Miércoles 12 de Septiembre de 1973, cinco de la tarde. Estamos en la CORMU, tendidos boca abajo sobre la gravilla del patio central, conminados a mantener las manos detrás de la nuca.
Miro a hurtadillas al compañero tendido a mi izquierda. Aprieta con fuerza ojos y boca en actitud tensa, como aguardando el tiro de gracia. Un hilo de sangre corre desde su sien bañándole la mejilla. Junto a las ráfagas de disparos se escucha el crujido de las botas aplastando el pavimento. La tropa circula entre nuestros cuerpos, pisoteándolos o acomodándonos a punta de culatazos, como quién estriba una carga. Cabezas y riñones son los blancos preferidos. Una compañera emite algunos sollozos.
El edificio fue asaltado a las cinco de la tarde por una compañía de carabineros que irrumpió en medio de un tiroteo atronador. Armas pesadas hicieron añicos puertas y ventanas. Llovían por los aires trozos de tejas despedazadas y fragmentos de cristal. Los carabineros ingresaron por la galería del primer piso, guareciéndose tras las columnas, disparando en cualquier dirección.
No hubo resistencia, ya que carecíamos de armas. Cuarenta y cuatro funcionarios de CORMU, incluidas cinco mujeres, habíamos permanecido en el edificio, atendiendo al llamado de la CUT para mantenerse en los puestos de trabajo.
A través de un megáfono se escucha una voz que nos conmina a la rendición y a concentrarnos en el patio central. Resolvemos descender en forma ordenada, evitando cualquier gesto de pánico que pueda interpretarse erróneamente. Iniciamos la salida caminando en fila india, pegados a la pared y descendemos por la amplia escalera que conduce hacia la planta baja.
Carabineros apostados a ambos costados en cada escalón, nos fuerzan a bajar a través de un túnel de culatazos, puntapiés, bofetadas e imprecaciones.
Algunos compañeros ruedan escalera abajo a punta de patadas. A medida que asomamos al patio central, nos arrojan violentamente a tierra en medio de un griterío desenfrenado. Inquieren por los escondites de las armas y sobre el paradero de presuntos combatientes, todo lo cual acompañado de golpes al cuerpo, como si compitieran en ferocidad.
En medio de la batahola, escucho como escurre el agua de una cañería acribillada por la balacera. A menudo he intentado recordar los sentimientos experimentados al percibir la proximidad de la muerte y aunque parezca absurdo –quizás es una deformación profesional- lo único que recuerdo con claridad es haber pensado: ¡Qué cabrones! : están destruyendo el Claustro.
Enero de 1971.
Penetramos al Claustro con dificultades, sorteando el típico escombro que se acumula en las obras de construcción. Irrumpimos en una galería con rastros de un embaldosado antiguo, rodeando un patio interior por sus cuatro costados. Nos asomamos a él atraídos por el bullicioso canto de los pájaros. En la penumbra del crepúsculo, alcanzamos a percibir los restos del que debió ser un bello jardín. Sobreviven algunos arbustos sofocados por la maleza- Senderos en diagonal confluyen al centro donde aún se advierten los despojos de una fuente en mármol y uno que otro escaño de fierro forjado sin sus listones de madera.
Una palmera enhiesta y otro par de árboles robustos cuyo follaje emerge por sobre la techumbre que cubre el segundo piso, deben ser el refugio natural de las aves, únicos sobrevivientes del lugar. Parece un mundo irreal, remoto, y sin embargo estamos en pleno corazón de Santiago: Avenida Portugal esquina con Santa Victoria.
Gruesas paredes de adobe. El esquema del edificio calza con la severidad del diseño clásico: cuatro alas iguales, en dos pisos, rodeando un patio central a través de galerías generosas que sirven de acceso a cada recinto. La típica arquitectura monástica trasplantada por los conquistadores y de la cual perduran en Chile escasos ejemplos. Proseguimos nuestro examen caminando en silencio, sobrecogidos por la atmósfera de majestuoso abandono.
