Diciembre 4, 2024

Constituyente: ¿cómo y para qué?

asamblea1600

asamblea1600Distintos voces vienen repitiendo la necesidad de cambiar la Constitución mediante una Asamblea Constituyente. Se propone, incluso, instalar una cuarta urna en las mesas de votación del próximo año para que los votantes den su opinión. Más realista, y por lo tanto brutal, un político que parece no rendirse al paso del tiempo, propone una comisión bicameral para realizar cambios en la Constitución. Y el presidente del Senado ha dicho que quienes los exigen, han fumado opio.

 

 

¿Qué es una Asamblea Constituyente? Se define como una reunión de personas con la facultad de redactar una nueva ley fundamental y las nuevas líneas de la organización de un Estado. Es un mecanismo popular y democrático, que asume transformaciones radicales, orientadas al cambio de las estructuras.

 

¿Pero, por qué los sostenedores y administradores del sistema tendrían que aceptar la irrupción de algo tan radical y revolucionario? ¿Están sitiados en La Moneda, se les acabaron los recursos? A simple vista parece que no.

 

Este mecanismo no está considerado en el ordenamiento institucional actual y da la impresión que el sistema político, a juzgar por su silencio o por sus frases oblicuas, no encuentra que la cosa sea para tanto. Hay pruebas indesmentibles que la actual Constitución se sostiene sólo por sus anclajes internos y porque los poderes que gozan de aquellos consideran su legitimidad como el eje del actual orden. Nadie en su sano juicio puede pretender que los sostenedores del sistema, sujetos duchos en crímenes y traiciones, de buenas a primeras van a permitir semejante desatino. Sería como esperar su rendición incondicional.

 

Para que semejante delirio sea posible debería suceder que el sistema modifique la actual Constitución y se permitan mecanismos como los propuestos. Y que los otros poderes acepten sin chistar quedar en manos nadie sabe de quiénes.

 

Resulta extraño, y por qué no, sospechoso, que justo cuando arrecia la ofensiva de los estudiantes, cuando éstos comienzan a tomar por legítimo cruzarse de alguna manera en las elecciones, algunas voces propongan iniciativas tan extravagantes como estériles.

Las reformas que exige la educación chilena, que vive una eterna crisis, no serán posibles en el actual orden. A lo sumo se van a lograr pequeños avances, pero no en lo esencial: educación de cargo del Estado, laica, de calidad, sin lucro, racional y coherente con un proyecto de desarrollo nacional. De igual forma, los cambios que Chile necesita en aspectos cruciales como salud, previsión, vivienda, ecología, entre otras, no son posibles en el actual orden.

 

Fruto de un cambio profundo.

 

Para avanzar en cambios de orden mayor, en una idea de desarrollo que contradiga el actual derrotero, hace falta un cambio tan profundo y revolucionario que, en efecto, genere una nueva Constitución de la manera más democrática posible, respetando la voluntad soberana del pueblo expresada en una Asamblea Constituyente. Pero, ¿se podría en el actual estado de cosas?

 

La ofensiva por esta exigencia democrática, pero impracticable y peligrosa, más bien intenta desplazar las movilizaciones de los estudiantes. Parece una campaña para distraer las pocas energías que trae consigo el movimiento social, para disponerlas a un propósito tramposo. Nadie con un mínimo de sentir democrático podría no estar de acuerdo con una nueva Constitución. El problema es cómo y cuándo se puede llegar a esa preciada meta. Y lo esencial es el rol que le compete en esa lucha al pueblo movilizado, en especial a los estudiantes.

 

Esta vez, como en otras, se corre el riesgo de que el sistema se apropie de una consigna popular con el propósito de secuestrarla, maquillarla y luego hacerla aparecer como una meta cumplida, por lo que habría que agradecer por toda la eternidad.

 

Ha habido casos notables de derrotas trascendentes, vendidas como triunfos arrolladores. El más importante: el triunfo del No, cuyo lema ha devenido en un mito misterioso. La lucha de millones, los muertos, los torturados, los presos y maltratados, pusieron su sacrificio para que al final, los mismos de siempre secuestraran la voluntad de la gente y la alegría no llegara.

 

Otro. El año 2005 el presidente Ricardo Lagos, en una faraónica puesta en escena, dijo que la Constitución de 2005 ya no dividiría a los chilenos. Desde entonces, la Constitución de 2005 sigue llamándose del 80, y ha consagrado el apartheid por el que somos famosos en el mundo.

