Para muchos las elecciones venezolanas fueron un enfrentamiento entre la izquierda y la derecha sudamericanas. Para algunos bolivarianos, era otra batalla de Ayacucho, en la que la victoria de Chávez sería un nuevo paso hacia nuestra segunda y definitiva independencia, no solamente de Venezuela, sino de toda la región, y su derrota un fenomenal retroceso. Para partidarios de la oposición, era una competencia entre una izquierda radical, representada por Cuba, de la cual Chávez sería el hijo predilecto, y una reformista, de tipo brasileño, o entre el autoritarismo populista y la democracia representativa. Por mi parte creo que fue más bien otro capítulo del realismo mágico, en el que la magia es la igualdad, como lo demostró la amplia victoria de Chávez, y tal vez un intento de superar la ineficiencia y la corrupción del modelo.
Después de 14 años de gobierno y de haber ganado varios comicios, Chávez por primera vez compitió, también en demagogia, con un candidato competente que logró unir a una oposición variopinta.
Esa popularidad del presidente se explica porque sustituyó a un sistema de partidos que explotó por su cleptocracia en 1998 (incluso un destructor que compró el gobierno de Carlos Andrés Pérez jamás llegó a puertos del país). Y lo hizo con un discurso que desnudó el racismo, clasismo y desigualdad hasta entonces del sistema venezolano.
A lo que se sumó una masiva asistencia social (alimentación, salud, educación, vivienda), por medio de las llamadas misiones, que financió con un precio extraordinariamente alto del petróleo. Todo ello disminuyó la pobreza y la indigencia, logró uno de los gini, medida de desigualdad, más bajos de América Latina, y excelentes puntajes en el Latinobarómetro 2011, debido a que “su pueblo acusa positivamente recibo de las acciones de gobierno del presidente Chávez”, mientras las clases dirigentes del mundo occidental lo califican negativamente. Exactamente lo contrario ocurre en el caso de Chile.
Sin embargo, Venezuela tiene tres problemas. El más importante es el económico, que Chávez reconoció. La población sufre penurias, en materias tales como la vivienda, la electricidad, los alimentos, el agua. La infraestructura amenaza ruina. Las acerías producen una fracción del acero que deberían según su diseño. El subempleo es rampante, el 43% de la población activa trabaja en la economía sumergida, y los salarios han bajado 40% entre 2000 y 2010.
La producción de petróleo disminuyó, de 3,5 millones de barriles en 1998 a 2,4 millones en 2012, y el número de empleados de la petrolera estatal subió de 32.000 a 105.000. Se trata de explotaciones mixtas, 60 % para el Estado y 40 % para la empresa extranjera (Chevron es la más importante). Venezuela se ve obligada a importar gasolina, a pesar de que tiene una gran red de gasolineras en EE.UU. El problema es la falta de inversiones en refinerías dentro del país.
La política monetaria, con una moneda sobrevaluada, más el control de la venta de divisas por el gobierno, han favorecido a los importadores por sobre los exportadores. A lo cual se agrega que el petróleo hoy es el 95% del ingreso por exportaciones y, antes de Chávez, era el 67%. El 75 % se exporta a EE.UU; Venezuela es su cuarto abastecedor, y esas relaciones petrocomerciales son óptimas. Mientras tanto, la bolsa de Caracas ha subido, desde el año 2000 al 2010, 870 %, más que las de Brasil, 299 %, y Chile, 275 %.
Por esas razones, Foreign Affairs sostiene que Chávez no es un bolchevique que quiere pulverizar el sector privado, como una vez lo dijo. Quiere mantenerlo, pero pequeño, no competitivo y dependiente del Estado, agrega. Y para ser un Castro, según Sarney, “le falta historia y le sobra petróleo”.
Un documento del Partido Comunista venezolano, aliado de Chávez, citado por Le Monde, hace notar que la parte del león se la lleva una burguesía importadora y que, por ello, no hay ningún progreso en la diversificación de la economía, pero si hay un incremento de la dependencia, en especial, en materias alimentarias y tecnológicas. Indica el fracaso de las cooperativas de producción, considera al Estado altamente ineficaz y deplora la intensificación de la corrupción. Concluye que hay una brecha entre el discurso socialista y la práctica en el gobierno. En resumen, Venezuela es un típico modelo rentista e improductivo de un país exportador de productos extractivos, similar al chileno.
