Guanajuato, México.- Justo ese intersticio entre lo terrenal y lo sagrado es a donde remite la música de Arvo Pärt, un paraje donde los lenguajes oral y escrito quedan rebasados y el más nimio detalle puede convertirse en el todo.
Cómo explicar esa emoción y esa paz inconmensurables que se extendieron entre todos aquellos que asistimos anoche al Teatro Juárez al concierto en homenaje a dicho autor, considerado una leyenda viviente, y al término del cual no encontrábamos maneras apropiadas para expresar esa alegría, esos sentimientos que se desbordaban y se materializaban en decenas de rostros apaciguados y sonrientes.
Fue una noche histórica, sin duda, para los anales del Festival Internacional Cervantino (FIC), cuya 40 versión concluye este domingo. No sólo por tener el privilegio de contar con la presencia de Arvo Pärt en esa velada, pues el creador europeo de 77 años rara vez acepta salir de sus domicilios en Alemania y Estonia.
Lo fue, también, por la magnificencia y hermosura de su obra, a la cual estuvo dedicado de manera íntegra el programa interpretado por la Orquesta de Cámara de Tallinn y el Coro de Cámara Filarmónico de Estonia, bajo la dirección de Tonu Kaljuste, viejo cómplice del compositor en lo que respecta la preparación y los estrenos de sus partituras.
Como ocurrió la noche del jueves en el Teatro Bicentenario de León y como seguramente pasará esta noche de sábado en el máximo escenario cultural y artístico del país, el Teatro del Palacio de Bellas Artes, lo sucedido el viernes en el Teatro Juárez fue una invitación a transgredir las barreras de lo racional y atreverse a profundizar en el goce del alma.
La de Arvo Pärt –verdad de Perogrullo– es una música de inobjetable carga espiritual, merced a su contenido sacro, religioso, cuyo lenguaje confronta de manera gentil con ese elemento de la naturaleza humana que la dinámica del mundo contemporáneo obliga a mantener en el olvido, si no es que en el destierro: la espiritualidad.
Los músicos estonios prepararon para esta gira de tres conciertos en México un programa integrado por cinco de las obras más emblemáticas del legendario autor, así como una que tuvo aquí su estreno mundial, Virgencita, para coro mixto a capella.
La escritura de esa breve pieza, cuya duración no rebasa tres minutos, es un regalo de su parte para el país por la invitación, y si bien su interpretación en la capital guanajuatense fue motivo de prolongadas ovaciones y gritos de agradecimiento del público, entre la prensa acreditada en el festival generó opiniones encontradas.
Dividido en dos segmentos de tres piezas cada uno, el primero del programa fue el más conmovedor, merced a la grandilocuencia de la aparente sencillez de las obras interpretadas. Ya dijo Mozart que lo más importante de la música se encuentra siempre en lo que está detrás de las notas.
La sesión abrió con Fractales, para violín y piano, orquesta de cuerda y percusión (1991); le siguió Canto en memoria, de Benjamin Britten, para orquesta de cuerdas y campana (1980), y Lamento de Adán (2009), para coro mixto y orquesta de cuerdas. Todas ellas, de tersa y dulce sonoridad, en la que convergen la fragilidad del viento, el poderío del fuego, y la serenidad del agua.
Más que impecables y diáfanas fueron las ejecuciones de los 19 instrumentistas de la orquesta y los 22 integrantes del coro durante las casi dos horas de duración del concierto, en cuya segunda parte pudieron escucharse el estreno de la ya mencionada Virgencita; Salve Regina, para coro mixto, celesta y orquesta de cuerdas (2011), y Te Deum (1992), para tres coros, orquesta de cuerdas, piano preparado y grabación de arpa de viento.
Por la naturaleza y el sentido de la música de Arvo Pärt, no es de sorprenderse que en el Teatro Juárez se haya experimentado cierto ánimo ritual, acaso un tanto sacro, una atmósfera de común unión.
Y el maestro, el gran compositor, atestiguó con una permanente tímida sonrisa de emoción ese prodigio desde uno de los palcos superiores, vestido con traje de saco y chaleco, soportando con estoicismo el despiadado calor bochornoso de la noche guanajuatense que, en el interior del teatro, rebasaba los 30 grados centígrados.
Para concluir la velada, antes de que la orquesta y el coro brindaran como encore una deliciosa y tierna canción de cuna de la autoría del homenajeado –en cuya parte final el sonido logra el equilibrio perfecto con el silencio–, la directora del festival Cervantino, Lidia Camacho, entregó la Presea FIC Internacional al compositor estonio.
¡Qué bueno que no va hablar el gobernador!, irrumpió un grito masculino de entre las butacas, lo cual generó sonrisas en el auditorio. Aún está muy fresco en la memoria el discurso que improvisó el mandatario local, Miguel Márquez Márquez, cuando hace un par de semanas se entregó el mismo galardón al director de orquesta italiano Riccardo Muti.
En su breve intervención, Lidia Camacho ubicó a Pärt como una de las grandes luminarias que, a lo largo de las cuatro décadas del FIC, han abierto caminos insospechado y despertado vocaciones, conmovido nuestras más íntimas raíces.
El suyo es un trabajo que muestra con claridad certera la potencia de la música, su fuerza siempre inaudita, su esplendor vivo, sostuvo. Es una obra que proviene de la mente y el corazón de un ser extraordinario, uno de los mas grandes compositores del siglo XX.
Ya sobre el escenario, con una sonrisa tímida, Arvo Pärt tomó la pequeña escultura de la presea y jugueteó al fingir que se le caía, para enseguida esconder su rostro detrás de ella, en señal de pena.
La expresión de su rostro delataba gran emoción; parecía no saber qué hacer ni qué decir ante las interminables salvas de aplausos de la audiencia; sólo llevó en varios ocasiones su mano derecha a la altura del corazón e hizo varias reverencias para agradecer.
Finalmente tomó la palabra y con voz entrecortada expresó su agradecimiento, en inglés, al tiempo que dio muestra de su profunda modestia: Gracias… Gracias a mi país y a los músicos; sin ellos no sería nada. Acto seguido, hizo una semiflexión, colocó ambos brazos a la altura de su pecho y los extendió hacia el público, ofrendando su cariño.