manera especial en Providencia.
Fueron los estudiantes quienes desnudaron a la derecha, dejando en evidencia su naturaleza tramposa y criminal. Y son quienes preocupan a quienes prenden velitas para el retorno de la ex presidenta salvadora. La rabia de los estudiantes en su contra se hará notar no bien haga pie en el país. Y, como se sabe, otra cosa es con guitarra.
Es que el movimiento estudiantil ha ascendido a un estado que parece inmanejable incluso para los más adelantados de sus dirigentes. Ha llegado al límite en que necesariamente se debe cambiar de cualidad. Ha quedado demostrado que las marchas, paros y tomas, se han venido institucionalizando y de manera simultánea, el sistema ha venido creando mecanismos de absorción de esas formas de movilización, poniendo en riesgo su alta aprobación ciudadana.
Se ha llegado al momento en que los estudiantes tienen que superar su estrategia y derechamente pasar a un estadio superior: definitivamente, deben transformarse en una actor político para sí, capaz de enfrentar al sistema donde les duele: donde se reproduce su poder.
Las maquinarias rechinantes de los partidos políticos se aprestan a la batalla que viene, con los resultados de las municipales en mente. Ya estarán sacando cuentas e ideando escenarios para revertir la tendencia a la abstención. Estarán barajando las mejores caras para enfrentar lo que se viene y cada uno a su modo, intentará sacarle su tajada a las más importantes y más prestigiadas de las expresiones de la política de los últimos veinte años: la movilización de los estudiantes.
Y como ha quedado lamentablemente demostrado, no sirve al trasporte mecánico de un dirigente estudiantil desde su facultad, a la candidatura. Quien creyó que el crédito obtenido por el ex presidente de la FEUSACH, Camilo Ballesteros, iba a servir para alzarse con la alcaldía de Estación Central, se equivocó. No basta haber sido, es necesario seguir siendo.
Los estudiantes tienen una enorme responsabilidad. Se les ofrece como nunca la oportunidad de llevar el movimiento a niveles nunca vistos. Se trata de irrumpir en el sistema que los ha combatido durante todo el último cuarto de siglo y pelear desde dentro.
Quien diga que no se puede, que mire lo que sucedió en Providencia. El que ha querido, ha visto y oído a muchos representantes del sistema decir que el principal temor y riesgo es que se articule una forma de hacer política sin los partidos, que fue exactamente lo que pasó en Providencia.
Hay un movimiento estudiantil con suficiente madurez, conocimiento y decisión como para que sus cuadros emprendan un proceso de acercamiento cuyo punto común sea interferir en los procesos reproductivos de los poderosos y disputarles el poder, todo el poder.
Los estudiantes se articulan a través de todo Chile. Tienen más presencia que ningún otro sector social, y como pocos, una legitimidad ganada en las calles. No es descabellado imaginar un movimiento de una envergadura tal, que levante sus propios candidatos de entre ellos y quienes quieran seguirlos: trabajadores, empleados, profesores, profesionales, pobladores, ecologistas, personas comunes con alto grado de compromiso con sus semejantes.
Un movimiento que en los hechos, se constituya en el representante del poder de la gente enfrentado al poder del sistema. Y, como sucedió en Providencia, sea la propia gente la que impulse dicha pelea.
No habría pocos dirigentes sociales detrás de una iniciativa de esa envergadura. En especial aquellos que por mucho tiempo han hecho esfuerzos porque la política deje de ser un feudo exclusivo de una casta que se auto reproduce, en contra de los intereses de los menos beneficiados.
Pocas veces los perdedores de siempre, han estado tan cerca de contar con una herramienta que ha probado su efectividad en el enfrentamiento con los poderosos.
¿Quién podía creer que una mujer, dirigente social, sin vinculaciones con máquina de poder alguna, ni con partidos, ni empresarios, podía desafiar a un representante tan nítido de lo más oscuro del sistema y ganarle?
Los estudiantes tienen una enorme responsabilidad. Camila Vallejo ha sido subsumida por aquello que dijo repudiar. Y a pesar de sus méritos indiscutibles como dirigente de una generación sobresaliente de jóvenes, deberá asumir el riesgo que corre al someterse a la mecánica desprestigiada de la política, tal como la conocemos.
Sin embargo, hay muchos otros extraordinarios líderes jóvenes que han descollado en el último tiempo, que deberían asumir la responsabilidad de canalizar lo que ha representado para los avances logrados, el tremendo sacrificio que miles de estudiantes en todo Chile han hecho.
No resulta decente permitir que toda esa explosión creativa, esa decisión y heroísmo demostrado al enfrentar la represión más brutal del último cuarto de siglo, sea finalmente capitalizada por quienes nada han hecho por solucionar los profundos problemas del pueblo y sus estudiantes y, al contrario, no han perdido oportunidad para traicionar sus luchas.
Dejar las cosas hasta aquí y no aceptar un desafío mayor, constituye una muy mala señal y un favor gratuito para quienes querrán aprovecharse del sacrificio de miles de jóvenes apaleados, torturados, gaseados, abusados, vejados, denostados por los ministros y las fuerzas policiales bajo sus órdenes.
Hay una historia de heroísmo sin par en estos años en que los jóvenes han dado muestras de un valor inacabable. Esa historia no se debe perder en la falta de decisión. Resulta aleccionador que sean los estudiantes de la Enseñanza Media quienes han demostrado mayores grados de audacia.
Por ahí anda algo que si bien aún no toma cuerpo, se presiente. Y eso, que aún no se puede ver, va a cambiar al país en breve.