A lo que se suman otros dos problemas de Chávez: Venezuela tiene la cuarta tasa de homicidios intencionales más alta del mundo. Y estuvo enfermo de cáncer, con tres operaciones, que lo han debilitado, disminuyendo sus actos públicos y la extensión de sus discursos, y del cual se declara sanado.
Capriles, su rival, logró articular un discurso más allá de la tradicional consigna de la oposición venezolana, CHAVEZ, VETE YA o AHORA O NUNCA. No insultó, y cuando lo insultaron evitó los golpes. Curioso, durante el golpe contra Chávez el 2002, fue parte de una poblada que intentó apoderarse de la embajada de Cuba.
Las palabras del candidato opositor tuvieron similitud con las del presidente, sin la exhuberancia en el estilo. Además prometió mayor eficacia y eliminar la corrupción, más una dosis de un nacionalismo más propio de la guerra fría, aunque se dice cercano a las posiciones de Brasil, que navega por el mundo sin esos prejuicios.
Dijo que mejoraría la recolección de basura, terminaría con los apagones, reducirìa los atascos de tráfico, que habría más transparencia administrativa y que combatiría la delincuencia. Intentó ser la eficiencia versus la ideología.
Capriles, como Chávez, proyectó duplicar la producción de petróleo entre hoy y el 2019, y sembrar el resultado en el desarrollo agrícola y la industrialización del país; un avance programático por parte de ambos candidatos. Además, quería revisar los contratos de explotación con China, Bielorusia, Irán y Rusia, y terminar con las ventas en condiciones ventajosas a los países bolivarianos, todo lo cual, insisto, me huele a guerra fría, una desgraciada enfermedad residual en Latinoamérica.
Ese aumento de la producción es perfectamente posible. Los meandros del Orinoco están inundados de petróleo. Según British Petroleum, Venezuela tiene ahora reservas superiores a las de Arabia Saudi. Ese crudo es pesado y requiere más refinación. Invertir en refinerías sería un negocio redondo, para agregarle valor a la exportación y no seguir importando gasolina. El incremento de la producción está ligado con una salida al Pacífico, ya sea por un oleoducto o un nuevo canal de Panamá, que interesa a China, ambos en territorio colombiano. Ello explica las buenas relaciones de Chávez con el presidente Santos y los esfuerzos de paz con las guerrilas colombianas.
La campaña electoral fue bastante moderada. La violencia se limitó a un incidente en una zona rural en el que murieron tres opositores. En las ciudades hubo incluso intercambios espontáneos de ideas entre ambos bandos en un ambiente de gran optimismo. Los candidatos llamaron a la calma a sus partidarios. Los programas fueron similares, incluso en el aprovechamiento de la renta petrolera.
Ante la sorpresa de los círculos gobernantes de Ocidente y de sus medios de comunicación supuestamente de centroizquierda, como Le Monde, El País, The New York Times, etc. se impuso Chávez en una elección limpia. Sigue siendo popular después de 14 años de gobernante, en una época en que la popularidad de los políticos dura poco, como lo demuestran Piñera en Chile y Rajoy en España. Lo que no pueden entender esas élites es que el factor determinante en la democracia es la magia de la igualdad, más que la supuesta eficiencia tecnocrática, y también en sus países.
El discurso de la victoria de Chávez fue sorpresivamente conciliador, lo que no era su estilo. Incluso llamó a la unidad nacional y al diálogo. Es de esperar que Venezuela finalmente encuentre el camino del desarrollo, a pesar de la maldición de las materias primas, dados los reconocimientos de Chávez ante la crítica también de sus aliados. Por desgracia, comenzaron a culpar de la derrota a Capriles desde sus propias filas, debido a que no confrontó a Chávez con un cambio de gobierno, y se limitó a ofrecer un perfeccionamiento de la política gubernamental, sin entender que esa prudencia le permitió la votación más alta obtenida por un opositor ante Chávez.