Llegamos finalmente a la amplia nave donde se exponen los planos presentados al concurso-oferta (1) convocado por CORMU para la construcción de un conjunto de vivienda social en el fundo San Luis de Las Condes, e iniciamos las deliberaciones del jurado.
Numerosas empresas constructoras han respondido a nuestro llamado y resultó indispensable contar con una sala de exposiciones amplia. La CORMU carece de un recinto apropiado. Sus dependencias están repartidas en siete lugares diferentes de la capital y ninguna de ellas dispone de un recinto apropiado. Presionado por nuestra urgencia para resolver cuanto antes la propuesta, el jefe del Departamento Técnico ha sugerido como último recurso la utilización del Claustro.
¿Qué es eso? Inquirimos.
Responde que se trata de un convento centenario abandonado hace años, que perteneció a las monjas inglesas. La CORMU se interesó por el terreno, dada su ubicación privilegiada y también por la posibilidad de extender el programa de la Remodelación San Borja. La firma Abalos y González presentó una oferta -finalmente aceptada- consistente en la construcción de dos torres de 22 pisos de altura, cuya construcción ya estaba a esa fecha muy avanzada. Se trata del programa llamado “Parque del 900”. Las torres ocupan el terreno adyacente a la avenida Portugal, liberando un paño posterior, donde se levanta el cuerpo principal del convento: el claustro propiamente tal, cuya demolición se acaba de iniciar. Como la labor del jurado consumirá pocos días, no interrumpe la demolición en curso y cualquiera de las naves del claustro es apta alojar la exposición.
Aceptamos la sugerencia sin haber conocido el edificio en cuestión y tal fue el motivo que nos condujo al Claustro por primera vez aquella tarde estival en Enero de 1971.
Nos encontrábamos en plena deliberación del jurado, gozando de la placidez proporcionada por ese auténtico retiro, cuando de pronto me asaltó una duda y consulté:
¿Porqué se está demoliendo el Claustro?
La respuesta del jefe del Departamento Técnico fue escueta: el edificio se encuentra en mal estado; repararlo costaría un dineral, no es particularmente valioso desde el punto de vista arquitectónico y, por último, ¿cuál podría ser su destino?
Además, -añade- el proyecto Parque del 900 se encuentra en plena ejecución y es necesario despejar el terreno ocupado por el Claustro, para dotar de estacionamiento de automóviles a los 300 departamentos de las torres.
Discrepamos de su respuesta. El argumento relativo al mal estado de la edificación es discutible, lo cual se constata a simple vista. Renovando la techumbre podrá seguir resistiendo el paso de los años. También nos parece injusto disminuir sus merecimientos arquitectónicos. En una ciudad como Santiago, tan desprovista de testimonios del pasado, ya sea por los terremotos o por la voracidad de los especuladores urbanos, ¿porqué no intentar la restauración de un inmueble que aún luce tan digno? Para proveer de estacionamientos, basta expropiar algunas de las deterioradas casas vecinas carentes de valor patrimonial.
Concluimos las labores del jurado. Adjudicamos las propuestas, pero las dudas respecto al destino del Claustro quedaron flotando. Acordamos suspender su demolición, en espera de una resolución definitiva. Ordenamos un estudio de factibilidad a fin de estimar el costo de una restauración, conservando el carácter del inmueble, con la finalidad de adaptarlo para sede de la CORMU, reuniendo en un solo lugar todas sus dependencias, hasta entonces desperdigadas por la ciudad.
Dicho estudio determinó que se amortizaba en cinco años, el gasto imputado al mantenimiento y alquileres de la institución. No vacilamos en acordar la restauración del Claustro y poco después se iniciaron las faenas.
