El triunfo contundente del Comandante Hugo Chávez y de la revolución Bolivariana desnudó las grandes contradicciones de los llamados demócratas de Chile (y también del mundo). Independiente de que la figura del Presidente de Venezuela genere divisiones, es decir no presenta matices, se le odia o se le ama. Indudablemente que este es el triunfo de los porfiados, de los indignados. En definitiva es el triunfo de un pueblo que no cree en la receta que el Imperio le ha dado a todo el mundo y a Chile por supuesto.
Es demasiado importante la victoria de Hugo Chávez, porque en caso de haber sido derrotado, todo el avance de la integración latinoamericana se caía a pedazos. El Mercosur, La Unasur, el Alba. Los convenios de cooperación entre países sudamericanos se habrían visto de nuevo en un retroceso importante. Claro que Chile ha estado al margen de esta integración bolivariana, ya sea por la negación de los gobiernos Concertacionistas, como en la actual administración de Piñera.
Con el triunfo de Hugo Chávez los de la Alianza están con un ataque al corazón (de la que se demorarán un tiempo en mejorar), los democratacristianos están con tercianas y calosfríos y algunos de sus miembros están en la UTI, varios pepedés están rabiosos y encerrados (demorarán un tiempo en aparecer públicamente) y varios socialistas (por no decir muchos) con depresión.
Esta película la habíamos visto hace días atrás cuando el Presidente empresarial, Ricardo Lagos y el Presidente Eduardo Frei viajaron a Venezuela a apoyar al Candidato de la sumisión Enrique Capriles. También habíamos visto al Senador Fulvio Rossi que declaró sin arrugarse un poco que: “No queremos una democracia como la de Venezuela”. Olvidándose que en la democracia venezolana jamás habría sido Senador (les recuerdo a algunos desmemoriados que salió tercero en la elección y debido al tramposo sistema binominal resultó electo).
La última joyita de los reaccionarios chilenos la realizó el ex todopoderoso Ministro de Hacienda de “Mi Gordis”, Andrés Velasco que declaró: “Ojalá que los venezolanos recuperen la democracia como nosotros recuperamos la nuestra en el plebiscito del año 1988”. Este seudo demócrata y ultraderechista candidato presidencial se atrevió a comparar el gobierno de Hugo Chávez con la dictadura de Pinochet.
¿Por qué tanto odio, tanta sed de venganza que hizo que políticos y comunicadores sociales que supuestamente deberían caracterizarse por su equilibrio y sensatez se convirtieran en voceros de las peores calumnias en contra de Chávez?
La razón es bien sencilla: mienten porque los intereses de clase que representan, asociados a (y articulados políticamente) los intereses imperiales exigen borrar al chavismo de la faz de la tierra, y para ello cualquier recurso es válido.
El pecado de Chávez, murmuran por lo bajo (y a veces lo vociferan, como lo hace el incombustible candidato presidencial estadounidense Mitt Romney) es intolerable e imperdonable, y habrá que acabar con él cuanto antes.
Ignorante este personaje de las leyes que rigen la dialéctica histórica. La derecha cree que la larga marcha de Latinoamérica y el Caribe hacia su segunda y definitiva independencia es la obra maléfica de algunos espíritus malignos, como Fidel, el Che y Chávez.
En definitiva, esta elección venezolana desnudó y demostró a los chilenos lo que siempre supimos y sospechamos (y de los que varios aun no se convencen), que La Concertación al fin y al cabo era una Coalición de partidos de Centro derecha, nada más.
Vuelvo a citar a Mayol: “Este gobierno de Piñera es el quinto gobierno de la derecha después de Pinochet”
Para resumir el triunfo de Chávez es un duro golpe al neoliberalismo en sus distintas versiones.
Hugo Farias Moya