 

Otro notable artilugio para actualizar el sistema lo hizo la presidenta Bachelet. Enarbolando las consignas de los estudiantes secundarios movilizados sin apoyo de casi nadie el año 2006, constituyó una comisión presidencial por la educación, que dejó las cosas peor que antes. Las manitos tomadas, los lagrimones emocionados, la firma solemne de la traición a los muchachos fue vista por ellos por la tele, mientras se reponían del hambre, la vigilia y los palos de la policía, después de rendirse y entregar sus escuelas.

 

El sistema ha aprendido a arrancar hacia delante de una forma majestuosa. ¿Por qué no volver a hacerlo ahora que arrecia la exigencia de cambios en la Carta Fundamental?

 

La experiencia de América Latina.

 

En América Latina ha habido procesos constituyentes que han cambiado la cara a un continente en que las oligarquías y los mandos militares han mandado desde siempre.

En Venezuela, desde 1999 rige una Constitución llamada Bolivariana, que ha impulsado cambios de una profundidad nunca vista. Hugo Chávez, encabezando el Polo Patriótico, logra ganar la Presidencia de la República el 6 de diciembre de 1998, con 56% de los votos. Luego, convoca a un referéndum para que el pueblo se manifieste si está de acuerdo con una Asamblea Constituyente. El 25 de abril de 1999, el Sí obtuvo 90% de apoyo. La nueva Constitución fue aprobada con el 71,19%.

En el año 2009, en Bolivia entra en vigencia la Constitución que impulsa el MAS, con Evo Morales a la cabeza. En ese país hay 37 culturas distintas: tres grandes y 34 pequeñas: los mestizos, el 38%, los aymaras, el 25%, los quechuas el 30% y los pueblos indígenas del Oriente y Chaco, el 7%. Antes, se habían realizado más de 18 transformaciones constitucionales a través de Asambleas o Convenciones Nacionales, en las que el pueblo había estado ausente. La Asamblea Constituyente impulsada por el MAS comenzó a erigirse como símbolo de cambio.

 

Fue un proceso de construcción desde abajo, que buscaba el cambio revolucionario que quería el país, expresado de manera extendida en la lucha de los movimiento sociales. La Asamblea Constituyente fue instalada el 6 de agosto de 2006. Era la primera vez que una Asamblea Constituyente contaba con la participación de indígenas. Algunos dicen que la Constitución boliviana es la más democrática de América Latina.

 

El caso de Ecuador. Ecuador ha tenido veinte Constituciones. Pero la última tiene un profundo sentido democrático porque fue hecha a partir de la participación de todo el pueblo, como nunca antes. Desencantados de la política tradicional, muchos sectores sociales y políticos se sumaron al proyecto político emergente de Rafael Correa: la Revolución Ciudadana. Se formó un instrumento electoral, el partido Alianza PAIS, donde se fusionan algunas de las fuerzas políticas y sociales ecuatorianas.

 

En las elecciones presidenciales de 2006, Rafael Correa ganó en la segunda vuelta con 57% de los votos, logrando inéditos niveles de credibilidad entre la población. Había prometido una redefinición constitucional, la cual fue llevada a consulta popular ganando con más de 80% de los votos. Alianza PAIS alcanzó 80 de los 130 cupos en disputa. La Asamblea Nacional Constituyente permitió definir la Constitución ecuatoriana que representa el proyecto más radical de cambios en la historia de Ecuador.

 

¿Qué tiene en común estas constituciones?

 

Primero, que ninguna de ellas fue un proceso fácil. Muchos intereses intentaron evitar que esos países concibieran una carta fundamental que diera cuenta de sus culturas, sus problemas y un proyecto nacional y patriótico arraigado en lo más profundo de sus pueblos. Para el efecto, ha habido intentos de golpes de Estado, asonadas, atentados y sabotajes.

 

Segundo, esos países pasaron a constituir la lista negra del imperio norteamericano, a ser vistos como amenazas a sus intereses y seguridad por la aplicación de políticas nacionales de rescate de sus riquezas para ponerlas en función de sus propios desarrollos. No han sido pocos los intentos por desestabilizar sus gobiernos.

 

Tercero, tanto en estos gobiernos como en sus programas, el rol de los movimientos sociales fue clave. Sus movilizaciones impusieron su hegemonía ante un agotado sistema de partidos, que no dio cuenta de lo que era necesario y sólo coadyuvaban a reproducir un sistema a todas luces desprestigiado.

 

Cuarto, las Asambleas Constituyentes que lograron Constituciones verdaderamente democráticas, es decir revolucionarias, fueron posibles una vez que las fuerzas sociales y políticas que enarbolaron esa propuesta lograron acceder al gobierno con amplias mayorías, con un pueblo movilizado y alerta. Fueron parte de los programas de gobierno que ofrecieron al pueblo los movimientos que lograron hacerse de parte del poder y, cosa curiosa, cumplieron su palabra.

 

¿Qué pasa en Chile?