Pronto salieron a la luz vestigios de su pasado esplendor. Se rasparon sucesivas capas de pintura hasta aparecer las maderas originales de puertas y ventanas, que resultaron ser de encina maciza. Las columnas de la galería del segundo piso, estaban revestidas con piezas de pino oregón, que habían resistido indemnes el curso de los años. Se repararon los sólidos artesonados de cielo, sus sustituyeron las tejas de arcilla en mal estado e incorporamos rejas auténticas adquiridas en anticuarios o en demoliciones. Habilitamos baños, casino y un completo sistema de calefacción central.
Un año más tarde, iniciamos nuestro traslado. La obra dejó atónitos a quienes la conocían por primera vez. Muy pocos sospechaban la existencia de semejante inmueble y su restauración constituyó la primera experiencia de esta naturaleza emprendida en Chile con criterios verdaderamente técnicos.
Al momento del golpe militar sólo faltaba concluir algunos detalles de los exteriores. Tal era el encanto ofrecido por el Claustro, que consideramos egoísta disfrutarlo sólo nosotros. Acordamos montar en las galerías de su planta baja, una exposición permanente abierta al público los fines de semana, destinada a divulgar nuestras realizaciones habitacionales. La salvación del Claustro y su incorporación al patrimonio cultural de Chile, debe adjudicarse a la cuenta del proyecto habitacional San Luis. (2)
Un día de invierno de 1977.
El talentoso colega Miguel Eyquem, (3) tuvo a su cargo desde un comienzo el plano seccional del San Luís y no fue exonerado de la CORMU con posterioridad al golpe militar. Un día de invierno de 1977, llegando a su trabajo a las ocho de la mañana, se sorprendió de encontrar la avenida Portugal con el tránsito suspendido mediante un numeroso despliegue de carabineros entre las calles Santa Victoria y Curicó.
Sobre las veredas y en plena calzada, estaba depositado todo el mobiliario de la institución. En medio de un desorden descomunal, se apilaban escritorios, sillas, estantes, libros y revistas, centenares de archivadores y carpetas, mesas y pisos de dibujo, reglas T, planeras, útiles de todo tipo, cajones, basureros, artículos personales de los funcionarios como retratos familiares, delantales o toallas. Toda la cuadra era una gigantesca acumulación del patrimonio de una repartición pública.
Funcionarios desolados hurgaban en los cajones verificando la existencia de sus bienes personales. Otros circulaban en silencio, sin rumbo, por este laberinto callejero intentando reconocer sus propios trastos.
Miguel Eyquem supuso que en la noche podía haber ocurrido un incendio, pero no se observaban evidencias de semejante siniestro. También pensó que podría haberse originado la ruptura de una cañería. trayendo consigo alguna descomunal inundación.
Inquirió los motivos de tan abrupto lanzamiento a uno de sus jefes, el cual respondió que la señora Lucía Hiriart había visitado el Claustro el día anterior, ordenando su inmediato desalojo, por cuanto tomaría posesión del inmueble al día siguiente al mediodía, a fin de instalar en ese lugar la sede de CEMA-Chile. Así de simple.
Miguel Eyquem ubicó los últimos planos en los que estaba trabajando, los enrolló cuidadosamente, recorrió con su mirada el inmueble en cuya restauración había participado activamente, dio media vuelta y se mandó a cambiar, no regresando a la institución hasta el día de hoy, ni siquiera para cobrar su última remuneración.
Los negocios de doña Lucía
El 27 de enero de 1978, el Fisco formalizó la transferencia gratuita de la propiedad del Claustro a la Fundación CEMA Chile, dirigida por Lucía Hiriart. Tal como otras donaciones, ésta se enmarcó en el artículo Nº 87 del Decreto Ley 1.939, que obligaba a la fundación a no vender la propiedad durante cinco años.
