El próximo 28 de octubre vamos a asistir a uno de los comicios más inciertos en sus resultados. Debutando con una reforma al sistema electoral que ya no exige la obligación de sufragar, no se sospecha cuántos serán los ciudadanos que concurran a las urnas y cuántos prefieran abstenerse o anular el voto.
Tampoco es previsible a ciencia cierta quienes resulten electos como alcaldes y concejales, aunque sabemos que este tipo de elecciones municipales siempre está muy influido por el poder de los caudillos locales, el peso de la propaganda y, ciertamente, de las distintas formas de cohecho que todavía prevalecen en nuestras prácticas “republicanas”.
Aunque el resultado de esta contienda podría marcar el destino de las siguientes elecciones parlamentarias y presidenciales, la verdad es que los propios partidos desestiman tal posibilidad. Si todos estos procesos estuvieran concatenados, cabría esperar que tanto el oficialismo como el amplio espectro de la oposición resultaran completamente derrotados por la abstención o el repudio ciudadano. A juzgar por las encuestas, ni los partidos de la Alianza, ni los de la Concertación podrían superar en conjunto más del 28 o 30 por ciento de las preferencias. Discretos resultados, según éstas, podrían obtener los comunistas, el partido Progresista y otros referentes que no pasan del 4 o 5 por ciento de apoyo popular.
Ello explica que hoy recorran las comunas miles de candidatos sin rostro partidario. Postulantes que tienen tapizado el país con eslóganes y promesas sin siquiera recurrir a los colores distintivos de sus colectividades, pese a que todos (incluso los independientes que integran las diferentes listas) han sido nominados a dedo por las colectividades y sólo excepcionalmente proclamados por consultas primarias. Pactos, subpactos y toda suerte de acomodos cupulares que no se reconocen en la publicidad, pero que a la hora de los escrutinios seguramente les permitirá a los políticos sacar cuentas alegres respecto de los “votos válidamente emitidos”, cuando de verdad los ciudadanos poco o nada los identifiquen con el espectro político partidista. Ciertamente que los guarismos que se invoquen no tomarán para nada la decisión de los que no marquen preferencia, salvo que la abstención golpee la cátedra y sea el conjunto de la “clase política” la que lamente haber aprobado la inscripción electoral automática y el sufragio voluntario. Legislación que, de mantenerse, podría deslegitimar no sólo la elección de ediles sino la de los próximos parlamentarios y Presidente de la Republica.
Ciertamente lo que podría salvar esta elección es la enorme cantidad de postulantes donde resulta difícil no descubrir a un amigo o pariente que quiere llegar a los más de 320 municipios del país. Incluso algunas expresiones políticas marginales y difícilmente identificables ideológicamente se han dado maña para estar presentes en las papeletas. Así sea para elegir u solo edil o concejal que pueda hacer caja de las arcas municipales para solventar su referente más allá del timbre y la campanilla que ostentan sus mandamases. Sabido es que en ocasiones electorales como éstas es posible reunir todo tipo de recursos provenientes de empresarios, comerciantes locales y chilenos comunes y corrientes que quieren asegurarse un “pituto” en los municipios. Es decir, allí donde se tranzan las concesiones viales, las patentes del comercio y otras decisiones en las que corren mucho las influencias, las coimas y otros estímulos que a los políticos les resultan fundamentales para atender a sus respectivas clientelas.
A codazo limpio, los candidatos pechan por aparecer en su afiches con Michelle Bachelet, el propio Piñera y unos cuantos dirigentes empeñados en catapultarse para llegar a La Moneda o mantenerse en el Congreso Nacional. Toda una maquinaria electoral que hace descender temporalmente los índices de desocupación e, incluso, estimular la actividad de imprentas, de los transportistas, así como allegar algunos pesos a la sustentación de las publicaciones y radios regionales cuya principal fuente de ingreso es la publicidad política.
En este cuadro, realmente la única novedad que podrían tener estas elecciones es lo que suceda con los cinco millones de chilenos que han incrementado el padrón electoral, la mayoría de los cuales son jóvenes que nunca mostraron interés por inscribirse en los registros y que, ahora, señalan que muy mayoritariamente siguen sin interés por votar. Está pendiente, incluso, la resolución que tomen no pocos líderes estudiantiles muy activos en sus movilizaciones, pero en quienes se manifiesta el deseo de “funar” estos comicios, molestos como están por la falta de soluciones políticas a sus demandas. Cómo no destacar el enorme esfuerzo hecho por algunos partidos para enrolar como candidatos a estos dirigentes secundarios y universitarios. Pocos, sin embargo, fueron tentados por esta posibilidad.
Se habla de comunas emblemáticas cuyos resultados podrían ser realmente influyentes en los comicios parlamentarios y presidenciales del próximo año, pero lo que se reconoce es que, en general, la situación de las comunas y de sus vecinos no variará mucho según quien resulte elegido. Menos todavía si estos pertenecen al duopolio político Alianza Concertación que, en efecto, no manifiesta muchas diferencias de comportamiento en el poder. Menos, todavía, a nivel comunal. Sin embargo, será en la comuna de Santiago y en las cabeceras provinciales donde la competencia será feroz, aunque en ésta no se manifiesten diferencias programáticas. Se sabe, y se nota, que hay candidatos provistos de ingentes recursos de campaña que muy posiblemente superen el monto de todas las remuneraciones que pudieran percibir los alcaldes y concejales que resulten electos, Mal que mal, los honorarios de estos “servidores públicos” está muy por debajo de los estipendios de diputados y senadores, aunque se reconoce el hecho de que en los municipios se hace más propicio desviar recursos para los partidos o el propio bolsillo de nuestros representantes.
Lo único promisorio de esta contienda es la posibilidad que tienen los grupos medioambientalistas, de derechos humanos y otros de interpelar a los candidatos y abrir espacio a nivel local al debate público sobre la educación, la salud y tantos otros temas de interés general y particular de las distintas comunidades. La misma campaña por exigir una Asamblea Constituyente y una nueva Carta Fundamental podría verse favorecida por este proceso electoral. Pero, desgraciadamente, hasta las mejores intenciones pudieran quedar burladas a la hora de los mañosos cómputos, o una vez que los militantes con caretas asuman los nuevos cargos edilicios. Porque, por cierto, se trata de un proceso electoral en que la mayoría de los candidatos no muestra sus verdadero rostro e intenciones.