 

Un teórico de la Asamblea Constituyente, el historiador Gabriel Salazar, apunta que jamás en Chile ha habido participación popular en la gestación de las Constituciones: siempre las han impuesto los políticos con el apoyo del ejército. Ni siquiera Allende tenía en su programa la convocatoria a una Asamblea Constituyente. Considera que hoy están dadas las condiciones para impulsar un proceso que termine con el actual ordenamiento constitucional, porque existen varias crisis que lo hacen posible: de legitimidad, de eficiencia y de representación.

 

En nuestro caso, dice, las nuevas expresiones sociales, los nuevos representantes de los estudiantes, la nueva manera de ejercer los liderazgos, permitirían organizarse de tal manera que el resultado debería ser una Asamblea Constituyente, ya que no es posible la lucha armada y los partidos políticos que se meten al sistema, una vez adentro, no cambian nada.

 

Curiosamente, Salazar no considera las experiencias latinoamericanas, que aunque no se trata de copiar, es bueno tener presentes. Las crisis que Salazar identifica en Chile no fueron tan distintas en esos países.

 

Lo cierto es que en Venezuela, Bolivia y Ecuador se puso término a Constituciones esencialmente represoras, antinacionales y depredadoras, que no consideraban las especificidades culturales, que sostuvieron un sistema político absolutamente desprestigiado. La irrupción de millones tomó la decisión de cambiar lo que era necesario cambiar, y para el efecto, sus movimientos sociales derivaron en una fuerza política capaz de disputar el poder en donde se genera: en las elecciones. Los movimiento sociales irrumpieron en el poder formal del sistema mediante las propias herramientas del sistema para, una vez empoderados y apoyados por grandes mayorías, cambiar esas Constituciones.

 

No antes.

 

En nuestro país se intenta poner la carreta delante. Con los partidos de Izquierda sometidos al sistema, en muchos casos dándole la espalda al movimiento de los estudiantes y con un sistema político que demuestra su compromiso con el actual orden intentar desde afuera -y al margen de toda legalidad- instalar una Asamblea Constituyente que jamás será reconocida como vinculante por el sistema, es desperdiciar energías y, de nuevo, dejar solos a los estudiantes, que no apuntan en ese sentido. Creer que se puede levantar una Asamblea Constituyente y pasar por sobre todos los poderes, es creer que al sistema se le puede ganar por secretaría.

 

A lo más, el sistema, ducho en eso de regenerarse, intentará de nuevo caer hacia arriba y mostrándose dispuesto a escuchar las señales que emiten vastos sectores sociales, eventualmente puede recoger el guante e impulsar una reforma constitucional. Dios nos pille confesados.

 

Y no es un delirio ponerse en esa hipótesis.

 

El presidente de la DC con una honestidad brutal dice que prefiere una Asamblea Constituyente a la democracia de la calle. En otras palabras, algo que se pueda manipular, en vez del caos inasible de la gente manifestándose. Y el presidente Lagos, quien ya hizo su propia reforma en 2005, dice que es cosa de cambiar el binominal y ya, puesto que todo el resto ya está hecho por él.

 

El lema de una Asamblea Constituyente para reformar la Constitución parece más bien una falsa consigna. Una manera de cruzarse a la ascensión de un movimiento popular que está dejando atrás al sistema de partidos políticos.

 

Bastaría que los mismos de siempre se pongan de acuerdo e impulsen medidas como las propuesta por Zaldívar, Lagos y Walker, las que, con el debido bombo del sistema comunicacional del régimen, sean mostradas como una verdadera reforma al sistema. Y luego de las manitos tomadas y las lágrimas, a esperar medio siglo antes de intentar levantar cabeza de nuevo.

 

Lo que cabe es constituirse como un movimiento social maduro y sólido, transformarlo en una fuerza política que se proponga la herejía mayor: disputarle con sus herramientas y sus leyes el poder político a los poderosos que cada dos años y medio abren esa posibilidad mediante las elecciones. Y una vez alcanzados grandes espacios de poder, impulsar cambios de carácter revolucionario, como por ejemplo una nueva Constitución nacida, ahora sí, de la voluntad soberana del pueblo.

 

Un movimiento de esa magnitud, con los estudiantes en las calles, tras candidatos emergidos de la voluntad soberana de la gente, sin la intromisión de las máquinas antidemocráticas de los partidos, levantando un programa que condense las esperanzas abandonadas de la gente en los últimos treinta años, pondría al pueblo en un estado de movilización capaz de pasar por encima de todos los obstáculos, reales y artificiales, que suelen poner los poderosos y sus aliados.

 

 

Ricardo Candia Cares

Publicado en “Punto Final”, Nº 768.

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