Según el Centro de Investigaciones periodísticas CIPER, “fueron 113 los inmuebles que el Estado cedió gratuitamente a la Fundación CEMA entre 1973 y 1991. De los decretos de transferencias a la entidad supuestamente sin fines de lucro dirigida por Lucía Hiriart, sólo dos no llevan la firma de su esposo Augusto Pinochet. Gran parte de esas propiedades fueron vendidas”
“Las 113 transferencias gratuitas se rigieron por la Ley 1939 del Ministerio de Tierras y Colonización, (el antecesor del Ministerio de Bienes Nacionales). La normativa impone como condición que el beneficiario no tenga fines de lucro y que el inmueble no podrá ser enajenado antes de cinco años, contados desde que se inscribió la cesión en el Conservador de Bienes Raíces. Salvo, claro que tenga para ello la autorización del mismo ministerio. En el artículo Nº 87, la ley también incluye como condición que el beneficiario no podrá ocupar el inmueble para otros fines que los de su función. En caso contrario, el Fisco recuperará el dominio de la propiedad.”
CEMA-Chile permaneció en el Claustro hasta 1996, año en el cual vendió la propiedad en la suma de $ 1.248.321.000 a la Universidad Mayor, que instaló allí la Facultad de Arquitectura, Diseño y Construcción.
“Los juicios que llevaron a los tribunales a la ex primera dama de la nación, demostraron los innumerables fraudes cometidos por CEMA-Chile, que hasta el año 2005, estuvo percibiendo -entre otros ingresos- un 20% de las ganancias de la Polla Chilena de Beneficencia, mientras una institución como la Cruz Roja percibía solo un 2%.”
“Debemos reconocer que doña Lucía fue tan sagaz como su marido para enajenar bienes pertenecientes a todos los chilenos por los que nunca pagó un solo peso.” (4)
El brutal desalojo del Claustro para destinar el inmueble a sede de Cema Chile y su posterior comercialización, es otro de los capítulos en la bitácora negra de la dictadura. que permanece impune hasta hoy día.
Miguel Lawner
3 de Noviembre de 2012
1 Mecanismo consistente en un llamado a empresas constructoras conforme a bases administrativas y especificaciones técnicas muy precisas, para hacer una oferta a suma alzada, en un lapso de tiempo definido, por la construcción y el proyecto de arquitectura. En este caso, se trataba de edificios de departamentos de dos y tres dormitorios.
2 A partir de 1976, el Ejército inició el desalojo de las mil familias asignatarias de la Remodelación San Luís, pretextando que se trataba de una ocupación ilegal de viviendas destinadas al Ejército. Los departamentos del San Luís, fueron entregados a familias de suboficiales y del cuadro permanente de la institución y los propietarios legítimos lanzados a la calle..
El 23 de Mayo de 1996, el ejército emitió una Resolución adjudicando los lotes de terreno y todos los bloques de departamentos a la Inmobiliaria Parque San Luís S.A. El 31 de Julio de 1996, ante el titular de la 48 Notaría de Santiago, José Musalem Saffie, se firmó la compraventa respectiva por un total de 2.698.280,32 UF, equivalentes a 89 millones de dólares de la época, ingresados directamente a las arcas del Ejército, institución que desalojó a su personal para facilitarle a la Inmobiliaria la demolición de todos los edificios de departamentos, los cuales fueron sustituidos por las elegantes torres de oficina que hoy existen en ese histórico lugar.
3 Miguel Eyquem es uno de los fundadores de la mítica Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso, institución en la cual aun ejerce la docencia
4 CIPER . Los negocios de Pinochet que beneficiaron a las universidades Mayor y San Sebastián
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*Me encontraba exiliado en Dinamarca, cuando nos informamos en 1978 del violento desalojo practicado por la dictadura contra las mil familias signatarias legítimas del conjunto habitacional San Luis de Las Condes, desarrollado por CORMU durante el gobierno de Allende. Este despojo injustificado me movió a escribir un artículo, con el nombre de “Desalojo en el San Luis”, publicado el año 1979 en el número 7 de la revista editada en Europa Araucaria de Chile. De dicho artículo, he reproducido en este texto su comienzo.